Recibiendo el Premio Concurso de Cuentos de El Nacional en manos de Miguel Otero Silva, 1984. Cortesía de la autor

 

Definirse como escritora de oficio no separa a Ana Teresa Torres de la realidad. Cuando le toca hablar, anda sin rodeos; tras cada frase que suelta revela cierto pragmatismo con el que encara la vida. Es directa, concisa, tajante. Una condición que no le arrebata la curiosidad propia de quien, escuchando las voces adecuadas, crea mundos para lectores que entran y salen cuando quieren.

I

PERMISO PARA HURGAR EN LA MEMORIA

Es corriente suponer que todo aquel que se dedica al oficio de narrar construye el conglomerado de su obra sobre el cimiento de la memoria. Ana Teresa Torres, sin embargo, asegura con la misma contundencia del protagonista de Funes el memorioso: «Mi memoria, señor, es como un vaciadero de basuras». Aunque podría pensarse que para la autora de El exilio del tiempo [1990] y Malena de cinco mundos [1997], echar mano del pasado es una vía fácil, sucede lo contrario, ella siempre se pasea por terrenos ficcionales.

Hurgar en los episodios del pasado, entonces, es como recoger escombros. «Tú no recoges hechos o circunstancias, te refieres a ellos, pero realmente son residuos que reciclas para recrearlos de otra manera, para darles una nueva vida. La gente cree que de verdad tú te acuerdas de algo; es cierto, tienes conexiones, no te lo estás inventando, pero cuando vuelves a verlo, percibes otra cosa. No recuerdas de la misma manera porque construyes otra memoria».

¿Y cómo eludirla si está allí, a veces tan visible, tan cercana, tan palpable? Como en una cronología en imágenes por circunstancias elegidas por la escritora sin ningún criterio especial, en las que aparecen personas importantes, en momentos también importantes: en brazos de su madre y su padre; meciendo a sus hijos y nietos; posando junto a poetas y amigos o en medio del panel de un acto en alguna feria del libro. Entre tantas, salta una fotografía en la que se muestra junto al periodista y escritor Miguel Otero Silva, en ocasión de la entrega del Primer Premio del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional, por «Retrato frente al mar».

A pesar de que conocía al fundador del diario venezolano, confiesa, nunca le comentó que participaría: «Miguel me dijo: ‘Menos mal no me dijiste que ibas a concursar porque te hubiese dicho que no lo hicieras para que no te desanimaras si perdías’. Yo ya había enviado otras veces y no había ganado, pero nadie se puede desanimar por eso».

Fotografía: Roberto Mata.

Escritora con valentía que no se amilanó con el primer revés, Ana Teresa Torres admite que ganar aquel concurso en 1984 significó la entrada al mundo literario; y continúa relatando: «Fue el momento en el que dije: ‘Esta es una posibilidad real que tengo’; y me puse a trabajar con más persistencia en una novela que estaba empezada pero no trabajada. Yo le tengo mucho agradecimiento a ese premio porque para mí fue como una autorización, así como cuando te gradúas y te dan un título; en la escritura no existe eso, pero ese premio era muy importante, tenía mucho prestigio, cualquier narrador quería ganarlo, quizás todavía es así, no lo sé».

Hoy, novelista con más de 25 años de trayectoria, escribe a tiempo y a destiempo, incluso a ratos, aunque no es un oficio que define según el sentido utilitario de las cosas: «Escribir, en realidad, no sirve para nada —sentencia—. De servir sirve porque ilumina el sentido de la vida, sino sería una vida solo de actos». El valor que le atribuye es el de una experiencia similar a la de un niño que está frente al mar y es rozado por una sensación de libertad ante la inmensidad, una sensación de que la vida es infinita.

Esa misma fascinación es la que sentía por los libros cuando era una niña y se veía envuelta en la magia de las novelas, en las que conocía a personajes cuya vida le parecía más real que la propia. Era un verdadero privilegio adentrarse en las historias recreadas en mundos ajenos, inexplorados, inventados por otros y a los que no pertenecía del todo.

«Es maravilloso porque te metes en el libro y es como que pudieras ver la vida completa. En la novela, el autor abre y cierra, sientes que la vida de las personas tienen consistencia». En cambio, asegura, la realidad no es así. «En la vida de hoy, que es muy rápida, apenas ves fragmentos de ti mismo y hasta la identidad se dispersa».

Cualquier vida puede ser una novela, ¿a qué voces responde su literatura?

—Las voces vienen, no se pueden buscar. Es decir, se pueden buscar, pero no es una buena idea, no se pueden forzar. Por ejemplo, en Doña Inés contra el olvido [1992] hallé una voz fuerte que me llegó en un momento dado. A veces justamente tratando de escribir, estás buscando la voz y no hay manera de que llegue. Te puedes empeñar en construirla, pero es algo misterioso como ocurre. En casi todas mis novelas diría que está esa voz, pero no siempre es la misma.

Fotografía: Jaime Ballestas.

Usted es una escritora de oficio, ¿qué significa exactamente el oficio de escribir?

—No sé, no sé… Durante muchos años estuve cabalgando entre dos oficios, el de psicoanalista y el de escritora, hasta que hacia el año 92 me di cuenta de que no podía, de que no tenía el tiempo para hacerlo. Entonces dije: «Voy a tratar de ser una escritora a tiempo completo», que no es escribir a tiempo completo, porque para mí no es posible, pero sí darle el valor de un oficio, no tenerlo como un pasatiempo o una afición. Esa es otra cosa.

¿Cómo se adquiere esa conciencia de escritor?

—No sé, es algo que de pronto está en ti, de pronto viene. El premio del que hablábamos tenía importancia porque era algo como exterior. No es que tú decides, es que otros han pensado que lo que tú escribiste valía la pena. Eso tampoco sería suficiente. Yo creo que esa conciencia se adquiere en el hecho mismo de escribir.

¿Tomar este camino literario ha supuesto alguna contradicción?

No tanto una contradicción, sino la necesidad de escoger que está siempre en la vida. Tú en la vida estás permanentemente haciendo elecciones: eliges algo, eso significa que dejas algo. No lo sentí nunca contradictorio, las dos cosas —la psiquiatría y la literatura— están en mí, lo que no estaba en mí era hacer las dos cosas a la vez.

La vida está  llena  de renuncias…

—La cosa es que lo que elijas valga la pena.

¿Para usted ha valido la pena?

—Sí, ha valido la pena. Siempre hay una búsqueda de equilibrio, pero sí ha valido la pena. Si volviera a vivir lo haría igual, no lo cambiaría.

II

AQUELLA QUE EXPERIMENTA NOSTALGIA DE FUTURO

Es común creer que toda la gente experimenta nostalgia cada vez que se remonta a momentos vividos o incluso a espacios físicos. Ana Teresa Torres, en cambio, se sujeta al presente. En ocasiones, mientras transita por la ciudad y se le atraviesa el Ávila hurgándole los afectos, siente que esa imagen no se modificó con el paso del tiempo, pero no se detiene en estas cavilaciones durante mucho rato. Ella prefiere quedarse en el ahora.

«Yo tengo más bien nostalgia de futuro porque en mi generación creíamos que este era un país aspiracional. Entendimos el país desde las aspiraciones a la construcción del futuro y eso no ocurrió. Empezó a andar y se detuvo; y ahora, por lo menos desde mi punto de vista, retrocedió. Varias generaciones pensaron que iba hacia adelante y ahora decimos: ‘¿Qué pasó?’. Es distinto a generaciones posteriores que nunca la tuvieron, porque cuando fueron conscientes, empezaron a ver un país detenido».

¿Cuándo se generó la pérdida de consistencia de esta promesa aspiracional? No hay una fecha definitoria. Ana Teresa Torres cree que se remonta hacia la década de los 90. Pasada la barrera del 2000, no se trató solo de un país detenido sino en regresión severa, y considera que en la actualidad Venezuela es la imagen de una cola de cientos de personas esperando un autobús en la noche sin la certeza de que podrán montarse. «Eso es lo que me parece que es el país: gente esperando algo que no sabe si va a llegar, que necesita esperar, no tiene otra alternativa».

Fotografía: Jaime Ballestas

¿Este país, nuestro país, se ha leído a sí mismo?

En la literatura venezolana está nuestra historia sentimental, no la política, ni la militar. Los referentes están allí, pero no basta con que esté escrita, también es importante leerla y éste es un país que no ha leído mucho. Todo lo que pasa actualmente muestra a un país que no se conoce bien porque no se ha leído bien. Yo diría que apenas está empezando a hacerlo.

¿Qué se está escribiendo ahora?

—Leo poca poesía, esa es la verdad. Yo creo que lo que más se está escribiendo es crónica. Me parece que es el género que está más presente, respondiendo a las circunstancias, es una escritura más inmediata. Puedes hacer una crónica de algo que acaba de ocurrir, que acabas de ver, pues material sobra. Se ha tocado el tema de la emigración, del desarraigo, que eso no estaba pensado en la literatura venezolana. Son temas nuevos que están apareciendo porque se dio una nueva realidad, y lógicamente el escritor escribe lo que está pasando, lo que está viendo.

¿Cómo escribiría la historia de lo que pasa hoy?

—Para escribir novela se necesita distancia y la distancia la da el tiempo. Me parece muy difícil  novelar los acontecimientos cuando los tienes encima. Yo, por ejemplo, no logro tomar la distancia de lo que veo, de lo que vivo, ni siquiera sé lo que vivo, porque van pasando tantas cosas que no logro ponerlo en la distancia de la ficción.

Entonces le tocará a otros…

—Sí, les tocará. Lo puedes ver en la prensa, páginas web, blogs, libros. Todo el mundo quiere expresar lo que está viendo. Y está bien, porque es recoger el testimonio de lo que pasa. Para qué servirá más adelante, es otra pregunta.

¿Y usted sigue escribiendo?

—Sí, he estado escribiendo, pero no una novela. He estado tratando de hacer algo un poco acorde con el momento, no un diario, no una crónica, no es una memoria, es todo eso, tratando de relatar algo en primera persona de este tiempo.

En este país detenido, ¿qué espera usted?

—No espero ver lo que quizás mi generación quería, pero desearía que éste dejase de ser un país en espera.

 

 

 

Ana Teresa Torres [Caracas, 1945]. Novelista, ensayista, cronista y columnista.  Psicóloga egresada de la UCAB, fundadora de la Sociedad Psicoanalista de Caracas y miembro  de la Asociación Psicoanalítica Internacional.  Ex profesora de la Escuela de Psicología de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV. Obtiene el Premio Anual Concurso de Cuentos de El Nacional [1984], Premio de Novela de la I Bienal Mariano Picón-Salas, Mérida [1991], Premio Anna Seghers, Berlín, [2001] entre otros galardones nacionales e internacionales.  Ha publicado  El exilio del tiempo  [1990], Doña Inés contra el olvido [1992], Vagas desapariciones [1995], Malena de cinco mundos [1997], Los últimos espectadores del acorazado Potemkin [1999], La favorita del señor [2001], Cuentos completos (1966-2001) [2002], El corazón del otro [2005], Me abrazó tan largamente. En Dos novelas [2005], Nocturama [2006], La fascinación de la víctima [2008], La herencia de la tribu [2009], La escribana del viento [2013], entre otros títulos. Es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua, donde ocupa el Sillón Letra “F”, a la que se incorpora el 16 de enero de 2006.

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María Laura Padrón [Puerto Cabello, 1992]. Periodista egresada de la Universidad Arturo Michelena [UAM]. Forma parte de la iniciativa cultural Transeúnte.  Su trabajo periodístico ha sido publicado en los diarios  El Nacional, Notitarde y en la revista digital El Estímulo. 

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 La cabecera principal fue diseñada por Samoel González Montaño a partir de un retrato de Jaime Ballestas. Carlos Alfredo Marín realizó la revisión del texto y el montaje web. La dirección fue de Faride Mereb.