Decía que le habías enseñado a descifrar oscuridades.
Siempre llevó leños prendidos en el corazón.
Ayer se fue a mirarte.

~
En mi primer cielo viven un San Benito negro y Pascual,
el santo que baila. Solo ellos, entre flores de papel
y uno que otro cirio.
Un poco más lejos, hay un santo cuyo nombre nunca
supe, pero al que siempre miro cuando cierro los ojos
en medio de la necesidad.
Después todos son ángeles y, al final, un pasillo que me
conduce a Ti: el santo de los santos, el que me quita el
habla, el que no puedo describir.

~
Señor de la capilla sola, detrás tienes un río, por delante
la cuesta.
Dicen que te pusieron ahí para evitar crecientes con
derrumbes. El pueblo se protege.
Lo cierto es que estás solo, muy solo en mitad de dos
riesgos.
Yo vivo abajo, en la casa última, cuando no hay neblina
oteo desde el agujero y alcanzo a ver tu luz.

Plegarias--1
Fotografías de Samoel González Montaño

~
Me gusta recordarte como el que cuida ovejas. No sé si
esa imagen la alimentó una estampa. Te veía en pastos
conocidos, cerca del río, al pie de la cuesta, cerca de
mí. Un día, apareciste montado en la colina dominando
el pueblo, justo a la entrada del trapiche. En ese lugar
no sé qué cuidabas, pero yo te veía y Tú me veías.
Después me vine a la ciudad. Me era muy difícil
reconocerte en medio del concreto: nada me hablaba
de Ti. Fue mucho pero mucho más tarde que te encontré
nuevamente ahí mismo, muy cerca, aquí… adentro.

~
Señor, yo siento que ese juego de amontonar cifras, esas
que se van poniendo en altas torres para caer llorando
o riendo unas sobre otras, contiene el secreto de tanta
tristeza, de tanto desasosiego.

~
Recuerda que el Señor del trueno, el que te asusta,
es el mismo del valle fresco que te regala el lirio.

~
Mi tributo es de mazapán, de leche en una vasija de cuello
angosto, del fruto del maguey, de una cruz de palosanto,
de cortezas de limón, de piedritas de río.

~
Señor, tu plan en mí tiene un diseño
de águilas, tormentas, oscuridad y rocas,
de una casa de palmas y un tejedor de cestas.

Plegarias--2

~
Se desordena la razón y el corazón insomne ordena la
maniobra. Las emociones se trepan por lianas y desde
la copa de los árboles, donde no pueden ser alcanzadas
por ningún argumento, discurren sobre la necesidad de
un orden nuevo. Hablan del abandono a que han estado
sometidas, siempre adentro y con luz apagada. Hablan
de su larga condición de orfandad, del amor que nunca
tuvieron derecho a ejercer. Enséñales a negociar con la
oscuridad mientras cultivan en secreto una vocación
por la luz.

~
Señor,
no permitas que se acostumbren a vivir a sus anchas en
mi aposento.
Empújalos fuera, que cuelguen de los bordes para que
caigan por su propio peso.

~
Si forma parte de la vida esa rosa conmovida por la
tormenta, el gallo ciego, el fruto que maduró despacio
y no tuvo a quien ofrecerse, ¿por qué tanta dificultad
para aceptar ese dolor que a ratos llueve sobre la
conciencia?

~
Oh, Dios, escúchame,
soy todo por hacerse,
verdor acosado sin esperanza.
Oh, Dios, escúchame,
concédele a mi tierra la experiencia del fruto.

~
El beneficio de mi tristeza es haberte encontrado.

~
Señor,
es el cuento del escarabajo que se volvió mariposa,
solo porque te amaba.

 

María Inmaculada Barrios es una escritora y terapeuta venezolana. Entre sus libros destacan Isabel (1982) y Materia incierta (1987), con prólogos de Carlos Contramaestre y Armando Rojas Guardia, respectivamente.
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Estos poemas pertenecen al libro Plegarias (Alfadil Ediciones: Caracas, 1987). La selección y transcripción estuvieron a cargo de Néstor Mendoza. Graciela Yáñez Vicentini realizó la revisión del texto. El encabezado fue diseñado por María Betania Núñez, a partir de una escultura de Alberto Giacometti.