PÓRTICO

El Congreso de la República de Venezuela, en cuyo seno se hallan ilustres trujillanos representativos de esa fecunda colectividad andina, se une al júbilo de esta última en la oportunidad del sesquicentenario de la fundación de la ciudad de Valera.
Para rendir tal homenaje hacemos uso de la voz auroral del poeta, al editar en este libro las palabras de Ana Enriqueta Terán, valerana de origen y universal de vuelo.
Al afecto, hemos encomendado la selección, revisión y arte del presente volumen al doctor Aquiles Valero Monzillo, quien prestó a dirigir lo relativo a su edición.
A nombre de la comunidad parlamentaria lo ofrecemos así, De bosque a bosque, con el alborozo que suscitan los ciento cincuenta años de la urbe valerana.

Caracas, enero de 1970.
J.A. Pérez Díaz
Presidente del Congreso de la República

 

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Fotografías de Samoel González Montaño

 

SONETO INTUITIVO

Estoy en mi vivir como sabiendo
el destino de gentes y ciudades,
las hoscas gentes de mis soledades
que en mi secreto ayer van padeciendo.

Mi despojada sombra voy siguiendo
sobre números, puertas y ebriedades
de anaconda ceñida a las edades
inconsoladas de algo persistiendo.

Algo de mí que cruza, se atraviesa,
se vuelve silla azul, tacta el aroma
donde estuvo el color y hace la rosa.

La rosa de mis huesos que no cesa;
exacta, tumultuosa, prediciendo
algo de mí que besa a quien no besa.

 

SONETO TREINTA

El corazón repite lo que he visto
con los sentidos todos engallados;
el hallazgo se arrima a los costados
de algo extraño, numérico, imprevisto.

Algo de selva que obedece a un cristo
diferente, perverso, y rezagados
de la doble visión, como rasgados
documentos del pan donde resisto.

Oh recia, desvelada levadura
de ser frente a su muerte. Muerte sola
sobre una piedra lejos. Muerte fija.

Llegó. Soy el silencio de la ola.
Es la muerte, la siento y su pavura
me deja un doble seis en la cobija.

 

SONETO CUARENTA Y SEIS

Clama mi sangre por un turbio lino,
por mensajes de líquenes urgentes;
que ya no puedo andar entre las gentes
con esta ciencia de árbol submarino.

A menguadas estatuas di mi vino
y oí gemir mis fémures bullentes;
ensimismada en bocas transparentes
nació mi soledad de torso fino.

Ahora sin sollozo y sin mezquinas
fronteras, ya en el aire, ya en latidos
o en vegetales silbos rigurosos,

acecho la aridez de las esquinas
donde florecen los desconocidos
en corbatas y labios misteriosos.

 

TODO REGRESA A LA CONSTANTE PURA

Nos señalaron barco y bastimento.
Poca fe, poco amor, frente excesiva,
mucho de olvido y carne fugitiva
que busca en vano firme basamento.

Miserable porción y algún momento
de palabreo inútil y agresiva
ceguera de gran bestia sensitiva
encharcada en fugaz presentimiento.

Impulso, lucha, sin hallar un claro
dónde mostrarse niebla o conjetura
de eternidad, o simplemente vida

que haga valer su tiempo y desamparo.
Todo regresa a la constante pura:
un aleteo de ventana herida.

 

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TERCETOS

Hoscas bestias dejaban en la hierba
largos hilos de oro, consumiendo
las huellas de metal donde la sierva

espera a su señor y va subiendo
de rodillas, espada por espada,
mientras el girasol la va siguiendo.

Es otro rumbo, pan, tierra dorada.
Tan boca abajo el río sin consuelo
el ángel boca abajo sin entrada

a los documentales de algo y cielo.
Caña de azúcar, dios, doce metales
en constante y genésico desvelo.

Por él alzaron mariposas reales,
escuetas garzas, erizados pumas,
oído y miel bruñida de panales.

Por él iremos a cobrar espumas;
el vaso verde y su contorno espera
guirnaldas de doncellas, pez y brumas,

menudos rostros de ajustada cera.
Dadme trajes oscuros para cruzar dinteles
terciarios en la piedra, de manera

que mis toros bravados y mis fieles
se desprendan del muro y lejanía
de tambor en los húmedos corceles

hechos para golpear en la agonía
de las tensas praderas donde el sueño
olvida sus anémonas y fía

a cualquier mano sorprendido dueño
irreverente o solo flor que dice:
Ana Enriqueta, líbrame el pequeño

girasol de la diestra, contradice
el halcón milenario; no respondas
cuando te llame el árbol que deshice

su clámide ayer tarde bajo frondas
de espesas aves, blancas, agoreras.
Huye del árbol, de sus tierras hondas;

allí gimen las hoscas prisioneras
que vimos la otra vez, cárcel sagrada
donde firman con tiza jóvenes extranjeras.

El pájaro recuerda su condición alada.
Los vinos son oscuros, agresivos,
ascendente ceniza, rabia, nada.

 

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Ana Enriqueta Terán (Valera, 1918). Poeta y diplomática. Es una de las voces fundamentales de la poesía venezolana del siglo XX. Trabajó en el exterior en varias oportunidades, siendo delegada ante la Asamblea de la Comisión Interamericana de Mujeres en Buenos Aires en 1949. En 1952 se retiró de la carrera diplomática para dedicarse a la poesía. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1989 y se le concedió el doctorado honoris causa de la Universidad de Carabobo ese mismo año. Su obra poética, de gran rigurosidad formal, inició con Al norte de la sangre (1946). Piedra de habla (2014), publicada en Venezuela por la Biblioteca Ayacucho, es uno de sus títulos más recientes.

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Estos poemas pertenecen al libro De bosque a bosque (Ediciones del Congreso de la República de Venezuela, Editorial Arte: Caracas, 1970). La selección, transcripción y revisión de los textos estuvieron a cargo de Néstor Mendoza. El encabezado fue diseñado por Samoel González Montaño, a partir de una fotografía de archivo. En la imagen se muestra una joven Ana Enriqueta de 14 años de edad.