¿Qué es la iluminación? En San Juan, la unión con Dios, último tramo del proceso místico. Él y casi todos los místicos señalan una sola vía hacia Dios. No les dejan alternativa a los que creen que hay muchos caminos hacia él, algunos hasta insospechados. Tal vez no haya ninguno, tal vez cuando se prescinde de la idea de camino, de distancia a recorrer, y recobra su intensidad el presente, puede sentirse la cercanía del misterio.

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El término místico es un rótulo como cualquier otro. Se suele usar más despectivamente que en buen sentido o en su acepción justa. Casi siempre se quiere designar con él a alguien que se aparta de la ruta usual o alguien que está fuera de la realidad o alguien con actitudes ascéticas. Es tal su imprecisión que sería preferible no usarlo, pero ¿cómo? Es muy difícil sustituirlo con un neologismo. También con la palabra Dios, la palabra religión, la palabra amor y muchas otras ocurre lo mismo, por lo cual los usuarios debían imponerse la obligación de explicar el sentido que tienen para ellos. Por de pronto, digamos que la nota de estar fuera de la realidad que se le atribuye no es admisible porque entre las principales exigencias de todas las místicas está la atención.

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Desprenderse para ser libre, tal es la exigencia capital de los místicos. Han de romperse las ataduras. El alma debe irse «quitando quereres», dice bellamente San Juan de la Cruz. Esto en el estadio inicial. Después quien obra es Dios. Lo cual podría decirse de otra manera: que una instancia distinta al yo comienza a operar. El vacío que se hace en el alma desnuda lo ocupa una presencia desconocida. O tal vez el vacío sea esa presencia.

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Venezuela ha padecido cuatro positivismos, liberadores y limitantes a la vez: el de la ilustración, el de la generación propiamente positivista, el de los marxismos y el más reciente, el moderno. El alma tendrá que cruzarlos, recobrarse y ser. No se trata de ir contra la ciencia, tan prodigiosa —es nuestra magia— sino de ver que ella no es todo, de abrirse a lo que está más allá ¿o más acá? Al enigma, a lo inexplicable, a lo que hace obligatorio el silencio.

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Si fuese necesario representar antropomórficamente lo que llamamos Dios, mediante un símbolo, el más adecuado sería el andrógino. En muchas figuras religiosas hay algo que lo recuerda. Parecen estar situadas más allá de toda identificación sexual. Son ante todo seres humanos. Lo de hombre o mujer no está subrayado, como es usual.

También la pareja restablece al andrógino. Forma como otro ser bisexual al que le está encomendada una alquimia que pocas veces se cumple. Cuando no hay transformación, el opus se frustra.

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He tenido que construirme —nada se me dio con facilidad— y luego anularme, «desconstruirme», para ser, para andar al hilo de la vida, para que ella me conduzca. Pero ¡cuánto de mí se resiste aún! Rendición incondicional, ese es el blanco.

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Los místicos desdeñan la palabra —aunque hay algunas excepciones— pero suelen usarla con maestría. Muchos de ellos son escritores imprescindibles. ¿Entonces por qué desaman el instrumento del cual se sirven para la transmisión de su experiencia? Después de todo, el lenguaje también nos es dado: naturaleza y cultura se alían para ponérnoslo en la boca. Recuérdese asimismo que no es muy peligroso desdeñar.

A propósito, tengo en mis manos L’éveil a la conscience cosmique, libro de un maestro hindú afiliado al tantrismo, quien consecuente con lo que ya parece una costumbre, arremete contra el lenguaje. En la última página se encuentra la lista de sus obras publicadas; la cifra rebasa la de cualquier escritor alucinado por la palabra. Las he contado: pasan de ochenta.

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La humildad es un refinamiento.

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En carta a una religiosa, dice hermosamente San Juan: «…adonde no hay amor, ponga amor, y sacará amor». ¿Será así realmente? Antes no tenía duda; de algún tiempo acá no estoy tan seguro. La frase, sin embargo, tiene el sello de la perennidad. Brilla como una joya en nuestras tinieblas.

 

Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930). Poeta, ensayista y traductor. Profesor jubilado de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Formó parte del grupo Tabla Redonda a comienzos de la década de los sesenta. Sus libros de poesía, así como los de prosa, están recogidos en Obra entera. Poesía y prosa (1958-1995), publicación del Fondo de Cultura Económica (México, 2000). Recientemente, la editorial española Pre-Textos publicó dos de sus títulos: Sobre abierto (2012) y En torno a Basho y otros asuntos (2016). Recibió el Premio Nacional de Literatura (1985), el Premio San Juan de la Cruz y el Premio Internacional de Poesía J. A. Pérez Bonalde (ambos en 1992), así como una beca de la Fundación Guggenheim (1986). Le fue otorgado en México el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances (2009). En el 2015 obtuvo el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca.  Este 2017 le fue otorgado el Premio de Literatura Filcar 2017 (Feria Internacional del Libro del Caribe, Venezuela).

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Los fragmentos seleccionados fueron extraídos del libro Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística (Caracas: Fondo Editorial de Humanidades, Universidad Central de Venezuela, 1998). La transcripción y la revisión de los textos estuvieron a cargo de Néstor Mendoza. La cabecera fue diseñada por Faride Mereb, a partir de un retrato de Mario Graterol.