Aunque la lectura de poesía tenga un tono ontológico, pues ella se aboca a profundos problemas del hombre, una lectura psicológica tiene interés para la emocionalidad, pese a que no agote lo lírico. La interpretación como aventura apetecible. Y aunque tenga personalmente, como todos los humanos, una simbología particular, resulta fecundo ejercerla y ver hasta qué punto esos símbolos pueden ser cotejados con otros de espíritus afines. Se ha hablado mucho de la necesidad materna de los niños, de su necesidad afectiva. Un huérfano, una criatura que no ha sentido madre, aunque está viva, da salida a grandes problemas en el adulto. Desde luego que prestando atención al presente y no al pasado, se van resolviendo, con voluntad o querencia, los conflictos, pero hay momentos en que el ánimo del individuo se ve cargado de tensión y ello se debe u obedece a un drama infantil. En ese caso, sabe bien enseñar a amar lo que se vive hoy y a conservar del pasado lo mejor que éste tuvo: un cuento, tal muñeco, tal globo de colores. En «Cielos y ramajes», poema de Santos López, en el libro Soy el animal que creo, se nos dice:

Sin estaciones

En el resplandor de las hojas

Un nido se mece

 

Del ensueño

Un ritmo solemne

De acequias y raíces

Hay plenitud en el poema. Y espontáneamente se nos unen las raíces expresadas en el verso con todo aquello que subyace en lo más oscuro del corazón humano. El nido se mece, además, y no se rompe, porque los huevecillos o pichones viven en paz. El ser humano no recuerda en estos momentos nada de la infancia sufrida. Pero a lo largo del poemario se nota una sensación o sentimiento de abandono y pareciera que el autor, en su situación, no encontrara espacio donde aposentarse con calor. Un lugar puede verse alterado, bellamente alterado, como en las obras cubistas, pero en este caso y en muchos otros se percibe una gran pesadumbre junto con el no poderse situar.

Todo es arder

El lugar parece un animal deshecho

Y en otro poema, «Soy el animal que creo», título del libro, nos expresa:

Me arrastro por otro lugar

Como un animal quebrado                   Al rastrojo

Y luego:

No miro             Huelo            No huelo                   Intuyo la presa

Los hijos            La colina         El refugio

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Fotografía de Graciela Yáñez Vicentini

Hay un deseo de apresar la niñez, con la cercanía de un monte y la noción de refugio. ¿De dónde proviene este abandono? Es muy lejano acaso, pero se ha ido abultando porque anécdotas posteriores, en la adolescencia o en la juventud, han vuelto a dejar en soledad. Y no es que las situaciones nuevas repitan la anterior. Lo que sucede es que llega un momento en que una pena se une a otra y no encontramos sino desierto, no hallamos sino intemperie en todo un tiempo vivido. Para los psicólogos, sería atrayente la lectura de los versos siguientes:

Sobre la piel

El retoño ciego

El retoño, la criatura que nace, sin vista, sin poder discernir nada en torno suyo. El retoño ciego es la vitalidad en desamparo. Hay versos en otro poema que indican lo mismo:

La historia es la bestia sin más

Abismo de anonimato                  Mi pariente

            Lo histórico devuelve el que fue niño a un nacimiento anónimo, al único parentesco que consiste en una sensibilidad sin compañía. No puede formarse una precisa y plena identidad sin un apoyo de nuestra biografía. ¿Qué puede forjarse o derivarse de las soledades con llanto? El temor, muchas veces. El temor de quedarnos solos en el mundo. Entonces, el quejido que en el verso de Santos López no resulta quejido pero conversación en lenguaje, deviene de una pena y se asienta en un erial desamparado. Se teme, no a la muerte, sino a la vida. Porque la vida es brutal la mayoría de las veces.

Desde afuera nos gritan

¿Qué voz?

¿Cuántos afanes?

Algo llamaba mas no se sabe comprender qué es. El interrogante manifiesta el desconcierto del creador, en este caso. En el poema «Ritual de hambre» el poeta escribe:

Algo de algún terror me anima

Me espanto o paro

Eso estoy pensando

Ese algo, que gana en referencias con lo indefinido, es necesariamente un hecho o varios hechos padecidos. Y de pronto, en otro poema, añade:

Era tiempo de vientres

El momento más lejos                      Nadie

¿Por qué era un tiempo de preñez o de vientres y a la vez el más lejano momento? No había nadie en torno a ese tiempo que podía florecer. Cuando no podemos encontrar en nosotros la alegría, y en la penumbra no hallamos una floreciente identidad, ¿qué acontece?

Se traga más uno mismo 

Hasta desaparecer. Desde luego que el tinte dramático está ofrecido en lirismo, y también ―esto hay que sopesarlo― el poemario respira de pronto ámbitos serenos como al decir:

Concedo el oro a la tristeza

Pero, dentro de su dimensión lírica, toda esta poesía parece la confirmación o el planteamiento de un estado íntimo de orfandad, porque ello cabe que sea redimido.

Me acabo como nacido

Entre pezones

Versos que expresan la dificultad de los primeros días pues se acaba al nacer. Es natural que la melancolía o el dolor jueguen su carta umbrosa en una poesía que deviene de soledades, de imposibilidad de cercanía. Lo que pasa es que la poesía tiene su dialéctica propia en el sentido de que no impide sus momentos de plenitud dentro de un drama vivido.

El sol se empolva entre los árboles

Vida de animales hay en el estuario

Región de cielos y ramajes

Ni el drama ni el triunfo son en sí mismos una estética. Pero naturalmente se cree, o espontáneamente, que poesía es construcción, fundación, instalación de mundo. El alma estremecida por el llanto se encuentra borbotando o tratando de hallar un lugarejo donde afincar lo lírico. Y, a veces, ese lugar que no es espacial, se percibe instalado. Pero lo dramático retorna, y entonces el poema trabaja lo doliente y no el canto fundador.

Desde una primaria emoción, Santos López conduce sus poemas entre estacas, asperezas y erizos. Y ello se debe a una interioridad sacudida. Y dentro de una sensibilidad, erige de pronto breves rincones apacibles. Sería fértil una lectura en plan ontológico de este libro. Pero intenté la aventura psicológica, sin pretender que soy conocedora, que durante años leí muchos libros, que hice un trabajo sobre Kant y la psicología contemporánea por vía comparativa, estudiando el hedonismo en ella y en el filósofo, para lo que tuve que recorrer muchas páginas escritas por Freud y Jung. Pero no aspiro a una garantía en ese aspecto de la existencia, a  menos de que garantía sea tratar de leerse los sueños, querer interpretar nuestros propios símbolos.

Me agradaría una lectura, diferente a la mía, de este libro. Porque si el poeta dice:

Lo que se extiende a nosotros

La consternación de un clima

El animal que raya nuestra puerta

Nos percatamos de su miedo ―rayan su puerta unas garras― mas hay mucho más en Soy el animal que creo y, a veces ―no es lo usual― un humano animal tranquilo.

 

Presentamos la reseña de Ida Gramcko «Se mece un nido», en torno al libro Soy el animal que creo (Fundarte, Caracas, 1987), del poeta venezolano Santos López. La reseña fue publicada inicialmente en el «Papel Literario» del diario El Nacional (5 de julio de 1987). El header fue realizado por Samoel González Montaño, a partir de algunas fotos de archivo de Santos López. La transcripción del texto estuvo a cargo de  Sara Pignatiello Roffé y Graciela Yáñez Vicentini.