Cómo decir hoy, pensando sobre todo en el lector joven que se inicia en la poesía, algo de valor, más allá de la trivialidad biográfica. Sería una pregunta ingenua si no se tomara en cuenta que los problemas que el poeta enfrentó hoy parecen corresponder a un pasado muy remoto, tanto en el terreno propiamente de la poesía como en el del contexto social y político en el que esta se produjo y fue recibida y leída. Pareciera que nuestro tiempo decidió, hace un par de décadas, desentenderse de los grandes temas que agobiaron al siglo pasado; que hoy la literatura es un despreocupado consumo de cosas nuevas o viejas. ¿Qué significa, por ejemplo, el affaire Dreyfus para la generación despolitizada de nuestros días? Posiblemente muy poco, una mera referencia en las enciclopedias. Para miles, en cambio, fue un episodio frente al cual se definían las personas y las corrientes culturales y políticas de manera inequívoca. ¿Qué importancia tiene para nuestros lectores la controversia entre «inspiración» y «construcción deliberada», que en su momento dividió el mundo de la creación literaria en dos mitades irreconciliables? ¿Es pertinente hablar todavía de poesía comprometida en oposición a la poesía pura? Es muy posible que al lector de hoy estas preguntas le sean indiferentes o incluso que carezcan de sentido.

Seguramente nada cambiará en nuestra lectura de El cementerio marino si sabemos que Valéry formó parte de los «anti-Dreyfus» (los nacionalistas franceses antisemitas), a contrapelo de los más lúcidos de su generación y de sus amigos más cercanos, como André Gide. Contra la moda surrealista, que invocaba el misterio y la magia de la inspiración, ya fuera de dioses extraños o de los lugares recónditos del inconsciente, nuestro poeta defendió con rigor y pasión, en innumerables páginas de gran belleza y de cierta injusticia, su idea de una poesía como actividad pura del intelecto, de hecho, como una actividad secundaria que solo se justificaba en la medida en que daba expresión a las potencias de la mente, lo que explica tanto sus prolongados silencios poéticos como la creación de ese personaje imposible e inolvidable que es El señor Teste. Tampoco es posible que nos afecte mucho si sabemos que evitó consistentemente el llamado compromiso político, tan urgente para muchos de sus contemporáneos, practicando una especie de ciudadanía ejemplar e incuestionable al servicio de las instituciones del Estado: fue miembro de la Academia Francesa, uno de los templos del conservadurismo cultural de su país y un defensor del colonialismo, lo que nos permite calificar su falta de compromiso así: se abstuvo de todo compromiso con los pobres mas no dudó en comprometerse con lo peor de su sociedad; pero no seamos injustos: a pesar de su mezquindad y de su complacencia con los dominadores, tuvo un gesto honorable con el filósofo judío Henri Bergson, en plena ocupación nazi de Francia, que no debe haber sido fácil.

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Sète, lugar de nacimiento de Valéry y espacio que motivó la escritura de El cementerio marino

Esta brevísima enumeración de tópicos sabidos por los lectores con más experiencia apenas si nos acerca a su poesía y al texto que estas líneas flanquean. Este poema debe ser leído sin muletas, explicaciones o interpretaciones, al menos si se pretende respetar las intenciones del autor y la lógica misma del texto. Se trata de un ejercicio del intelecto, desprovisto de cualquier apelación misteriosa a la inspiración, a los arquetipos o a los símbolos, temas favoritos de la crítica superficial. Esto no significa en absoluto, como el lector comprobará desde los primeros versos, que el lirismo, la belleza y las evocaciones de mundos que resuenan con las imágenes del poema estén ausentes o carezcan de importancia. Su belleza consiste, precisamente, en la capacidad de evocar estos mundos espirituales sin los manidos recursos del sentimentalismo, la metáfora fácil o la rima complaciente. Ni llamadas a la redención de los humildes, ni interpelación esotérica del lector abrumado por frases incomprensibles, quien se pasee por estas estrofas no dejará de sentir el ritmo inquietante del mar y el destino y la vida del poeta figurado en una cifra: Valéry sería sepultado en Sète, el pueblo en cuyas costas se encuentra el cementerio inmortalizado en el poema.

Las eternas y reiteradas inquisiciones sobre la naturaleza de la poesía, la dicotomía entre inspiración y construcción deliberada (¿el poeta inventa o encuentra? ¿El poema sale de su alma o está implícito en las posibles combinaciones de las palabras?), por mucho que cada tanto alguien declare como superadas, afloran aquí con toda su fuerza. Este es un poema  que ostenta, en cada verso y en cada estrofa, en la selección de las palabras y en la construcción de las imágenes, como un desafío,  una declaración de principios, una insistencia con las obsesiones del poeta, que solo es posible obviar si se lo lee mal. Ha sido calificado de cerebral, de frío, de formalista; Valéry hizo y dijo mucho para que estas calificaciones se hicieran corrientes en una época. La verdad es que un lirismo, una belleza difícil de señalar o analizar, una corriente de misterio, un alumbramiento de lo que pudiera ser una verdad profunda, son insinuados en cada línea. Que estos se encuentren rígidamente acotados por el peso de la forma, pensamos, no se puede negar ni minimizar; creer que la forma los elimina o disminuye en cualquier medida es un error que una lectura desprejuiciada debería disipar. Lo que creemos vale la pena señalar es que esta contradicción existe y que lejos de menoscabar los méritos del poema tiene la virtud de señalar con precisión los sutiles límites de la expresión humana, sus paradojas y aporías.

Hoy es difícil resistir la tentación de buscar las respuestas a todos los enigmas en Google, entre otras razones, porque esta maravilla tecnológica pone en nuestras manos toda la bibliografía existente sobre casi cualquier cosa. Si buscamos datos precisos, citas exactas, pasajes de libros o incluso obras enteras muy probablemente lo encontraremos, muchas veces sin ningún costo económico. Pero cuando queremos apreciaciones críticas, opiniones de peso, ideas para compartir o de las que aprender, las cosas cambian; en estos casos, el inabarcable alud de datos de todo tipo que nos proporciona internet apenas compensa la banalidad extrema que caracteriza, con poquísimas excepciones, a la miríada de blogs, columnas de periódicos y artículos de revistas especializadas que no hacen otra cosa que parafrasear y recombinar, cuando no repetir directamente, las palabras de los críticos eminentes. Si el lector va a buscar información sobre Valéry en Google sin una formación literaria sólida esta crítica de segunda mano solo será fuente de confusiones. Recomendamos entonces leer a los buenos autores, descargados gratis o de manera pirata o en su antigua encarnación de libros físicos. Entre ellos nos atrevemos a recomendar, en primer lugar: Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Theodor Adorno, Walter Benjamin. Los autores son innumerables; es nuestra convicción, o nuestro prejuicio, que los mencionados han escrito páginas que vale la pena leer. Ahora bien, la crítica, como la poesía, es siempre y por sobre todas las cosas una experiencia personal, como el amor o el odio, que no son sino formas imperfectas de aquellas y por tal razón el lector curioso debe probar este terreno sin más ayuda que la de su corazón, que bien visto, es siempre su mejor guía.

 

Paul Valèry (Sète, 1871- París, 1945). Poeta, teórico de la poesía  y una de las figuras intelectuales más destacadas del siglo XX. Valéry se interesó con igual intensidad por las ciencias exactas, la filosofía y el arte. Esta amplitud temática, lejos de dispersarlo, le dio una perspectiva lúcida de la lengua francesa, del pensamiento moderno  y la cultura europea. Su obra poética es exigente, delicada y meticulosa. Entre sus poemas más conocidos se encuentran La joven parca y El cementerio marino, publicado inicialmente en 1920. Su libro Teoría poética y estética  (1957) compila parte de su producción en torno al pensamiento creador.

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Guillermo Cerceau (San Luis, 1957). Escritor y conferencista argentino. Reside en Venezuela desde 1973. Es autor de Las palabras sobre la mesa (inédito, 1988), Equivalencias (1998), Fragmentos sublunares (1999), Sueño y vigilia (2000), Sólo en cuanto mortales (2002), También el humo tiene su forma (2000), Muere el elefante (2007), Teoría de las despedidas (2007) y Oculta tu rostro (2009). Ha dictado conferencias sobre temas culturales desde la década de los 80.

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«Paul Valéry y El cementerio marino» es un ensayo inédito de Guillermo Cerceau. La cabecera fue diseñada por Samoel González Montaño, empleando un detalle de un retrato de Philippe Halsman. Néstor Mendoza realizó la revisión del texto.