Hablar de muros, paredes y otras estructuras de cemento, no dista mucho de la arquitectura propia de las ciudades. En estos espacios colmados de urbanismos y malabarismos arquitectónicos, parecen morir los puntos de encuentro entre el gris del concreto y el verde de lo natural. Sin embargo, no solo una semiótica citadina explica el sentido de esas diferencias, a veces irreconciliables, entre el paisaje urbanístico y el paisaje natural. Del mismo modo, la ciudad experimenta, en su día a día, la posibilidad del encuentro entre los individuos que la habitan y todo lo que ella esconde en los recovecos de cada comunidad y grupo que la componen.

En esa cotidianidad construye su propia sintaxis, su propia manera de ordenarse y disponer de sus elementos. La ciudad arde y nada pasa. O al menos, eso parece. El concreto que la invade es parte del decorado, y en este caso, también es parte de la historia. Valencia se adentra en este libro que recoge doce relatos, en donde ella, la ciudad señorial, se asoma en los personajes. Pero más aún en el contexto de las historias, cuyos actores se asumen en una ciudad caótica y muy latinoamericana.

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Fotografías de María Virginia Rosales

Para Ítalo Calvino, siempre debemos buscar la ciudad ideal; es lo que nos dice en Las ciudades invisibles. Ahora bien, la ciudad de El muro y otros relatos sobre la oscilación  (Valencia, 2016)  no es precisamente un ejemplo de utopía. Para su autora, queda claramente establecido que es Valencia, la de Venezuela, y aunque la sucesión de relatos no constituye necesariamente la descripción formal y exacta de esa ciudad, sí filtra imágenes y parte del sentir de Tannia Maruja García con relación a ese espacio geográfico que mira y evoca con cierto pesar y nostalgia. Pero no sin el aderezo del acontecer cotidiano que transcurre entre caos, tráfico, humo y diversidad humana. Encontramos, así, esta primera publicación autoeditada de la joven autora nacida en Maracay pero valenciana por convicción: la Valencia que es su ciudad, la que vive, camina y lleva consigo.

El diseño es de la artista visual Natacha Amaya: dos visiones artísticas para una misma obra. Un diseño de la portada con predominio del naranja y un toque de amarillo nos hace pensar en el porqué de estos colores y no en el rojo —o en el negro— por ejemplo, que podríamos vincular más con los relatos urbanos de Tannia. No obstante,  el naranja es el color que representa el tráfico; además de denotar entusiasmo, exaltación, y estar ligado a sentimientos de energía, fuerza y ambición, según la connotación cromática; no resulta casual, entonces, que haya sido finalmente el color asignado para este muro.

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Hallamos en estos relatos un movimiento oscilatorio entre la tensión y la convulsión de sus propios personajes y el contexto que los arropa. En «La primera vez», una chica adolescente se acerca al enamoramiento propio de su edad, pero esto solo sirve de marco para lo verdaderamente prioritario: lo que puede llegar a esconder un grupo de adolescentes en la búsqueda de su propia identidad. La voz que narra, la de la jovencita, así lo expresa:

De vez en cuando nos dábamos unos besos escondidos. Cuando estábamos delante de todos yo no decía nada y él jugaba a lanzarme miradas furtivas o decirme «qué bonita estás» y después ignorarme. Le escribía cartas que nunca le entregué. Unas porque me daba pena la letra, y porque no quería que pensara algo que después de todo era cierto: el carajo me gustaba, me tenía transportada como nada, vivía esperando escuchar su voz.

Qué pasa si la sección de sucesos de un periódico cualquiera, después de solo mostrar un número gigante informando la cantidad de decesos en todo el territorio nacional, decide que:

Era la información usual que se redactaba. El trabajo de las fuerzas policiales se hizo más rápido. Los cuerpos se entregaban directamente a sus familiares y ya no había necesidad de colocar en las esquelas nada dramático ni lamentable, pues morir a causa de un balazo era el equivalente a completar el ciclo de vida normal.

Esto es lo que veremos en «Otro muerto más».

El muro y otros relatos sobre la oscilación también se apropia de los espacios de la ficción, mediante la intertextualidad como un elemento de enlace; así tenemos: informes policiales, entradas de diccionario, fragmentos, noticias, titulares de prensa, fotografías, ilustraciones creativas. Y en algunos relatos, estos visos intertextuales surgen como introito de la historia, como en «Un policía honesto», donde el parte policial es el inicio de la narración.

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En el relato «A bordo», lo que parece ser una lucha por ganar el puesto en el terminal de la línea de pasajeros, es en realidad más que eso: una lucha; una venganza por el amor perdido, por el amor mancillado. Los textos hablan más de un gremio —el de los transportistas y colectores públicos— que se adueña de la calle sin autoridad alguna que lo controle.

Los personajes de esta ópera prima de Tannia son los de cualquier ciudad nuestra: Caracas, Maracay, Valencia, Maracaibo, San Félix. Jóvenes, adolescentes enamoradas, muchachos deseosos de volarse los tapones en «la tierra de las maravillas»; choferes de transporte público que se adentran en una carrera a muerte. Asimismo, encontramos en este muro a unos jóvenes que, como el juego de la infancia «taima», recuerdan su niñez e invocan su adultez.

Podríamos pensar en una visión pesimista de la autora de estos relatos; pero si hurgamos a profundidad en sus personajes y acciones, encontraremos valiosos fragmentos de una ciudad que persiste y que sigue allí, a pesar del caos y el contraste. Bien lo dijo Calvino en sus ciudades invisibles: «El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos…».

Calvino dice que podemos «aceptar el infierno» y volvernos uno con él; o bien reconocer quién y qué no es infierno para dejarle espacio. Tannia García ha querido, con este libro, mover el péndulo: por un lado, mirar el infierno que habitamos; por el otro, dejar el espacio para que encontremos el orden y regresar nuevamente al punto de equilibrio, así sea en una ciudad invisible como las de Calvino. Decida cada quién hacia dónde quiere mover el péndulo.

 

Tannia Maruja García (Maracay, 1986). Docente e investigadora. Licenciada en Educación, mención Lengua y Literatura por la Universidad de Carabobo. Diplomado en Narrativas Contemporáneas por CIAP-UCAB/ICREA. Sensei de la escuelas de artes marciales Kai Hin Ten Shin Bugei Juytsu Dojo y Escuela de Mujeres Kai Hin.  Actualmente se dedica a la investigación académica y a las artes marciales.  El muro y otros relatos sobre la oscilación (2016) es su primera publicación.

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Natacha Amaya  (Valencia, 1988).  Licenciada en Educación, mención Artes Plásticas, por la Universidad de Carabobo. Ha trabajado como docente e investigadora en las áreas de dibujo, pintura e ilustración.  Desarrolla un proyecto de diseño editorial autogestionado. La primera publicación de este proyecto se titula El muro y otros relatos sobre la oscilación (2016). Actualmente reside en Montevideo.

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Geraudí González (Valencia). Profesora universitaria. Magíster en Lingüística (UPEL-Maracay). Licenciada en Educación, mención Lengua y Literatura por la Universidad de Carabobo (U.C). Coordinadora general de la Dirección Central de Cultura de la U.C. Pertenece al comité organizador de la  FILUC. Directora de la revista Zona Tórrida. Algunas de sus minificciones aparecen en Urgencia del relato II (2015). Ha publicado reseñas en diversos medios impresos y digitales, entre ellos, el «Papel Literario» del diario El Nacional  y  Colofón. Revista Literaria. 

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El texto «La primera vez de Tannia Maruja García» fue leído en Caracas durante la presentación del libro El muro y otros relatos sobre la  oscilación.  La revisión estuvo a cargo de Néstor Mendoza. La cabecera fue diseñada por Samoel González Montaño a partir de dos retratos: uno de Tannia García y otro de Natacha Amaya.