Sandra Toro, editora y traductora argentina, es la artífice de El Placard, un blog que pronto cumplirá nueve años en circulación. Concebido en principio como una pizarra personal que creció hasta convertirse en una plataforma de divulgación literaria, es actualmente un sitio donde personas de numerosos países se reencuentran o descubren una gran diversidad de autores y versiones de textos que Sandra comparte con cuido y regularidad avasallante.

 

¿Cuánto tiempo de vida tiene actualmente El Placard? ¿Cómo nació la idea de crear esta plataforma?

La primera entrada de El Placard está fechada el 30/09/06, eso quiere decir que pronto va a cumplir nueve años. Lo sé porque acabo de fijarme.

Abrí la cuenta en Blogger de puro curiosa. Quería saber cómo funcionaba «ese asunto de los blogs», que para mí era una novedad, y como la ansiedad me gana, siempre intento aprender experimentando, por ensayo y error. Haciendo retrospectiva, supongo que lo concebí como una pizarra, un scrapbook o la heladera de la cocina donde se van agregando fotos, papelitos y notas con imán. Al principio, solamente para mí. Después, con el ingreso en las redes sociales, empecé a compartirlo tímidamente con unos pocos amigos y ellos, con otros. Un día me di cuenta de que había un grupo considerable de gente que seguía las publicaciones y, a pesar de que nunca cambié mi metodología caprichosa, sí me enfoqué en cuidar un poco más ciertos detalles, la calidad de la edición, la referencia a las fuentes, esas cosas…

296502_2047470099001_1046837392_n¿Cómo has logrado sostener en el tiempo El Placard y cuál crees que es la mejor forma de mantener proyectos como estos? ¿Cuáles son las mayores vicisitudes que se te han presentado en este proyecto?

Los proyectos que consigo sostener en el tiempo, siempre son los que giran en torno a una pasión o a una obsesión. Tal vez porque así no siento que se trata de algo «a sostener» —con semejante connotación de obligación y esfuerzo—, sino que es el proyecto el que se me impone naturalmente.
Lo más complicado es dedicarle tiempo cuando la subsistencia exige priorizar las actividades remuneradas,  eso me pone de muy mal humor. Si bien no soy hábil con la tecnología, al disponer de plantillas prediseñadas, la publicación periódica es simple. De cualquier manera, hay muchísimas cosas que de a poco quisiera ir mejorando.

¿Cómo ha sido la recepción de El Placard en el público lector de la web?

Todos los días me llegan mensajes de gente que, sin conocerme en persona, me expresa afecto, se interesa por mi opinión, me pide sugerencias. Eso no deja de ser una sorpresa. Hace tiempo, por ejemplo, un lector que vive en un pueblito de Colombia me contó que usa el blog como material para enseñarles a sus alumnos. Otro día me mostraron unas fotocopias de un taller literario en el que trabajaban sobre unas versiones mías bajadas del blog. Eso me hizo preguntarme hasta qué punto me pertenece. Está ahí, como un hijo que di a luz y alimento, pero que ya viaja solo y hace su propio camino, con mi permiso o no.

¿Qué importancia tienen las plataformas digitales hoy día, como El Placard, en la difusión de la literatura? ¿En qué medida ha contribuido en la difusión?

Puedo contarte mi caso, que traduzco poesía desde hace no sé cuántos años y, como casi no tengo vida social, todo ese trabajo terminaba confinado en mi casa. Hasta que empecé a subir las versiones al blog y eso cambió por completo. Hoy es literatura que circula, hay publicaciones en proyecto, está viva.

Sé, porque me lo dicen, que a través de lo que difunde El Placard, hay personas que llegan por primera vez a la poesía de Denise Levertov, de Diane di Prima o de Adrienne Rich, por dar tres nombres. Muchas veces, porque no fueron traducidas al castellano; otras, porque los libros no se consiguen con facilidad o porque faltan los recursos para comprarlos. Y también, porque algunas traducciones españolas, sobre todo en lo que a poesía respecta, se nos hacen muy ajenas y la posibilidad de leerlas en un lenguaje más familiar (casi todo lo traduzco al castellano rioplatense), allana el camino.

¿Cuál crees que es el rol del editor en la actualidad, cuando existen tan diversos formatos de publicación, tanto digitales como impresos?

No sé cómo funciona. Creo en la honestidad, en la singularidad de la mirada. Personalmente, casi nunca publico lo que me piden, ni lo que me envían, ni lo que está de moda, ni lo que «hay que publicar», sino lo que me grita «¡¡Mirá!!». Y, felizmente, compruebo que hay nicho para esa oferta.

¿Cómo crees que el editor puede subsistir de forma independiente en el mercado editorial?

La palabra mercado, de por sí, me da escalofríos a la hora de hablar de literatura. Es sabido que cualquiera que entre en una de las grandes librerías o ferias, va a encontrarse con un despliegue enorme de libros de autoayuda y sagas de novelitas edulcoradas que se llevan todas las luminarias, mientras que el espacio destinado a la poesía siempre es el más incómodo y raquítico. Si preguntás por qué, te contestan «porque no se vende». Y eso me hace acordar de algo que sucedió hace varios años, cuando mi hija mayor iba a la escuela primaria. Un día volvió enojadísima porque en su escuela no había biblioteca. Le pregunté por qué, si de hecho había una sala con esa función, y averiguando, nos enteramos de que hacía falta un determinado número de libros para que se designara a un bibliotecario. Como esos libros no estaban, el bibliotecario tampoco y, en consecuencia, la sala de biblioteca permanecía clausurada. Esa misma tarde, redactamos un mensaje que hicimos circular por todas las editoriales del país y, a los pocos días, las donaciones habían superado con creces el número de libros que se necesitaba para la reapertura de la biblioteca. Nos sentíamos dos super heroínas… pero enseguida surgió otro problema: algunas editoriales ofrecían los libros con la condición de que fueran a retirarlos y ningún directivo estaba dispuesto. Por suerte, algunos padres se organizaron por su cuenta repartiéndose los viajes y, por fin, la biblioteca empezó a funcionar. Un par de semanas después, la que llegó de la escuela enojada fue mi hija menor. Había querido retirar un libro de Guillén y la bibliotecaria se lo cambió por el último de Harry Potter, argumentando que el otro «es aburrido».

Todo conspira contra el amor al arte, haciéndolo si no un amor imposible, uno bastante contrariado. Desde los medios de comunicación, en general, se propone lo fácil de digerir, lo deslumbrante-aunque-vacío-de-contenido, lo efímero. El mercado es consumo y rédito. Pero, como en la naturaleza, siempre hay organismos que prosperan en las grietas, a veces a costa de agruparse en comunidad. El editor independiente subsiste en la fisura.

De acuerdo a la experiencia de El Placard, ¿cuáles crees que son las características que debe tener un portal en la web, de difusión literaria?

La verdad es que, en El Placard, nunca hice nada pensando en los lectores. Si lo hice, en todo caso, fue desdoblándome y pensando en mí como lectora. Y a mí me gusta la variedad, pero también la profundidad, la rigurosidad y la permanencia. Quiero tener una biblioteca (o un blog) siempre a mano para encontrar lo que subrayé con mi lápiz azul, para volver  ahí a refrescarme la memoria.

Es cierto, esta red es un medio nada más, pero lo hacemos nosotros. Si somos idiotas, habrá idioteces. Si somos mágicos, habrá magia. Mejor, tratemos de ser mágicos, ¿no?

 

 

 

Para más información:  http://el-placard.blogspot.com/


Esta entrevista fue publicada gracias a la colaboración de:

Diana Moncada