Criticarte fue una publicación vanguardista orientada a la reflexión crítica sobre los fenómenos artísticos, urbanos y culturales de la ciudad de Caracas. Editada desde abril de 1985 por la Fundación para la Cultura y las Artes del Distrito Capital (Fundarte), irrumpió como una revista cuyo ejercicio pretendía concentrarse en una «doble tensión hacia la creación y la crítica» y en una apertura consciente hacia la autocrítica y las contradicciones (Editorial n° 0 de la revista).

En el nº 6 Miyó Vestrini apareció en la plantilla por primera vez como jefa de Información junto a otro de los grandes periodistas culturales del país, Pablo Antillano. Una vez más Miyó emprendía un proyecto que implicaba retos y exigía de un riguroso trabajo intelectual. Como pez en el agua, hizo gala en esas páginas de su particular manera de abordar los fenómenos culturales, su excepcional manejo de las fuentes periodísticas, su extraordinaria agilidad y agudeza como entrevistadora y su voracidad lectora para la sección de reseñas de las novedades editoriales.

Antonio López Ortega, director de la publicación, afirma que uno de los grandes aportes de Vestrini a la revista fue otorgarle a esta revista una impronta periodística: «Sabía lo que debía encargarse como reportaje, crónica o reseña. Era muy ducha para escoger a quién se entrevistaría y muy culta para abordar los fenómenos culturales» (López Ortega, entrevista personal, 2013).

Trabajos de gran calidad aparecieron en la revista con la firma de Miyó. Uno que destaca por el ingenio y la rigurosidad  fue un dossier que preparó en torno al oficio de la traducción literaria en diciembre de 1985. La periodista entrevistó a dos traductores venezolanos reconocidos del momento, Julieta Sucre y Juan Luis Delmont-Mauri y los confrontó en un diálogo sobre las problemáticas y los dilemas en el ejercicio de la traducción, hilvanando con destreza las ideas en tensión de dos formas de abordar la disciplina.

He aquí la lengua de una gran periodista en pleno ejercicio de traducción de los sentidos.

 Criticarte Nº 7 Diciembre 1985 1

 

¿Qué es traducir? ¿Un oficio, un azar, un acto de traición, una escritura de robot? Perplejidad. Ninguna definición de tan incómodo e imposible papel satisface ni a incautos, ni a precavidos.

Cada generación traduce de nuevo, y de nuevo, incansablemente, aportando sombrías o risueñas desmitificaciones. El texto llevado a contrapelo, se alborota, se aquieta, se enfurece y regresa siempre, lleno de otro con-texto. No hay, pues, tal Torre de Babel, sino una lengua propia, lalengua, así, pegado, con sus significados y significantes. El traductor tiene que conocer la suya, limpia y severamente, abordarla como a una prostituta huidiza, sacarle lalengua frente a un espejo y, finalmente, obligarla a decir la gran poesía con otra lengua.

Traductores, somos todos. Traducimos o nos traducen, ello depende de nuestra fuerza o de nuestra debilidad. Cuando Lacan juega de manera gozosa con las palabras, y las pone a saltar con resortes de caja de sorpresa, traduce. Cuando Borges hace que ocurra en español lo que ha ocurrido en inglés, y ejercita el modesto misterio, traduce. Y cuando escuchamos un capítulo de Dallas, en uno de sus múltiples doblajes, estamos siendo traducidos. Así de simple. Y ni tan simple.

No es lo mismo decir «J aime le fromage» que «Yo amo el queso». Alcanza lo surreal convertir «una vuelta de manzana» en un «tour a la ponme». Y es de ingenuos pensar que «I Want» significa «yo quiero», cuando en realidad es «yo carezco». Solo en apariencia puede parecer incomprensible el «je persevére» y el «je pére-sevére» de Lacan. Y, definitivamente, el francés empastela el inconsciente cuando hace el melancólico juego del calembour: «ce n’est pas la même  chose les populations laborieuses du cap que les copulations laborieuses du pape».

Si aceptamos que primero fue la traducción y luego el original (léase Antiguo Testamento), debemos admitir que toda la civilización depende de sus traducciones. Dependemos, atados de pies y manos y lengua, de esa figura imposible que es el traductor. Enemigo peligroso, si lo hace mal. Cómplice de alto vuelo, si lo hace bien.

He aquí dos traductores frente a frente, sumergidos en un diálogo de espejos. Julieta Fombona de Sucre es una excepcional cómplice de Silvia Plath, de Roland Barthes y de Yeats. Su sueño intimida: quiere traducir a Marcel Proust de punta a punta. Pero su escritura, que suena a guijarro bajo la lengua, hace posible creer en todo sueño. Juan Luis Delmont-Mauri tiene en sus manos Memorabilia, una colección de Monte Ávila para la traducción de textos escogidos y preciosos. Juntos, están compartiendo lalengua de Jacques Lacan. Traducen lo que muchos estiman intraducible: los seminarios que el maestro dictó durante treinta años. Proeza que, según ello, no lo es. De hecho, ningún traductor serio reconoce hacer buenas traducciones. Forma parte del imposible. De todos modos, estas traducciones son las oficialmente aceptadas. ¿Cien puntos para el país? ¡Ridículo!, responden al unísono: el país no necesita calificaciones. Está lleno de excelencias. El problema es que los venezolano, y el propio estado, pensamos en términos negativos.

Julieta y Juan Luis aceptaron hablar, ser grabados, sin importarles mucho la presencia de una tercera lengua. Corrieron el riesgo de ser traducidos. Y esto fue lo que ocurrió.

 

¿Traductor traidor?

Julieta. Uno de los problemas del traductor, es un problema de distancias. Cada lengua tiene una manera distinta de organizar el mundo. Y además, todo es un contexto. Hay que establecer la distancia que habrá entre el texto que llevas al español, y el inglés, por ejemplo. ¿Lo vas a poner completamente en español, es decir, parecerá que fue escrito en español? Si es así, no eres fiel al texto, porque no fue escrito en español. Si Lacan utiliza por ejemplo un refrán, puedes encontrar el equivalente, pero el refrán de Lacan puede estarse refiriendo a Ravelais o a La Fontaine. Encuentras un equivalente y es la voz de Sancho la que vas a oír, en la traducción al español. Yo diría que hay que encontrar un equilibrio entre una semántica y una semiótica. La semántica es el sentido: ¿qué dice este señor en inglés? Y yo lo digo en español. Pero, ¿cómo lo dice? ¿cómo se hace el sentido en inglés? Allí está el problema. Y en la poesía es particularmente difícil. Nabokov, dice por ejemplo que todo traductor de poesía es un ser fraudulento. La poesía no se puede traducir, pero de hecho se traduce, porque si no, no conoceríamos a Hölderlin, ni a Goethe. Hay un imposible, pero hay una cosa práctica: también se traduce poesía.

Juan Luis. Goethe decía que solo la gran poesía se puede traducir. Y como lo señala Borges, se dice exactamente lo contrario: la gran poesía no se puede traducir. Ambas cosas son verdades. Todos estamos de acuerdo en que en el Antiguo Testamento, en los evangelios, hay una gran poesía. Y muy pocos de nosotros habla el hebreo o el griego.

Julieta. Borges también dice que en la traducción está planteado el modesto misterio. Es verdad; dentro de una misma lengua uno traduce. ¿Qué es el diccionario? Traducir una palabra por otra.

Juan Luis. Un ideal de la traducción está en ese refrán italiano: traduttore-traditore, traductor-traidor. Traidor, porque efectivamente trae. Hay que partir de lo que dice el señor H. Mischonnic, de la Universidad de Jerusalén y traductor de las nuevas versiones de la Biblia al francés, responsable del nuevo establecimiento de los textos a partir del hebreo. Señala una cosa que se hace evidente: la cultura occidental, y no solo ella, empieza por la traducción, no por el original. Lo primero es la traducción, después surgen los originales, que a su vez se vuelven borradores para nuevas traducciones.

Julieta. Esto recuerda a Pierre Menard: escribir el Quijote en el siglo XX. ¿Por qué dice Borges que el Quijote de Pierre Menard es superior al de Cervantes? Porque Cervantes se movía con mayor naturalidad en su lengua, mientras que el pobre Pierre Menard tenía que usar una lengua arcaica. Pensemos en la traducción del Quijote al francés. Hay una traducción contemporánea por supuesto. Pero, ¿qué se plantea en este momento? El traductor es la persona más borrada que hay, porque cada generación vuelve a traducir. Entonces, ¿cómo traducir al Quijote? ¿En un francés del siglo XVII? ¿O no traducirlo? El anacronismo es otro problema.

Juan Luis. Eso del traductor que se borra… Hay un dato esencial: los traductores son la gente más famosa que hay. Los escritores son pensados como grandes porque han producido ciertas obras, La divina comedia o el Ulises. Pero esos señores eran, ante todo, traductores. Borges, entre los ratos libres que le ha dejado la traducción, ha escrito unos cuantos poemas, unos cuantos cuentos. Pero su actividad de toda la vida, ha sido la de traductor. El problema del traductor, nadie lo sabe, pero él sí, es terriblemente difícil porque se mide con lo más grande.

Julieta. El traductor es siempre invisible…

Juan Luis. Por eso aún más grande. Porque es lo que siempre ha pretendido el escritor de novelas: el poder decir, como Ulises, que no es nadie. Quizá uno de los grandes problemas actuales de la traducción, son los textos aparentemente menos difíciles de traducir. Los que uno ve en los periódicos. Es la destrucción de la lengua a partir de los textos periodísticos porque, justamente, estos textos son los más difíciles de traducir. Son aquellos en los que en el lenguaje no te ayuda a percibir el lenguaje, a medirte con tu propio lenguaje. Cuando traduces a Silvia Plath o a Dante, sabes inmediatamente a qué distancia estás de sus logros. Pero un señor del New York Times o un señor de la UPI, tienen una relación con su propia lengua que es de basurero. Inmediatamente, se va a embasurar la traducción en la lengua de uno. Contraponerse a eso exige un gran esfuerzo. Tienes que dedicar el día entero a hacer ejercicios de lengua  constante, metiéndose en el Quijote como lo manejaba Rosenblat, para conseguir la forma en castellano adecuada a lo inmediato. Las escuelas de idiomas tienden a plantear el problema de las traducciones, sin tomar en cuenta eso. A permitirles traducir las cosas literalmente, como si no estuviera ocurriendo nada.

Julieta. Tú estás planteando el problema como si hubiese una forma adecuada de traducir. Y es que no la hay. Yo no traduje a Silvia Plath: tuve que buscar el punto de equilibrio entre el inglés y el español. No es una poeta venezolana, peruana o española: es norteamericana. Lo más difícil es marcar eso y a la vez poner en español, no el sentido, sino su manera de organizar el mundo con su poesía. No hay traducción adecuada. Por eso, cada generación vuelve a traducir textos.

Juan Luis. Hay dos dimensiones en la traducción. Una como un hecho de civilización. La civilización descansa sobre la traducción. Pero la buena, no la mala. La destrucción de la civilización descansa sobre la mala traducción. Y la buena traducción no es adecuada, porque al mismo tiempo, la buena poesía se traduce y la buena poesía, no se traduce. Esto marca una inadecuación. Pero en el otro nivel, el de los textos periodísticos, sí es posible, sí es adecuada. Ah caramba, le dicen a uno, usted traduce a Lacan, ¡qué difícil! Es mucho más difícil traducir textos periodísticos.

Julieta. Esos textos implican que las malas mañas de una lengua se meten en otras. Es como el condicional francés «L’avion serait tombé dans la montagne». En español, el periodista traduce: el avión habría caído en la montaña. Esto no quiere decir absolutamente nada. Pero actualmente en Venezuela, todo el mundo usa el condicional así. Las personas bilingües o trilingües, saben que hay huecos entre las aguas. Pero los monóglotas militantes, no ven esos huecos y no tienen la culpa, puesto que en el periódico le están diciendo que el avión habría caído en la montaña.

 

Descubrir la lengua propia

Juan Luis. Yo creo que el descubrimiento principal que uno hace a través de las traducciones, es el de su propia lengua. El conocimiento de la otra lengua, hay que tenerlo y manejarlo muy finamente. Pero solo aumenta a través del conocimiento de la propia lengua. Cuando uno va a juzgar una traducción no mira el original sino la traducción. Lo que se está evaluando es si conoce su lengua.

Julieta. Ese es un problema primario. Lo que pasa es que hablamos mal el español y lo escribimos mal. Pero si lees Crimen y castigo en La Pleiade, tienes la impresión que Dostoievsky escribió eso en francés. Nunca te imaginas que está traducido del ruso. Virginia Woolf decía: ¿quién me garantiza que yo he leído a Dostoievsky? Claro, como dices tú, la traducción es un aprendizaje de la propia lengua. Pero, también, el lenguaje es lo que organiza el mundo. Entonces, se trata de trasladar todo de un contexto a otro contexto, que a veces son encontrados. Cuando en Francia se traduce una novela de Faulkner, se especifica: traducido del americano. Eso quiere decir algo, es geografía. Ya somos una especie de olla podrida, argentinos, peruanos, venezolanos, madrileños, tenemos que saber bien nuestra lengua.

Juan Luis. Aquí siempre pensamos en términos negativos. Hay un interés en ello. El indio Figueredo no habla mal el español, como lo hacen los locutores de televisión. El problema no es la destrucción de la lengua; el problema es que la gente que habla bien, no se le deja hablar. No se conoce el buen manejo del lenguaje que hay aquí.

Julieta. ¿Qué son Buenas y malas palabras? Un espejo de nuestro español, un espejo maravilloso. Rosenblat le va dando a cada venezolanismo, un pasado, una tradición. En nuestra situación de olla podrida, como dice Rosenblat, el idioma español no se ha destruido, y la prueba es que podemos seguirnos entendiendo.

Juan Luis. La lengua no se va a destruir. Su estructura está entera.

 

Leer es traducir

Julieta. Barthes decía que tenía fobia a los traductores que lo traducían porque desconocían la connotación de las palabras. En eso es injusto, porque si en algo piensa el traductor, es en la connotación de la palabra, en otro idioma. Es tratar de trasladarla a su lengua, sin que el espíritu de la suya ahogue lo que el otro está diciendo en su forma de organizar el mundo. En este sentido, se traducen significantes.

Juan Luis. El problema de la traducción gira en torno a los significantes. No es que se traduzcan, sino que todo lo que tiene que lograr gira en torno a los significantes y no a los significados, porque los significados sí se pueden traducir.

Julieta. El sentido se puede traducir, claro. Siempre. Pero también hay problemas de sentido.

Juan Luis. El significante es el que crea el sentido. Estamos discutiendo en falso. Todos los problemas de la traducción se resuelven una vez que has resuelto uno: lo que sucede en la traducción, sucede en tu propia lengua.

Julieta. Eso lo dije desde el principio.

Juan Luis. Tú me dices que el problema de la traducción no es manejar su propia lengua. Yo digo que sí lo es.

Julieta. No. Tú lees el Quijote o a Antonio Machado, y estás traduciendo aunque tú seas de lengua española. Leer es traducir, es interpretar.

Juan Luis. No es eso. Tú lees al Quijote y estás leyendo castellano, aunque sea una traducción del italiano. Es algo que está sucediendo en castellano, y es de buena ley que suceda. Entonces, lo que uno aprende traduciendo, es su propia lengua. Secundariamente, y de paso, uno aprende otras cosas, otras lenguas y hace que ocurran cosas en su propia lengua.

Julieta. No es su propia lengua. Aprende lo que es la lengua.

Juan Luis. La de uno, la real. No la lengua como cosa abstracta. Lalengua, pegado. Cuando alguien empieza a discutir la traducción de Lacan o las cosas de L’Étourdi, es en castellano. Y un castellano hecho en Venezuela.

Julieta. Pero L’Étourdi sucedió en francés. No en castellano. Entonces, no puedes decir que hemos puesto a suceder L’Étourd en castellano. Hemos tenido que intentar que en castellano suceda a medias, lo que Lacan hizo con L’Étourdi. Porque si Lacan hubiera nacido en España. Digamos, no escribe L’Étourdi como lo escribió.

Juan Luis. Pero desde el punto de vista nuestro de la traducción, deberás lograr que suceda en castellano. Por lo tanto, si me dices que sucede a medias, el límite que le pones a la traducción es en castellano. Lo que estás trabajando a partir de la incidencia de lo que ha sucedido en otra lengua, es tu lengua. Y de eso se trata.

Julieta. Un momento: la fuente es la otra lengua. No te olvides de la fuente.

Juan Luis. Sí, pero el problema es que una lengua está hecha para encontrarse con lo extraño.

Julieta. Por supuesto. Allí está Borges, para encontrarse con lo extraño, para escribir a contrapelo del español.

Juan Luis. La gente piensa que escribir a contrapelo del español, es que si en francés usan tal forma, tú lo pones literalmente. Walter Benjamin lo dijo: en la traducción se trata de hacer intervenir lo extraño en la propia lengua. Benjamin lo hacía en perfecto alemán, era verdaderamente extraño, porque era verdaderamente alemán. Mientras que lo que uno ve en los periódicos, no es extraño, es malo simplemente.

Julieta. ¡No vamos a confundir planos!

Juan Luis. Pues cuando Benjamin dice eso, está confundiendo los planos. Y le falta agregar que no es simplemente hacer intervenir a la otra lengua en la tuya, sino hacer intervenir a la otra lengua en los medios de la tuya. Y eso es lo más difícil. Resumiendo: yo considero esencial la traducción para el conocimiento de la propia lengua. Un país que no es capaz de traducir no tiene lengua propia.

Julieta. Pero hay un problema: un país que se deja traducir como el nuestro, con traducciones de la televisión y series enlatadas. La gente dice por ejemplo: hasta mañana sale el tren. A cada rato. Nos dejamos traducir. Hay que traducir, pero no dejarse traducir.

 

Toda lengua lo puede todo

Juan Luis. El hecho que traduzcamos a Lacan en Venezuela demuestra que hay tanta posibilidad y capacidad de traducir al castellano una obra importante como en México, España, Argentina o Puerto Rico. A mí esto me parece esencial, mucho más que decir que en Venezuela estamos hablando mal el castellano o que no hay traductores. En Venezuela, el estado se limita a decir: no hay traductores, no se puede hacer traducciones, no se puede hacer traducciones, hay que buscar lectores, etc.

Julieta. La condición del traductor es muy especial. Es producto del azar. El traductor es un azar. No es un oficio, y yo creo que no se puede enseñar a traducir.

Juan Luis. Se puede aprender…

Julieta. Sí, pero a partir de una persona que haya experimentado que no hay una lengua, sino más de una. Y que su propia lengua es una más.

Juan Luis. Y más de una.

Julieta. Lacan es una cosa que le sucedió al francés.

Juan Luis. Mucha gente cree que escribir como Lacan es escribir cosas raras. Cuando Lacan escribe algo puede parecer extraño, pero un conserje francés lo entiende.

Julieta. En español, tenemos que lograr que se asequible. Las traducciones de Lacan al español, no son ni francés, ni español. No las entiende nadie. ¿Que le suceda al español lo que al francés con Lacan? No creo. Pero sí, que haya un trabajo sobre el español. Él dice: «je persévère», «yo padre-severo», «yo persevero». Eso no se puede traducir. Pero en español, se puede trabajar de la misma manera. Baltazar Gracián, por ejemplo, dijo del poeta portugués Camoes, ¡qué amo es! Para decir que es un gran poeta.

Juan Luis. Simplemente, se trata de transmitir en castellano lo que susciten cosas del mismo orden. Lacan dice en uno de sus seminarios: toda lengua, por definición, puede todo. Una vez dicho eso, se sabe de antemano, que toda lengua, su lengua, las lenguas que uno habla, pueden todo. Por sus propios medios, a su propia manera, con su propia forma. Allí empieza la responsabilidad verdadera: tú puedes traducir de una lengua y que suceda lo mismo.

Julieta. Lacan es una cosa que le sucedió al francés. Shakespeare una cosa que le sucedió al inglés. Tenemos que escoger: traducir a Lacan tratando que en castellano funcione.

 

 

Miyó Vestrini (Nimes, Francia, 1938) fue poeta, periodista y narradora. Es piedra angular del periodismo cultural venezolano. Su estilo incisivo, versátil y descarnado inauguró el género de la entrevista literaria. Columnista, editora, locutora, guionista, su talento múltiple y único fue abonando los medios impresos, radiales y televisivos. Trabajó como guionista en la industria televisiva nacional. Trabajó en el Diario Occidente, La República, El Nacional; dirigió las páginas de arte de El Nacional y el Diario de Caracas. Junto a Antonio López Ortega, coordinó la revista CriticArte. Dirigió el suplemento infantil El Cohete. En dos oportunidades obtuvo el Premio Nacional de Periodismo (1967, 1969) y además fue agregada de prensa de la Embajada de Italia. En el 2008, la casa editorial El Nacional publicó su biografía escrita por la periodista Mariela Díaz Romero.

~

La introducción de esta entrada, así como la digitalización de las páginas de la revista CriticArte (número 7, diciembre, 1985), estuvieron a cargo de Diana Moncada. La cabecera fue diseñada por Samoel González Montaño, a partir de un detalle de un retrato de archivo. Néstor Mendoza realizó la transcripción y revisión de la entrevista.