Fotografía: Jordi Socías

 1. Los catálogos deben dividirse lo más posible: debe ponerse mucho cuidado en separar el catálogo de los libros del de las revistas, y éstos del catálogo por materias, por no hablar de los libros de adquisición reciente de los libros de adquisición más antigua. Posiblemente, la ortografía, en los dos catálogos [adquisiciones recientes y antiguas], debe ser diferente; por ejemplo, en las adquisiciones recientes, armonía empieza por A, en las antiguas por H; Chaikovski, en las adquisiciones recientes por Ch, mientras en las adquisiciones antiguas por Tch, a la francesa.

2. Las materias deben ser decididas por el bibliotecario. Los libros no deben llevar en el colofón una indicación sobre las materias bajo las que deben enumerarse.

3. Las signaturas deben ser intranscribibles, posiblemente muchas, de manera que quien rellene la ficha no tenga nunca sitio para poner la última denominación y la considere irrelevante, y luego el empleado pueda devolverle la ficha para que la vuelva a rellenar.

4. El tiempo entre solicitud y entrega debe ser muy largo.

5. No hay que entregar más de un libro a la vez.

6. Los libros entregados por el empleado, al solicitarse mediante una ficha, no pueden llevarse a la sala de consulta, es decir, hay que dividir la propia vida en dos aspectos fundamentales, uno para la lectura y otro para la consulta. La biblioteca debe desalentar la lectura cruzada de los libros porque provoca bizquera.

Con su esposa. Fotografía: Renate Ramge

7. Debe haber, posiblemente, ausencia total de máquinas fotocopiadoras; de todas maneras, si existe una, el acceso debe ser muy largo y laborioso, el gasto superior al de la papelería, los límites de copias permitidas reducidos a no más de dos o tres páginas.

8. El bibliotecario debe considerar al lector como un enemigo, un haragán [si no, estaría trabajando], un ladrón potencial.

9. La oficina de información debe ser inasequible.

10. El préstamo no debe fomentarse.

11. El préstamo entre bibliotecas deber ser imposible; en cualquier caso, debe llevar meses. Mejor, de todas formas, garantizar la imposibilidad de conocer qué hay en otras bibliotecas.

12. A consecuencia de todo esto, los robos deben ser facilísimos.

13. Los horarios deben coincidir absolutamente con los de trabajo, concertados previamente con los sindicatos: cierre total los sábados, los domingos, después de las seis y a las horas de las comidas. El mayor enemigo de la biblioteca es el estudiante trabajador; el mejor amigo es el manzoniano don Ferrante, alguien que tiene una biblioteca propia, que, por lo tanto, no tiene necesidad de ir a la biblioteca y cuando muere la deja en herencia.

Fotografía: Irving Penn.

14. No debe ser posible ingerir ningún tipo de comida o bebida en el interior de la biblioteca, de ninguna de las maneras, y en cualquier caso, no debe ser posible tampoco tomar nada fuera de la biblioteca sin haber depositado antes todos los libros que se tenían en custodia, de forma que haya que volverlos a pedir después de haber tomado el café.

15. No debe ser posible encontrar el mismo libro al día siguiente.

16. No debe ser posible saber quién tiene en préstamo el libro que falta.

17. Preferiblemente, ausencia total de letrinas.

18. Idealmente, el usuario no debería poder entrar en la biblioteca; si se diera el caso de que entrara, usufructuando de manera puntillosa y antipática un derecho que le fue concedido según los principios del 89, pero que no ha sido asimilado todavía por la sensibilidad colectiva, no debe, y no deberá jamás, exceptuando rápidos cruces de la sala de consulta, tener acceso a los santuarios de las estanterías.

Nota reservada

Todo el personal debe estar aquejado por minusvalías físicas, porque es obligación de una institución pública ofrecer posibilidades de trabajo a los ciudadanos minusválidos [está en estudio la extensión de tal requisito también al Cuerpo de Bomberos]. El bibliotecario ideal debe, en primer lugar, cojear, para que se retrase el tiempo que transcurre entre la aceptación de la ficha de petición, la bajada a los subterráneos y la vuelta. Para el personal destinado a alcanzar mediante escalera de mano los estantes que estén a más de ocho metros, se requiere que, por razones de seguridad, el brazo que falta sea sustituido por una prótesis de garfio. El personal totalmente privado de extremidades superiores entregará la obra llevándola entre los dientes [la disposición tiende a impedir que se entreguen volúmenes mayores al formato en octavo].

 

*** Publicado originalmente en el Segundo Diario Mínimo, Editorial Lumen, 1994.

 

 

Umberto Eco  [Piamonte, 1932 – Milán, 2016] Filósofo, narrador, ensayista, crítico literario y semiologo italiano, autor de la renombrada novela El nombre de la rosa [1980], llevada a la gran pantalla por el cineasta Jean-Jacques Annaud seis años más tarde. Obtuvo su doctorado en Filosofia y Letras por la Universidad de Turin en 1954. Dictó clases por más de cuatro décadas en la Universidad de Bolonia [1971-2007], donde fundó la Escuela Superior de Estudios Humanísticos, iniciativa académica solo para licenciados de alto nivel destinada a difundir la cultura universal. En 1966 inició su obra narrativa con dos cuentos infantiles, La bomba y el General y Los tres cosmonautas; en este género también publicó Los gnomos de Gnù [1992] y El misterioso fin del planeta Tierra [2002]. Publicó El péndulo de Foucault [1988], La isla del día de antes [1994], Baudolino [2000], La misteriosa llama de la Reina Loana [2004], El cementerio de Praga [2010] y su última novela, Número cero [2011]. En el género del ensayo publicó Obra abierta [1962], Diario mínimo [1963], Apocalípticos e integrados [1965], La estructura ausente [1968], Semiótica y filosofía del lenguaje [1984], Los límites de la interpretación [1990], Seis paseos por los bosques narrativos [1990], La búsqueda de la lengua perfecta [1994], Kant y el ornitorrinco [1997] y Cinco escritos morales [1998]. En 2000, recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Fue caballero de la Legión de Honor francesa. Falleció el 19 de febrero de 2016 a los 84 años en Milán.

 

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La cabecera principal, la revisión del texto y el montaje web la realizó Carlos Alfredo Marín. La transcripción estuvo a cargo de Junior Rosario. La dirección fue de Faride Mereb.