Era frecuente ver su nombre al inicio o al final de prólogos y de extensos estudios preliminares. El primer perfil que recibimos es la silueta del ensayista o crítico literario, contadas veces aparece el poeta. Es la huella que, casi irremediablemente, llevan ciertos escritores. Julio Miranda, nacido en La Habana pero afianzado al panorama literario venezolano (1945-1998), escribió catorce libros de poesía, cinco de narrativa breve y ensayos sobre la cuentística y la cinematografía nacional. Miranda se propuso abarcar casi todas las aristas del hombre de letras: las ya mencionadas de crítico y poeta, así como las de traductor, articulista, novelista y antologuista. En esta última, especialmente, logró un proyecto ambicioso: su Antología histórica de la poesía venezolana del siglo XX (1907-1996).

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Fotografías de Samoel González Montaño

Algunos libros pasan por un río subterráneo, con potencia pero sin que los podamos ver.  Anotaciones de otoño fue publicado por la Editorial Mandorla en su colección Cármenes, en honor al libro homónimo de Juan Liscano. El ejemplar lleva guardapolvo amarillo, y al quitárselo, se deja ver el verde aceituna de la portada, en tapa dura. En el colofón leemos que se imprimió en Editorial Arte, Caracas, en 1987. La contratapa lleva una nota curricular sobre la trayectoria de Miranda y un abreboca sobre la poética del libro. También nos dice que Anotaciones de otoño llega a los 47 años del poeta. Como se hace evidente desde el propio título del libro, no es una obra de tanteos primerizos, de torpes e infructuosos cortejos adolescentes.

El carácter de notación solo lo percibimos en la primera parte del libro. Si lo leemos inflexiblemente, las únicas anotaciones estarían allí, 17 en total. Dispuestos en versos cortos, estos textos van del divertimento a la expresión aforística y al recurso de la paradoja. En otros, la aseveración sutil se hace espacio:

«yo estoy, ciertamente, por encima de ese amor
(pero ese amor, por debajo de mí, me socava)»

Miranda, en estas Anotaciones, recorre el adagio, la presencia del yo lírico y la prosa microficcional: sentencias fragmentadas que son o pueden ser leídas como poemas; poemas en los cuales la voz poética expresa un notorio erotismo; y, por último, microrrelatos y prosas poéticas. Libro misceláneo, diverso; disperso, en algunos casos, pero unido por un discurso espontáneo, llano a veces, sincero casi siempre.

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¿Quién es Milena, esa mujer-símbolo de experiencia sexual y convivencia extra-marital? Milena aparece en la última parte del libro, en la sección seis. Seis textos en prosa de presencia lírica nos entrega Miranda, en donde se deja ver un sugerido episodio de felación:

«A veces era yo el esclavo, me castigaba con su pelo, o era yo el domador, su trenza una rienda, y la guiaba, joven yegua sedienta, hasta mi fuente».

En otro poema, esta misma felatio se vuelve impúdicamente explícita: «Milena me enseñó el sabor del mar, del mar despierto brotando de su sexo. Y me enseñó también, pese a sí misma, que entre el mundo y su boca siempre arderá mi esperma».

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No caeremos en improbables conjeturas y verificaciones, comparando y confundiendo la experiencia «real» y autobiográfica del poeta –Julio Miranda– con la voz que se revela en el poema. Demasiados capítulos sobre el tema ya se han escrito. Sin embargo, no dejo de asociar el último texto del libro con aquel famoso bolero de José José, «Gavilán o paloma», el aprendiz de seductor: «Sólo la miraría –y le gustaban mis ojos, alguna vez incluso elogió mis pestañas. Luego, la vieja historia del cazador cazado». Y así con otras tantas canciones del bolerista mexicano (por ejemplo, en «Anda y ve», «El triste», y otras más).

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Muchas frases hacen parte de este convite, inclusive algunas prescindibles: «otra vez con su infalible instinto de perro suicida». Lo más destilado del conjunto parece llegar con la senectud, en dos depurados poemas de la segunda parte del libro: «ya sabes: morirás/trata de hacerlo/con serenidad». En Anotaciones de otoño hay rugosidades, asperezas dejadas deliberadamente. Como habitación de hotel, como cabaña para eventuales encuentros placenteros, encontramos objetos en lugares no previstos, por la rapidez del acto o lo fortuito de la ocasión. Recuerdos disueltos en Alka-Seltzer, amores que cuelgan de un clavo como viejas bufandas.

 

El header fue diseñado por Samoel González Montaño, a partir de fotos del archivo de Julio Miranda.  Graciela Yáñez Vicentini realizó la revisión del texto.