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Fotos de Diana Moncada

Es probable que muchos no atisbarían a creer que la Miyó Vestrini rabiosa y desenfadada de Pocas virtudes dedicó años de su vida a la realización y el sostenimiento de un proyecto para niños, que la hizo merecedora del Premio Nacional de Periodismo en el año 1979.

Se trata de El Cohete, un periódico infantil que vio la luz por primera vez el 23 de junio de 1979 y que comenzó a circular encartado en El Diario de Caracas a partir del 14 de septiembre de 1980. Mariela Díaz, en su biografía sobre Miyó Vestrini, relata que fue la editora María Di Mase quien la alentó a emprender un proyecto de tal envergadura, que a todas luces parecía un enorme reto: trasladar al universo de la infancia temas de los que, en su gran mayoría, los niños habían sido sistemáticamente excluidos.

Pero además suponía un desafío gráfico. El Cohete debía ser un periódico atractivo que los niños desearan comprar y coleccionar con el propósito de aprender, informarse y divertirse. Para esta misión, el diseñador Jorge Blanco acompañó a la periodista en la dirección artística, sin duda una de las fortalezas de la publicación. Así fue cómo El Cohete despegó y se ganó el corazón, pero sobre todo el pensamiento, de infantes ávidos de información que quincenalmente enviaban sus cartas, opiniones, sugerencias y mensajes de cariño al equipo que hacía posible la circulación de un periódico como este.

El primer número de El Cohete despertaba las mejores expectativas, no solo para los más pequeños, sino para quienes conocían en Miyó Vestrini su capacidad infinita de relacionarse con los niños sin subestimarlos.

El periódico nació como una punta de lanza en el panorama de las publicaciones infantiles en Venezuela que comenzaron, a partir de la década de los setenta, a circular con regularidad: El Barquito (1978), Perro Nevado (1979), La Ventana Mágica (1985), las editoriales Ekaré y Ediciones María Di Mase, esta última responsable también de El Cohete; publicaciones que prosiguieron la labor que desde hace años revistas como Onza, Tigre y León (1938) y Tricolor (1949) venían realizando, macerando así el auge posterior de este tipo de proyectos en Venezuela.

 

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Con El Cohete, Vestrini reivindicó el derecho de los niños a estar informados sobre los asuntos que normalmente se piensa son cosas que solo le competen a los adultos. La editorial del primer número no podía ser más entusiasta: «El mundo está lleno de noticias. De acontecimientos grandes y pequeños. Y es un mundo tan tuyo como nuestro. Tus derechos son muchos, pero El Cohete piensa que el más importante de todos, es tu derecho a opinar». Y continúa la escritora con la invitación a establecer una relación de intercambio con sus pequeños lectores: «Por eso queremos que tú mismo digas las cosas que desearías conocer a fondo. Intentaremos mantenerte informado y tú por tu parte escribe lo que quieras, lo que sientas».

De esta manera la periodista se adentraba en el escabroso y difícil mundo de las publicaciones infantiles de carácter periódico. El Cohete contaba con algunas secciones fijas; en ellas Vestrini se lucía por una prosa capaz de hablar de temas complicados con un lenguaje sencillo, mas no reduccionista.

Entre las secciones fijas del periódico destacaban las de «Arte» y «Literatura», en las que Vestrini cada quince días presentaba perfiles de artistas y escritores, con curiosidades en torno a sus procesos de creación, la importancia de sus proyectos artísticos y sus influencias; en «Ecología», la periodista planteaba temas de importancia para la conservación del ambiente; y en «Alimentación», proponía temas para educar los hábitos alimenticios de los lectores.

Cada número contaba con un tema central abordado a través de reportajes, en los que la revista traía a colación temas de actualidad política, social y económica de importancia para la colectividad local e internacional, así como otros asuntos más recreativos que despertaban la curiosidad de los lectores. En ese espacio, fueron desarrollados por Vestrini temas de complejidad como el Tratado de Salt entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la Revolución Popular Sandinista, la existencia de los países no alineados, la crisis eléctrica, el Pacto Andino, entre otros.

Lo interesante de plantear estos temas es que Vestrini, sin temor y sin recelo, le hablaba a los niños con la misma responsabilidad con la que escribía sus otros trabajos periodísticos, pero sin establecer distancias insoslayables con su audiencia y comunicándose con un tono de complicidad. Por las páginas de El Cohete se planteaban interrogantes como «¿Por qué hay motines en la cárcel Modelo?»; «No hay agua en Caracas, ¿de quién es la culpa?»; o se desentrañaban las posibles causas de las huelgas de maestros; trabajos en los que la periodista no solo respetaba el ingenio de los infantes, sino que además les ofrecía los diferentes puntos de vista de la noticia para que ellos mismos interpretaran y llegaran a sus propias conclusiones.

El Cohete disponía de un espacio para la correspondencia en el que los pequeños lectores, desde el segundo número de aparición, tuvieron la oportunidad de expresar sus impresiones de la publicación y sus recomendaciones a la directora con respecto a sus temas de interés.

Muy pronto este se convirtió en un fructífero espacio que con seguridad nutrió de manera invaluable al periódico, en el sentido de que cada vez se cerraba más la brecha entre los contenidos que los lectores pedían y los que El Cohete traía cada quince días. Sin embargo esta sección no se limitaba a un lugar para expresar opiniones, también se publicaban cuentos y poemas de los lectores que le seguían el pulso al periódico.

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Paulatinamente, Vestrini introdujo nuevas secciones en las que tenían cabida temas de educación sexual, deportes, cine, psicología y juegos. Además se fueron incorporando nuevos colaboradores para las secciones: Orlando Araujo escribía sobre temas económicos; Jesús Cova en Deportes; Marta de Queralt en Psicología; Zulay Becerra colaboraba con las fotografías; y Eneko colaboraba junto a Jorge Blanco con las ilustraciones de las páginas que le imprimían al periódico un dinamismo y una factura innegable.

Justamente lo que hacía especialmente atractiva a la publicación era la propuesta ilustrativa de Jorge Blanco, y más tarde de Eneko; y la arriesgada diagramación propuesta por Zaida Roauseo. El mayor reto en este terreno, según Blanco, era «lograr un lenguaje gráfico que fuera suficientemente atractivo para este público tan especial». El trabajo consistía, según él, «básicamente en seleccionar y traducir en lenguaje sencillo y claro las noticias internacionales, sin perder la importancia ni menospreciar las capacidades intelectuales de los jóvenes lectores».

El proceso de ilustrar implicaba, para Blanco, complementar «los magníficos» artículos y reportajes de Vestrini. Sin embargo, a pesar de la calidad del trabajo y de la premiación de la publicación, los problemas financieros terminaron por asfixiar el proyecto completamente.

Una lástima, piensa Blanco, pues «aparte de ser una idea muy original para Venezuela, era un formidable esfuerzo por realizar una inmensa contribución a la formación integral de las nuevas generaciones. Evidentemente Miyó cumplió un papel fundamental como directora de este medio», relata el diseñador, quien mantuvo con la escritora una relación especial de trabajo y amistad.

Varios proyectos quedaron en el aire entre este par, cuenta Blanco: entre ellos un libro de poemas de Vestrini ilustrado por Blanco; una revista de artes para un público infantil; y la edición de un libro sobre el famoso personaje creado por el diseñador, «El Náufrago», con prólogo de la poeta y periodista.

El Cohete es uno de esos proyectos que yacen dormidos absorbiendo polvo en las colecciones de la Biblioteca Nacional y que bien valdría la pena estudiar a profundidad como un estandarte del periodismo infantil, hoy tan ausente y esquivo en nuestro país.

Estas breves aproximaciones dejan más preguntas que respuestas y más dudas que certezas; por ejemplo, dejan entrever la evidente ausencia de investigaciones en torno a las publicaciones infantiles en Venezuela, la inexistencia pasmosa de materiales relacionados a estos temas en los buscadores de las principales bibliotecas del país, el desinterés por la creación de productos informativos y recreativos para la población infantil, el olvido injusto de proyectos que como El Cohete fueron parte del divertimento y del aprendizaje de varias generaciones.

¿Qué pasa con el periodismo infantil en nuestro país? ¿Existe? ¿Dónde están sus vestigios? ¿Tendrá posibilidades de existencia en esta era de selfies y snapchats? De ser afirmativa la respuesta, Miyó Vestrini es, nuevamente, una fuente obligatoria de consulta.

 

NOTAS DE LA AUTORA

En este texto se hace referencia a una entrevista personal hecha a Elisa Maggi en el año 2013. En la referida entrevista Maggi, gran amiga de la poeta y periodista, relató varias anécdotas que evidenciaban esta característica especial en la personalidad de Vestrini; entre tantas, la complicidad de la escritora con sus ahijados, quienes le profesaban amor y admiración, al tiempo que se sentían comprendidos por ella, según Maggi.

En este texto también se hace referencia a una entrevista personal hecha a Jorge Blanco en el año 2014.

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Diana Moncada (Caracas, 1989). Poeta y periodista cultural. Autora del poemario Cuerpo crepuscular, ganador del Concurso de Autores Inéditos de Monte Ávila en el 2013. Prologuista del libro Al filo de Miyó Vestrini, de nuestro sello editorial. Colaboradora de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Con su poema «La negritud de un lejano caballo» ganó mención para ser publicada junto a 30 jóvenes autores en el libro Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas 2016.

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El header fue realizado por María Betania Núñez, a partir de una fotografía de Luis Brito a una de las muñecas de Armando Reverón. La revisión y edición del texto estuvieron a cargo de Graciela Yáñez Vicentini.