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Fotografías de Samoel González Montaño

LIBROS ESTIMULANTES

Hablar de los libros, para quien ha pasado gran parte de su vida en el disfrute de su amable compañía, parecería cosa fácil. Pero así como nuestra pasión y nuestro afecto no nos deja ver muchas veces los defectos de nuestros hijos, ni las faltas de nuestros amigos, así también, en el contacto con los libros, perdemos el equilibrio para decir de ellos cosas que no sean elogios y expresiones dirigidas, más que a los libros, a nuestra propia vanidad, a nuestra propia vanagloria de contarlos entre los más asiduos compañeros. Pues como quiera que el viejo refrán indica que nuestras compañías dan cuenta de lo que somos, ensalzando al libro que nos acompaña, nos ensalzamos nosotros que lo leemos. Por ello el doctor Gregorio Marañón, modificando la frase de Plinio, según la cual «no hay libro malo, que no tenga algo bueno», decía que para él, «enteramente malo no hay libro alguno». Exageración acaso dirán muchos porque nadie querrá confesar que, para acompañarle durante una velada o quizás por días enteros, haya elegido voluntariamente un detestable libro, como no se elige para compañero de viaje a un ladrón, so pena de confesar con ello, también, su pésimo gusto de lector o su depravado sentimiento de hombre. Pero hay más todavía, algunos escritores insinúan que para aquilatar el valor de los libros buenos hay que leer los libros malos. «Es posible que la lectura de los malos libros sea una catarsis de preciosa utilidad moral», indica Faguet (s.f), quien agrega luego: «La lectura de los malos libros forman el gusto, siempre que se hayan leído buenos libros, en forma que no hay que despreciar ni tal vez desdeñar». Pero este consejo parece perder algo de su aparente extravío cuando el autor concluye diciendo:

«Leamos algo a los malos autores; con la condición que no sea por la malignidad, es excelente. Cultivemos en nosotros el odio al libro estúpido. El odio al libro estúpido es un sentimiento muy útil en sí, pero que tiene valor si aviva en nosotros el amor y la sed de los que son buenos» (pp. 120-130).

En esta introducción a una charla sobre el libro, he comenzado a hablar por donde otros acostumbran terminar sus expresiones de exaltación del libro, no precisamente porque pretenda circunscribir mis apreciaciones a los libros malos, sino para señalar con ello que en los extravíos de nuestros juicios van implícitas, a veces, formas de racionalización de la conducta, maneras de justificar los errores a los que se incurre al seleccionar las lecturas, dando preferencia a las menos buenas, habiéndolas excelentes para estimular los elevados pensamientos o estimular los pensamientos nobles.

Así de golpe me encuentro en la médula del tema que me propongo desarrollar: «Libros estimulantes para la juventud». ¿Cuáles son estos? ¿Qué características presentan? ¿Cómo acercarse a ellos? Para la juventud, cualquier libro puede ser estimulante.

Depende del momento, del lugar, del estado de ánimo, de la preocupación predominante. Estímulos para el bien, para lo grande, para lo noble, estímulos de generosos ideales, señales para un camino definitivo hacia un futuro mejor; pero estímulos también para una vida disipada.

Pero si no hay libros malos para un lector experimentado, para el que ha formado sus gustos en el trabajo de selección y aquilatamiento de los valores contenidos en los buenos libros, para un joven en cambio, hay libros desorientadores. Por ello, todo señalamiento de lecturas adecuadas para los jóvenes implica un serio compromiso, una responsabilidad que sobrepasa los deberes puramente docentes del maestro.

Muchas veces, por espíritu de contención, el maestro limita las orientaciones de las lecturas de los jóvenes dentro de las normas estrictas; hace una selección a su manera, pensando en los valores morales que formaron su corazón y su pensamiento. Sus recomendaciones pueden estar alejadas de la época y de los intereses de toda una generación de jóvenes que con el cambio de los tiempos cambia también de puntos de vista y se fija de objetivos que quiere realizar y que tiene derecho que sean considerados por quien desee conservar una posición orientadora.

De lo contrario se producirá el inevitable choque de generaciones, dentro del cual los estímulos tienen valor contraproducente, porque, siguiendo el espíritu de oposición, el joven adopta posiciones que son exactamente las contrapuestas a las señaladas por el orientador. En ese estado de ánimo no serán buenos para el joven los libros indicados como tales por el maestro, sino aquellos precisamente prohibidos, exactamente por el hecho de serlo. En esa forma la desorientación del joven tendría su origen en una desacertada orientación.

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CADA ÉPOCA TIENE SUS LIBROS

Cada época tiene sus libros, buenos unos, malos los más. Esos libros, que corresponden a preocupaciones del momento, que dan satisfacción a curiosidades que exaltan el ambiente, deben formar el punto de partida para la selección de lecturas para los jóvenes. Los libros con que deben iniciar sus lecturas no deben, por ellos estar muy alejados de la actualidad, a fin de que la lectura les permita interpretar la realidad vivida y comprender las obras que entusiasmaron a otras generaciones, los libros cimeros de la literatura universal de todos los tiempos. Sin esa introducción los libros clásicos parecerán libros insulsos, fastidiosos, aburridores. Estos, como los tónicos muy fuertes, han de ser administrados bajo el cuidado del médico, que en este caso es el maestro, para salvar así los escollos y las dificultades. Insistiré más adelante sobre este mismo tema.

Maestros hay, que dentro de la escuela y fuera de ella, solo dan importancia a una enseñanza sistemática, contenida en los textos, matando con ello toda iniciativa, todo propósito de investigación. El texto único, muchas veces mal redactado e incompleto, que da una visión estrangulada de una ciencia o de un arte, qué duda cabe, es el causante de tanta desgana de lectura de algunos jóvenes, actitud que desde los días escolares persiste aún en muchos adultos. Para tales personas, todos los libros son textos. Todos les parecen tener por objetivo preparar materias para un examen y al joven y al hombre que tiene deseos de vivir, el texto no les sirve de nada, porque en la vida el examen se pasa sin el texto. Este como auxiliar de estudios, puede ser un instrumento valioso, siempre que se le complemente con la lectura libre, con la investigación personal; siempre que su uso exclusivo no le sirva de freno a las inquietudes del estudiante. Pero el texto nuestro, hecho de retazos, sin reflejo de vida, antes que promover la enseñanza la impide, y en lugar de formar lectores fervorosos, aleja de la lectura por placer, de la lectura para informarse, de la lectura para formar la mente y el corazón de los jóvenes. Indudablemente, hacen falta buenos textos para auxiliar el esfuerzo formativo de la educación, pero el maestro ha de saberlo usar con cuidado y habilidad.

Delicada es la misión de seleccionar libros para la juventud porque más que conocimientos de la literatura de una época, de los valores de los grandes libros, se necesita una clara intuición de los gustos de las generaciones de jóvenes. Más que ciencia, se precisa un gran tino para llegar en forma sutil al corazón de los jóvenes, valiéndose del mensaje contenido en los libros.

LA AFICIÓN POR LA LECTURA

Cuando desde el hogar y la escuela primaria se ha despertado en el niño la afición por los libros, la selección se facilita. Una buena biblioteca escolar será, por ello, un elemento indispensable en la formación del espíritu y en el fomento de la lectura. Generalmente nos asombramos de que los jóvenes no lean. Nos produce desconcierto ver a los adultos pasar por displicencia su mirada, apenas, sobre el diario donde buscan la noticia sensacional o la lista de espectáculos.

Colección Agustín Catalá. Archivo Audiovisual. Biblioteca Nacional.
Colección Agustín Catalá. Archivo Audiovisual. Biblioteca Nacional.

Decimos: la gente no lee. Pero no paramos mientes en que un lector, sobre todo un buen lector, debe ser formado. El libro, con mayor razón que los perfumes y los confites, debe ser difundido, haciéndolo portavoz de nuestros sentimientos, de nuestro espíritu en los gratos obsequios que realizamos. Solo nos aficionamos, solo nos dejamos cautivar por las cosas gratas que conocemos, y el libro pasa muchas veces como un desconocido o como cosa ingrata y fastidiosa mercancía. La gente ignora los maravillosos tesoros que los libros encierran, los alucinantes paisajes que por sus páginas despliegan sus esféricos  matices capaces de conquistar a los buscadores de ocultas y lejanas maravillas. Por eso las ferias del libro abren la puerta de entrada para un contacto más estrecho con el libro. A tal iniciativa deben seguir otras, como la difusión de bibliotecas infantiles y escolares, tal como se hizo con gran éxito en el Proyecto-Piloto de Educación Rural, que funcionaba bajo la Misión de Asistencia Técnica de la Unesco en Costa Rica, que logró crear bibliotecas escolares en las dos terceras partes de las escuelas del proyecto y en setenta y seis escuelas de la provincia de Cartago. Con un esfuerzo así, de maestros y comunidades, sin esperar que todo venga desde arriba, mucho podrá hacerse para la difusión del libro y la formación de lectores, siempre que el maestro también sienta preocupación por la lectura. Porque si este se muestra displicente frente al libro, si no lee con asiduidad, con fervor apasionado, no será capaz de infundir en sus alumnos esta afición maravillosa. Podría pensarse que no es posible concebir maestros que no lean y sin embargo, los hay. Las causas son múltiples y su análisis determinaría las atenuaciones de esta forma de conducta, pero el hecho es el menos prometedor para la formación de asiduo lector, de amigos de los libros.

Otras muchas iniciativas podían ponerse en práctica, ya por parte de los libreros, ya por parte de los periódicos y revistas, ya por parte de las bibliotecas públicas, dando a conocer los libros mediante boletines bibliográficos, mediante las secciones críticas. Las estaciones radiodifusoras podrían establecer la hora del libro, para dar a conocer los excelentes y para advertir los malos al lector.

El libro merece esa atención y paga con creces cualquier esfuerzo que se realice por hacerlo llegar a todas las manos. Después de creado el hábito de la lectura, los jóvenes formados en presencia de las maravillosas colecciones infantiles, estarán capacitados para escoger su material de lectura. Corresponde a la escuela gran responsabilidad en este esfuerzo. Es en ella donde el estudiante depura sus gustos y se hace apasionado cultor de la belleza o un indiferente ante esta, y de acuerdo con ello irá en busca de los libros que satisfagan sus predilecciones o se apartará de estos con desgana.

El tránsito de la escuela primaria a la secundaria, que debería ser una normal prosecución del crecimiento cultural en relación con el crecimiento espiritual, muchas veces resulta una ruptura. De una dirección educativa unitaria, bajo la cuidadosa vigilancia de un maestro, el adolescente pasa a depender de una múltiple dirección. Cuando desearía encontrar un guía comprensivo, se presentan ante él varios tipos de hombres y mujeres, con puntos de vistas diferentes y entre los cuales se verá precisado a escoger el maestro, es decir al hombre o mujer merecedor de su confianza para abrirle las puertas de su corazón, para buscar en él guía y consejero. Si no lo encuentra, se desorientará o buscará el modelo en otra parte, lejos de la influencia del maestro.

Es en este momento cuando el libro puede ayudar al joven a encontrar en sí mismo su propio maestro. Hace algún tiempo escribí: «Cuando la lectura es variada la función del espíritu se unifica englobando la multiplicidad de los conocimientos para su aprovechamiento y mejor servicio», pues como observa bien un autor:

Sólo el joven que lee por sí y tiene la alegría de trabajar espiritualmente, sin la consideración egoísta del fin escolar, está en condiciones de percibir en los varios maestros, un sólo maestro; el maestro que es el mismo cuando en su alma se funden las diversas sugestiones de sus lecturas. El niño acostumbrado a la lectura, familiarizado con los libros, adquiere cierto desenvolvimiento, y cuando llega la inevitable crisis de la pubertad, cuando asedian la tristeza y el desencanto de la vida, cuando todo se oscurece para la mente atormentada de los púberes, la biblioteca será un aliciente; la lectura frenará los impulsos, animará el espíritu decaído y trepidante, preparará el paso del sueño infantil despreocupado a los ideales generosos del joven que organiza su vida y llena de sentido su existencia; la lectura contribuirá a la formación del plan de vida, que es presupuesto para todo espíritu que progresa.

 

Luis Beltrán Prieto Figueroa (Margarita, 1902 – Caracas, 1993).  Educador, político, periodista, juriconsulto, poeta y crítico literario. A los dieciocho años ingresó al ejercicio docente. Desempeñó importantes funciones en el magisterio venezolano, entre ellas la de ministro de Educación (1947-1948). Primer presidente de la Federación Venezolana de Maestros, y por varios años miembro del consejo directivo de esta institución dictando cursos y conferencias en las universidades de Santiago de Chile, La Habana, Costa Rica, Panamá, Guatemala y en el Ateneo de Montevideo. Profesor en diversos colegios privados y públicos de Caracas, en el Instituto Pedagógico y en la Facultad de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela. La Escuela de Pedagogía de la Universidad de Costa Rica le confirió el título de profesor honorario en abril de 1955. Publicó Psicología y canalización del instinto de lucha (1936); El trabajo de los menores (1937); El tratamiento de la infancia abandonada, asilos no, casa hogares (1938); Apuntes de psicología para la educación secundaria y normal (1948); La Asamblea Constituyente y el derecho revolucionario (1946); Problemas de la educación venezolana (1947); El humanismo democrático y la educación (1952); La magia de los libros (1955), El concepto del líder (1960) y La cooperación privada en la educación popular americana (1959), Andrés Bello educador (1971), El concepto de líder: el maestro como líder (1989), Del hombre al hombre (1977), El Estado y la educación en la América Latina (1990), El magisterio americano de Bolívar (1982), Obras completas, 2V. (1986), entre otros títulos

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El texto de Luis Beltrán Prieto Figueroa pertenece a La magia de los libros (Caracas, Monte Ávila Editores, 1981). La cabecera principal fue diseñada por Samoel González Montaño.  Transcripción de Carlos Alfredo Marín. La dirección fue de Faride Mereb.