I

Juan Liscano protegió esa zona creativa que requiere niveles de incomunicación. Resulta valiosísimo este empeño, especialmente en nuestro entorno tan habituado al ruido vacuo, a su celebración, a la gran necesidad de «solucionarlo» todo, vía decreto presidencial, con cerros de ruido inservible. Pareciera que hemos perdido la lucidez del silencio. Y no me refiero al silencio impuesto, sedentario y negligente, sino al silencio individual y autónomo: el que nos permitía hilvanar hilos de pensamiento coherente y elegir cuándo y dónde hablar. Y cuándo dejar de hacerlo. No percibimos sonidos para el entendimiento, solo  potentes detonaciones de griterío banal.

Cada faceta suya era una manera de precisar inclinaciones e influencias. Juan Liscano no asumió el oficio poético como un elemento más en su ya amplia vocación humanista. La coexistencia de roles no era «mutuamente excluyente». Supo abrir profundos surcos para su poesía: desde los cimientos de la tierra —su tierra venezolana, leída, transitada y estudiada, a la vuelta de su estancia invernal en algunas ciudades europeas—. Desde una locuacidad imaginativa que lo condujo al desborde y a la amplitud; desde los largos poemas en los cuales él y sus mundos transitaban. De ello dan testimonio muchos de sus libros: Ocho poemas (1939), el primero de ellos, hasta Vaivén (1999), el último publicado en vida; ambos poemarios. De igual modo, desde el ensayo, su otro gran músculo expresivo, ofreció una versión teórica de su poesía. ¿Qué significó, entonces, ese esfuerzo de ver su propia obra en el análisis de otros poetas universalmente conocidos? Basta leer algunos capítulos de Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa (1976) para encontrar un reflejo, o al menos la visualización de uno o dos rostros: el del poeta y el crítico que caminan hacia una misma vocación.

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Fotografías de Samoel González Montaño

II

Myẽsis  aparece en 1982. Lo publica Fundarte en su Colección Delta. Incluye ilustraciones de Marta Szinetar: perfiles y volúmenes femeninos y masculinos, delineados en blanco y negro. El escrito de la contratapa está a cargo del fino ensayista Francisco Rivera. ¿Qué lo emparenta o lo distancia de los demás? ¿Hay una prosecución o, en cambio, se generan otras tensiones temáticas? La voz que habla en cada poema se duplica y no se esconde debajo de la alfombra de los referentes metatextuales. No hay una sola pronunciación; es posible leer más de un registro, que se percibe por esas constantes acotaciones míticas y cósmicas.

Myẽsis  —término griego que alude a la iniciación religiosa— es un largo y único poema dividido en veinte fragmentos o cantos. Como en el género de la tragedia, intervienen unas voces o «actores»: Teoría, Hierofante, Coro, Gnosis y Campo de fuerza. El inicio del libro ofrece una visión tétrica que se sostiene en las líneas siguientes, precisamente en la descripción de un entierro que se balancea entre lo alegórico y el propio acto real de llevar un féretro en hombros, ante la mirada de los dolientes y algunos observadores ocasionales. Nos enfrentamos a cinco presencias (arcanos), testigos de un cortejo fúnebre (el de una joven que suponemos con cáncer hepático, por su ennegrecido hígado). No obstante, este referente concreto es solo el impulso inicial de una larga y sostenida comparsa metafórica, transfigurable, sideral y originaria («aerolito vuelto pez»). Esta joven sigue apareciendo en otras partes, en constante transformación. «Las hablantes de la nostalgia», agremiadas en el Coro, lo anuncian:

 Joven expuesta por la muerte:
no tienes ya sino el rostro
de las formas impasibles.
Deshiciste el nudo
y separaste lo visible de lo invisible.
La permanencia te agobia
—como a nosotras—
con sus ruedas y poleas.

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Estas voces invocadoras pregonan los avatares de la joven fallecida («Te invocamos bajo la mudable luna/y la maternidad del sol»). De esta forma, con esa muerte también se gana el silencio creador, el resurgimiento de las claridades «y la paz de la elocuencia». Esta joven, insistimos, como una muñequita rusa, viaja de centro en centro:

 Estuviste en el centro
y ascendiste hacia otro centro,
centro del centro,
consumidos tu envoltura
tus vestidos y adornos sensuales,
las redes y membranas,
cenizas las ligaduras
y humo las raíces.

En Myẽsis  presenciamos una contienda sincrética que se arraiga a vertientes del ocultismo de la Grecia Antigua (por ejemplo, el culto de Eleusis, ampliamente explicado en el libro de Ludovico Silva Los astros esperan: poesía y mito en Myẽsis de Juan Liscano ). Quizá por eso vemos que, en medio de una descripción aparentemente objetiva (un entierro), irrumpen elementos astrales en algunos versos sueltos, entre una estrofa y otra («los astros esperan», «no se rompió tu ligazón con los astros»).  En todo el libro se desarrolla un choque que estimula la aparición y el forcejeo entre lo tangible y lo intangible, la claridad y las tinieblas, lo gestado y lo que está próximo a eclosionar, esas «formas por nacer». O como lo llama Rivera, «la dialéctica de las oposiciones». Asistimos a un parto de imágenes en pleno proceso de desarrollo. Un embrión va creciendo y es nombrado (¿creado?) por aquellas voces. La imagen es el vehículo mediante el cual se hace más lúcido el pensamiento: «la experiencia está hecha/de vertientes contrarias».

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Juan Liscano (Caracas, 1915-2001). Uno de los intelectuales venezolanos más versátiles del siglo XX. Realizó una ardua labor periodística en importantes publicaciones extranjeras y fue el primer director del Papel Literario de «El Nacional». Dirigió, durante sus veinte años (1964-1984), la revista Zona Franca, que fundó junto a Guillermo Sucre y Luis García Morales. Con el poemario Humano destino recibió el Premio Nacional de Literatura (1949-1950). De sus ensayos destacan Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa (1976) y Panorama de la literatura venezolana actua(1973). En 1974 presidió la comisión creadora del hoy extinto Consejo Nacional de la Cultura (CONAC).

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Néstor Mendoza (Mariara, 1985). Poeta y ensayista. Autor de los poemarios Andamios, ganador del IV Premio Nacional Universitario de Literatura (2011), y Pasajero (2015). Integra el comité de redacción de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo y el equipo de colaboradores de la revista bilingüe Latin American Literature Today (LALT), editada por la Universidad de Oklahoma. Forma parte del comité organizador de la FILUC. Se encarga de la coordinación de contenidos digitales y de la columna de reseñas de Ediciones «Letra Muerta».

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La cabecera fue diseñada por María Betania Núñez, a partir de un retrato de archivo. Graciela Yáñez Vicentini realizó la revisión del texto.