Dieciocho láminas de cartulina (20 x 20 centímetros) conforman Armando Reverón. El hombre mono. Esta publicación pertenece a las Ediciones del Techo de la Ballena y apareció en 1969 dentro de la colección El Macrocéfalo. Lúdicas y numeradas, las páginas se entregan al lector: proponen otra dinámica, una más activa y traviesa.

La portada roja nos muestra un boceto afianzado en el imaginario reveroniano: el mono Pancho, Reverón y Juanita. Una de las tapas o alas del sobre indica que es un «único dibujo desconocido y aún no adquirido por los coleccionistas». Aunque solo aparece el nombre de Carlos Contramaestre, podríamos pensar que se trata de una obra colectiva. Efectivamente, el texto principal es del poeta, médico y artista Contramaestre, pero en un nivel igual de relevante también ubicamos el incisivo prólogo del chileno Dámaso Ogaz «El auto-stop ejercitado con R».

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Fotografías de Gema Durán Raga

Las ilustraciones internas fueron hechas por el zuliano Genaro Moreno y Armando Reverón. En este agasajo artístico, Reverón, Contramaestre, Ogaz y Moreno conforman un cuarteto creativo, destacando aún más la propuesta gráfica y editorial. La edición se imprimió en Mérida (Euroamérica Impresores) y constó de mil ejemplares, de los cuales cien números poseen «dibujos apócrifos del autor».

Carlos Contramaestre, en esta publicación, escribe siguiendo el estilo habitual de los «balleneros». Es posible percibir las voces de Adriano González León, Salvador Garmendia y Juan Calzadilla, otros persistentes rebeldes de los 60. De allí que sea frecuente el uso reiterativo de palabras poco complacientes, casi como detonaciones del lenguaje. Ratas, descomposición, putas, heces voladoras, albañales, hemorroides; en fin, tantas alusiones que presuponen un reclamo a ciertos excesos e injusticias alrededor de Reverón, «La mayor atracción turística de Macuto»:

«se cambian cuadros por fardos de ensacar café
se cambia una cueva azul por mantillas
evaporadas
Al sur de Las Quince Letras es la cosa.
Se remata a un loco furioso con fardos,
se remata su esquizofrenia que hace temblar los museos»

Lo que se percibe desde el primer acercamiento, lo que invade, es la libertad de la prosa, que lleva ese ritmo oscilante entre la precisión burlesca y el fluir automático. Otro recurso interesante es la doble visión. Recordemos que, con la misma intensidad, Contramaestre fue poeta y artista plástico. Los recursos visuales y literarios se abrazan, reconstruyen, nuevamente, El Castillete, la barba blanca, poblada y desaliñada de Armando:

«En su primer viaje a España, Armando Reverón sufrió de dispepsia, sangraba por las hemorroides de sordera de Goya, destino de albañal abierto a la luz que no deforma como un cuchillo de Majo. Retrató reinas hasta más no poder. Por recomendación de su primo levantó enaguas en la Plaza Mayor, hizo los cursillos de cristiandad en la Academia de San Fernando. Más tarde supo que su mamá era lesbiana y su padre antropófago. Por eso los críticos de arte amanecieron vestidos de cardenales. La Santa Inquisición no ignoró sus virtudes heredadas».

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Contramaestre y Ogaz intentaron quitar todos esos pliegues innecesarios que se soldaron a la obra y vida de Reverón. Pliegues detestables (casi parasitarios) y en algunos casos infames. Independientemente de sus motivaciones, justificadas o no, la experiencia visual sigue dialogando con la experiencia literaria. ¿Ese no era, precisamente, parte del manifiesto de El Techo de la Ballena? Este escenario lo podemos ver en «Para la restitución del magma», un fragmento extraído de Rayado sobre el Techo (nº 1. Caracas, marzo de 1961):

«Es necesario restituir el magma la materia en ebullición la lujuria de la lava colocar una tela al pie de un volcán restituir el mundo la lujuria de la lava demostrar que la materia es más lúcida que el color de esta manera lo amorfo cercenado de la realidad todo lo superfluo que la impide trascenderse supera la inmediatez de la materia como medio de expresión haciéndola no instrumento ejecutor pero sí médium actuante»

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Hoy por hoy, luego de varias décadas, recibimos el volumen Armando Reverón. El hombre mono como un justo recordatorio de nuestro peregrinaje editorial.  No como recuerdo lastimero, sino como un alto referente.

 

Esta nota se publicó gracias a la colaboración de Néstor Mendoza, poeta, ensayista y corrector de textos (Mariara, Venezuela, 1985).