Clinamen4-
Fotografías de Samoel González Montaño

Se me ocurre imaginar una lluvia de cristales. Aunque, a decir verdad, no son propiamente cristales: se trata de copas. Hay obras que son como este tipo de lluvias: desde el cielo caen miles de copas y solo tenemos dos manos para intentar atrapar el mayor número de ellas. El hecho de querer atrapar más de una es completamente inútil. Por eso me quedo con un poema, o con una estrofa. Elijo una sola línea (una copa): «Hay quien nace para ahogarse en una gota de agua».

De la línea anterior puedo decir que su acento proverbial remite a la predestinación; me invita a descifrar un enigma codificado hace siglos —ayer, hoy, ahora mismo, no importa la fecha—. Alguien dirá, y sin reproche alguno, que se trata de una frase motivadora, pronunciada por el conductor de un programa matinal. Ninguna de las dos explicaciones es inexacta. Ese es el principado de la imagen, dirán los seguidores del barroquismo fiel de este cubano. Así han sido mis incursiones en su obra (en aquel y en otros versos, poemas y uno que otro ensayo).

SONY DSC

Leer la obra entera de Octavio Armand (Guantánamo, 1946) sería como arrojar el salero entero en un plato de ensalada. No lo digo de manera despectiva. Lo que intento mostrar es su evidente capacidad de formular mundos, su abundancia en referentes, antecedentes, deudas culturalistas.  Armand sigue —eso es lo que intuyo— las declaraciones reverdianas: la imagen que se gesta a partir del acercamiento de realidades distantes, esto es, la integración de los contrarios. Y eso parece ser gran parte de sus andanzas creativas. Siempre hay dos puntas alejadas entre sí que terminan tocándose, anudándose, para crear esas llamativas «cadenetas» de encuentros nuevos, explosivos, extraños, pero familiares al mismo tiempo. Pareciera reescribir el mismo poema, pese a su versatilidad y su patrimonio temático. Todo puede estar cerca de Octavio: el balancín de Osiris y el escarabajo y su sol de estiércol, Nezahualcóyotl y las elucubraciones en torno a un pájaro, Calígula y Villon.

SONY DSC

Dos poemas atraen mi completa atención: «Clinamen» y «Carta a una araña». El primero de ellos, por su aliento, y por el manejo de la anécdota y por cómo se hilvana el relato lírico, lo veo como el inicio de una hermosa novela —aunque también puede leerse como una microficción—. Escrito en prosa, la voz en tercera persona va narrando el amanecer que entra, en forma de columna de luz, a la habitación de un niño. Acudimos al hábito de despertar, levantarse e irse despojando de los últimos rastros del sueño, antes de pensar en ponerse lentamente el uniforme escolar y esbozar desde la misma cama el anticipo del desayuno traído por Nestora, la abuela negra que consiente y mima. Con «Carta a una araña» sentimos menos intimidad hogareña, pero su poder es altamente efectivo: su atributo reside en ser, más que una epístola, un canto, un himno sonoro y fino a ese pequeño pero muy laborioso insecto. Las vocales abiertas y las repeticiones refuerzan estos logros formales: «Si fuera una mariposa/entregaría un ala a la seda y otra a la delicada sombra de la seda».

Un poema de Octavio se asemejaría a un tríptico de El Bosco (el recurrente «Jardín de las delicias») o a un paseo cualquiera por un mercado popular del sur de Valencia (los tubérculos y las hortalizas aún cubiertas de leve tierra, las personas apretujadas, los vendedores y sus pregones de ofertas, los posibles compradores cotejando precios o abriendo los caminos para la compra directa o el esperado regateo, chapoteando barro en una mañana dominical y lluviosa). Por eso Clinamen (Caracas, Venezuela: Kalathos, 2013; Querétaro, México: Calygramma, 2013) también puede ser Origami (Caracas, Venezuela: Fundarte, 1987). Por eso podemos leer retrospectivamente, desde lo más reciente a lo más viejo, echando mano de algunos poemas que guardan estrechas vinculaciones, a pesar, claro está, de los años de diferencia entre ambos libros.  Octavio sigue un ideal barroco, culterano, la fidelidad a los casi incuantificables referentes que pueblan su escritura. ¿De qué otra cosa podemos hablar sino de la eterna abundancia?

Tienda-26-1-720x720
Fotografías de Samoel González Montaño

En Origami y Clinamen sigue evidenciándose la confianza en el poema como estructura verbal, de enorme y resistente presencia evocadora; esto no es inusual en su trayectoria poética: también es una constante en sus otras publicaciones (abundantes publicaciones, tanto en poesía como en ensayo, ambos géneros con muchos pliegues metafóricos y eruditos). El autor no reniega ni duda de las posibilidades fraternas y mediadoras del poema: dar y recibir cicatrices (poemas, música, pintura): «Hay quien al dar la mano la regala/y hay quien sabe recibir la mano regalada».

Octavio Armand está inclinado al juego de recreaciones imaginativas. Su voluntad se ciñe a lo hipertextual. Su cavidad bucal tiene dientes de diversa procedencia. Su lengua es de Safo, su paladar fue extraído de una tumba egipcia; sin embargo, el poeta habla con cadencia insular y libresca en esta estrofa de Origami:

Todo está escrito para ti.
No hay mancha o movimiento
Que no sea una tenue o fugaz línea de tu libro.
El relámpago mismo es una de ellas.

Tienda-27-1512x1080

El estilo oracular es patente. El enigma como figura literaria, que se apodera de los miembros del poema y hace que camine con el ritmo dictado por Octavio. El poeta cubano otorga vida a lo inanimado; troca funciones, acciones e identidades: «Bastaría un guiño de Velázquez para transfigurarlo». Metamorfosis, transformación, cambio o como queramos llamarlo. No resulta inapropiado pensar en alguien o algo que sube los peldaños de una escalera inexistente, «como si poco a poco se fuera convirtiendo en aire, viento». ¿Quién sube? ¿Quién desciende? Leemos y pensamos en algo concreto: una persona o un ave o un guijarro. Luego, no sabemos cuándo ni en qué momento, lo que sube se transforma y desciende convertido en otra cosa viviente. Lo importante es que no enmudece. Cambia pero no calla.

Tienda-28-1451x1080

Algunos datos técnicos: Origami fue diseñado por Pascual Baltazar Armas; en cuanto al formato, se trata de una encuadernación rústica (lomo cuadrado), tapa blanda a color, tripa en papel crema y consta de 52 páginas. Se imprimió en Caracas en los talleres de Editorial Arte y apareció bajo los auspicios de Fundarte, en 1987. En cuanto a Clinamen, es una edición de Kalathos de 110 páginas publicada en 2013. Su formato consta de portada blanca, con lomo y solapas del mismo color y guardapolvo azul celeste. Fue diseñada por Ricardo Báez e impreso en Exlibris, Caracas.

~

Octavio Armand (Guantánamo, 1946), poeta y ensayista cubano radicado en Caracas. Vivió en Nueva York por varios años y luego en 1990 se radicó en Venezuela. Fue director-fundador de la revista Escandalar y entre sus publicaciones se encuentran Horizonte no es siempre lejanía (1970), Entre testigos (1974), Piel menos mía (1976), Cosas pasan (1977), Como escribir con erizo (1979), Biografía para feacios (1980), Superficies (1980), El pez volador (1997), Refractions (1994), Clinamen (2013), Estética invertebrada (2014), Concierto para delinquir (2016) y Horizontes de juguete (2016).

~

La cabecera principal fue diseñada por Samoel González Montaño, a partir de un detalle de Ricardo Jiménez. Graciela Yáñez Vicentini realizó la revisión del texto. La dirección fue de Faride Mereb.