«Estamos destinados a conocer siempre la dualidad entre

lo que se escribe y lo que ya no está» 

 

 

Válvulas bujías bulbos y un magneto pegado a una corneta.

 

Una bulla que bulle en una caldera oscura y que llama lejos

A los muertos.

 

Y ¿por qué digo muertos?

Porque los muertos son los únicos que escuchan,

en sus cofres,

con sus cascos,

con audífonos que han perdido la goma espú-mante.

Son los únicos que escuchan.

Porque la muerte y las microondas viajan a la misma velocidad, son lo mismo.

Hay estaciones de muerte en la radio, hay estaciones de radio en la muerte: que viajan por la misma frecuencia: dm, am, pm, fm.

La radio no ha muerto, no ha de morir, porque aun la escucha la gente en el tráfico, que el tráfico no es tiempo muerto ¿quién dijo?

Porque aún la escuchan los vigilantes, que no están muertos ni dormidos ¿quién dijo? Cómo que no la escuchan los trabajadores más dolidos, de las profesiones más ingratas, y ellos no están muertos, ellos escuchan radio y poreso la radio está viva.

Incluso cuando duermes: la krester2000 capta programas de tango en Beirut, entre las balas del desierto, entre el auricular caído del beduino que le apuesta a los caballos. En un bar podrido de La Candelaria, el señor con una mano en un trago, la otra la gaceta hípica, y el chorro de meao que tropieza y salta al pantalón, y la radio que anuncia la victoria, deslumbrante de Secretaria II, de Solidaria, de Mi fortuna… De la radio que aún se escucha en la camioneta, en el abasto y que llena de personalidad todo lo que no toca, lo que no alcanza a tocar, lo que no importa que se escuche, porque allá una niñita negra con colitas de chupeta roja baila sola, pero con ritmo.

Y la radio no está muerta. Y entre cada emisora hay un mar de puntos blancos y negros, un ruido que para mí no es blanco sino gris como los píxeles del silencio, como la muerte, entre la que hay

                          ondas

     olas

de vida.

Y sí… ya no es lo que fue. Sí, es un símbolo cojo de las cosas que vendrán, cosas que dejarán de ser nuestros más bellos recuerdos, nuestras alegrías y lujos, para perderse en el tiempo, entre el píxel blanco y el pixel negro, entre el desconocimiento del futuro.
La radio no está muerta, cada vez es más fácil sintonizar el dial. Un botón así: >  nada más.

Y mientras algo que todavía es sordo.

 

Fragmento de «Radiela» de Domingo Michelli