Un niño montado a caballo que atraviesa rincones, comparte secretos y pensamientos, a pasos callados, palpitantes. Un niño jinete que encuentra a su caballo con las crines tejidas como si del cabello de una mujer se tratase y sospecha: «¿Quién sino una bruja se va a ocupar de esas ociosidades?». Ednodio Quintero, aquel que descubre sus sueños y recuerdos en las páginas que escribe. Ednodio Quintero, niño, hombre, caballo, ¿o cómo llamarlo?: «Escritor es suficiente».

En San Javier del Valle, febrero 2017 (2)
Fotografía de Katyna Henríquez

Ednodio Quintero viaja, como la muerte, a caballo. A veces pausado, a veces con desenfreno. Casi nunca se desboca. Aprendió a montar tan rápido que no recuerda exactamente cuándo ni cómo fue. «¿De dónde me salió esa habilidad?», pregunta. Es posible que sea el resultado, huella indeleble, de aquellas excursiones que emprendió junto a su madre nadando dentro de su vientre, pues esta cabalgó entre colinas y cumbres del páramo andino hasta los últimos meses de embarazo.

Sus primeros galopes, en Las Mesitas, estado Trujillo, una aldea de apenas quinientas almas. Sí, quinientas almas; así lo demuestran los registros de los años en que inició su peregrinaje, convertido más tarde en una especie de periplo por varios pueblos: Niquitao, San Miguel, Burbusay, La Quebrada, lugares donde transcurrió una infancia de «experiencias enriquecedoras». Siendo un niño sus padres se separaron, un hecho que alimentó el espíritu de libertad que jamás lo abandonaría. «Mi relación con mi familia ha sido tan libre que no recuerdo haber tenido casa, era una casa que se iba moviendo. Quizás la casa soy yo mismo».

Vivir entre montañas podía ser un tanto sofocante. Cuando se asomaba y veía una tras otra, sabía que en el mundo había algo más. Entonces soñaba con viajar, inventaba nombres a los sitios y se imaginaba llegando a la parte más intrincada de la Gran Muralla China. Esa capacidad de descubrir rincones en su imaginación se intensificó, dando tumbos, con la lectura. En medio de sus andanzas cursando bachillerato en Barinas, se topó con Pensamientos, de Pascal, en una gran biblioteca que le pertenecía a un primo. Tras un nuevo regreso al páramo, donde vivía su papá, se fascinó con la enorme biblioteca de su padrino Efraín Baptista. «Me montaba en el caballo y bajaba los jueves a almorzar con él. Me recomendaba libros, yo los escogía y los iba leyendo en el camino. Así me leía un libro por día. Siempre me gustó leer y mi mamá decía que yo había aprendido a leer solo».

SI EL SEÑOR ALZHEIMER TOCA LA PUERTA

Ednodio Quintero viaja, lee y escribe, muy orondo, como un caballo. Es que si no está muy claro de cómo fue que aprendió a montar, tampoco a leer, lo mismo sucede si le toca desenmarañar su oficio de escritor. «Yo escribía no sé desde cuándo», afirma; y poco a poco asoma episodios que dejan entrever a un adolescente dando vueltas en su cama, en una habitación sin luz, escribiendo un cuento en un cuaderno durante el período vacacional. «Debo haber sido muy feliz esas noches». Mientras que en el liceo era el encargado de redactar la página de sociales del periódico Megatón, en el que reseñaba, por ejemplo, las visitas y conferencias del arzobispo en el auditorio. «Después escribí varios cuentos, la mayoría muy malos».

En 1965 sus pasos se enfilaron en dirección hacia Mérida, «su herida», para estudiar Ingeniería Forestal. «Allí encontré autores que me impactaron bastante. Fue un bombardeo: La metamorfosis, de Kafka; ‘La noche boca arriba’, de Cortázar, un cuento de Borges que se llama ‘El inmortal’, y los de Edgar Allan Poe. Esos cuentos salían todos los domingos ilustrados por Zapata en El Nacional. Ahí sí empecé a escribir, no digamos que en serio, porque uno no se sienta y dice: ‘Voy a ser escritor’. Uno escribe. Fíjate que los cuentos cortos de La muerte viaja a caballo los escribí todos en unas vacaciones. Había descubierto esa cosa de los cuentos cortos. Eran tan corticos que escribí como sesenta en dos meses. Luego los pasaba a máquina». Todos estos eran ejercicios «pa’ calentar la mano», explica.

Todavía era estudiante de la Universidad de Los Andes cuando salieron publicados sus primeros cuentos en el suplemento Papel Literario. Julio Cardozo, uno de sus amigos de Letras de la ULA, los envió por su cuenta. Así que un día, al comprar el periódico, se encontró con aquella sorpresa y se sintió en la cumbre. Más adelante, vivió un episodio contundente que provocó en él una reacción-acción desembocando en la creación de «Un caballo amarillo», uno de sus relatos más conocidos.

«En Mérida vivía Alfonso Cuesta y Cuesta, un escritor ecuatoriano que daba clases en la Universidad de Los Andes, y nos hicimos amigos. Un día nos estábamos tomando un café y me dijo: ‘Por fin estoy haciendo los trámites para mi jubilación estaba acercándose a los 70 ahora sí me voy a dedicar a escribir’. Y a mí me dio tanto terror escuchar eso que ese mismo día me senté en la máquina y escribí ese cuento. Pensé: Yo no voy a esperar a los 70. Si el señor Alzheimer toca la puerta, ahí se acabó la fiesta».

—Entonces, ¿a partir de qué instante se asume como escritor?

—Recuerdo que en algún momento llevaba un diario, y cuando tenía 25 años escribí que quería ser escritor, ya había publicado un libro o dos. Yo creo que eso es como un destino, no podría ser otra cosa.

—¿Qué cambió entre el hombre de sus primeras obras y el que es hoy?

—Soy otra persona. Yo sé que exactamente en mayo de 1975 —año en el que ganó el Primer Premio de Cuentos de El Nacional, con El hermano siamés—, tuve conciencia de que podía ser muy buen escritor. Aun así, pasé diez años sin escribir, por circunstancias de la vida. Toda la década de los 80 fue como un vacío. Pero leí muchísimo, tuve experiencias vitales. Hay cuentos que leo y me sorprende que yo escribiera tan bien, porque creo que ahora escribo mal, ahorita escribo con mucha libertad, ya no hay eso tan preciso, tan geométrico. Yo creo que si uno puede escribir lo que le da la gana es una realización.

El niño jinete 1 (1)
«El niño jinete», estatua ubicada en el Museo de Las Termas de Dioclesiano, Roma. Foto de Ednodio Quintero

MANERAS DE MATAR PULGAS

Ednodio Quintero viaja, onírico, a caballo. No es un secreto que se vale de sus sueños para forjar, amasar, crear sus historias: «Los sueños son una mina». Episodios en sus cuentos y novelas, a veces, son la transcripción de las imágenes que el inconsciente le ofrece en vela. Antes de sentarse a escribir no sabe qué va a pasar, juega con las primeras ideas, pero después viene un influjo, es algo químico, que lo hace capaz de escribir más de diez páginas en una libreta chiquita, y sentirse feliz de saberse inmerso en el mundo de otro.

«Hay una anécdota que leí en el libro El cine según Hitchcock que trata de un guionista joven que le decía a este director que al soñar se le ocurrían ideas geniales pero este las olvidaba. ‘Bueno, eso es muy fácil —le respondió Hitchcock—. Tenga a la mano una libreta y cuando se le ocurran escriba un resumen allí’. Un día el muchacho se despierta feliz porque ve que escribió una cosa: ‘Un chico se enamora de una chica’. Ese es el resumen, después viene la elaboración, un proceso único que es muy diferente en cada persona».

—Usted acude a la memoria al escribir, ¿cómo hace uso de ella?

—Cada escritor tiene sus manías, sus maneras de matar pulgas. A mí lo que me interesa, por eso es que prefiero más las novelas que los relatos en este momento, ver lo que va a pasar a partir de unas ideas muy básicas, unas líneas muy básicas. A mí a veces se me pega una frase, una imagen, y escribo.

—¿Cómo cobran vida las imágenes en palabras?

—Hay varios trucos, pero eso no lo voy a decir. Son mecanismos que uno descubre, puede ser que alguien los aplique. Yo trato de poner los cinco sentidos, más el sexto. Dentro de esos sentidos, para mí el que predomina es la vista. Soy totalmente visual, pero a uno le influye todo, lo que ve, lo que escucha, lo que come. Una película mala, una película buena. No dejo pasar cosas.

DESPEJAR EL CIELO CON UN ADEMÁN

Ednodio Quintero viaja a caballo, disfruta del paisaje y se deja sacudir por el viento. Sin prisas, se pasea por el presente y lo vive. Al pensar en el páramo no experimenta nostalgia por el pasado. No es ése el sentido que otorga a sus memorias. Se reconoce como otra persona: «Es que soy otra persona», recalca. Un hombre que entiende la transformación de las certezas como una prueba inexorable del paso del tiempo. Así lo comprobó al visitar La Quebrada, un pueblo con forma de escopeta, después de tantos años. No era el mismo sitio que se le había quedado grabado en el cuerpo.

Si bien la figura del caballo es reiterativa en su vida, también lo es en su literatura. «Para mí fue muy importante porque aparte de ser el medio de transporte, el caballo es un animal muy noble, incluso más noble que el perro, y eso es mucho decir. El caballo jamás se echa, primero se muere, antes de avisar que está cansado». Hoy, en sus recuerdos, se asoma aquella bestia noble que lo acompañaba en las travesías de más de dos horas cuando era un adolescente, entablando largas conversaciones. «Era un caballo con mucho humor», añade.

Este tipo de anécdotas, algunas incluidas en sus libros, le han revelado el misticismo del páramo, de dónde rara vez se despega, y ¿por qué no? una suerte de cualidades un tanto peculiares: la habilidad de apartar las nubes del cielo con un ademán para dejar que el sol se asome, y así poder bañarse en una laguna de agua helada. Él no pierde tiempo preguntándose qué es ficción o no. «Si existe el sentido de la realidad, debería existir también el sentido de la posibilidad. Es el mundo de lo posible, de lo verosímil incluso dentro de lo fantástico».

A sus 70 años, considerado una de las figuras imprescindibles de la literatura venezolana, Ednodio Quintero cree que aún no hay conquistado nada. Sin embargo, en honor a su «ego aplastado» revela que su deseo, incluso desde niño, era en general, ser libre. «Y eso sí lo he conquistado, eso sí lo he logrado». Sigue ilusionándose, y aunque son contadas las cosas que logran estremecerle, escribir es una de ellas. «Estoy vivo; vivo y despierto. Todavía tengo la capacidad de soñar, si no estaría frito, muerto del aburrimiento». Su mano, como sus pies cuando niño, es indetenible. Hace unos meses presentó El amor es más frío que la muerte, su obra más reciente publicada por la editorial Candaya, ocasión que lo llevó a continuar con el viaje, esta vez por ciudades de España como Madrid, Barcelona, Plasencia. Una novela que prácticamente se escribió sola.

—¿Qué cosas le quedan por hacer?

—Morirme, eso es lo único que no he hecho.

—¿Y escribir?

—En realidad no puedo hacer otra cosa, no sé hacer otra cosa. Escribir lo definiría como mi manera de estar en el mundo. A mí antes me gustaba mucho la idea de viajar, y he viajado, he estado en África, en Japón y en muchas ciudades, grandes y pequeñas. Pero yo ahora lo que quiero es escribir donde quiera que esté. Para escribir necesito un cuaderno y un lápiz; puedo hacerlo en cualquier lado.

—¿Hay algún lugar al que le gustaría retornar?

—A Tokio. Es muy complejo. Yo nací en una aldea de quinientas almas, por eso me fascinan las grandes ciudades, por contraste. Viví un tiempo en París, pasé un sabático completo en México. Entiendo que alguien nacido en Nueva York quiera pasar sus últimos años entre pajaritos en una montaña alta. Pero a mí me gustaría volver a Tokio, en algún momento, en un caballo.

El niño jinete 2 (1)

 

Ednodio Quintero (Las Mesitas, Mérida, 1947). Profesor universitario, ensayista, fotógrafo, japonólogo y uno de los narradores más destacados de la literatura venezolana. Autor de los volúmenes de cuentos La muerte viaja a caballo (1974), Volveré con mis perros (1975), El agresor cotidiano (1978), La línea de la vida (1988), Cabeza de cabra y otros relatos (1993), El combate (1995), El sur (1998), El corazón ajeno (2000), Los mejores relatos. Visiones de Kachgar (2006) y Combates (2009); de las novelas La danza del jaguar (1991), La bailarina de Kachgar (1991), El rey de las ratas (1994), El cielo de Ixtab (1995), Lección de Física (2000), Mariana y los comanches (2004), Confesiones de un perro muerto (2006) y El arquero dormido. Cinco novelas en miniatura (2010). Ha publicado dos libros de ensayos: De narrativa y narradores (1997) y Visiones de un narrador (1998), y dos guiones de cine: Rosa de los vientos (1975) y Cubagua (1987). Ganador del Premio de Cuentos de El Nacional (1975) y el Premio Miguel Otero Silva de la Editorial Planeta (1994).

 ~

María Laura Padrón (Puerto Cabello, 1992). Periodista egresada de la Universidad Arturo Michelena (UAM). Forma parte de la iniciativa cultural Transeúnte.  Su trabajo periodístico ha sido publicado en los diarios  El Nacional y Notitarde y en la revista digital El Estímulo. 

~

 El encabezado fue diseñado por Samoel González Montaño, a partir de un autorretrato de Ednodio Quintero. Graciela Yáñez Vicentini y Néstor Mendoza realizaron la revisión del texto. La dirección fue de Faride Mereb.