Confieso haber descubierto tardíamente a Armando Rojas Guardia. Ni siquiera sentí curiosidad por leer numerosos textos críticos y entrevistas publicadas con gran despliegue en la prensa. Una terca y misteriosa resistencia, mezcla de irritación y rechazo, difícil de explicar. Ni siquiera identificaba al autor físicamente. Otras tertulias, otra generación, otros paisajes y, sobre todo, otros afectos, impedían todo roce.

Cuando finalmente abrí las páginas de El Dios de la intemperie, mi primera reacción fue de estupor. Una escritura de semejante perfección, divina y terrenal, ameritaba celebrar. Y no precisamente con una copa o banquete, sino con un brusco silencio, un retraimiento repentino que permitiera repetir en voz baja ese Dios compañero y seductor. El Dios de Rojas Guardia unido a su carne, presente en todo estallido erótico, luminoso en su brazo fraterno. Vendrían luego Poemas de Quebrada de la Virgen, Proserpina, Del mismo amor ardiendo y Yo que supe de la vieja herida. Continuaba la fiesta celebrándose en la carne de la intemperie triste de las cosas. La lectura no permitía fracturas. No había posible deterioro. Así, persiguiendo las palabras, la sostenida musicalidad, y cerrando el último libro, traté de imaginar los rasgos vitales. Algunos gestos. El sonido de la voz: la risa. Las manos. Quizá, una silueta atlética o la encorvada figura de un anciano prematuro o la frágil apariencia de un niño. En ese irritante proceso de querer encontrarle rostro a una escritura, defecto inherente al periodismo, decidí ir en busca del autor. Un viaje hacia el final de la noche, me dije, nunca está de más.

En su apartamento, a las cuatro de la tarde, pese a un sol inclemente, lo encontré casi muerto de frío, arropado con una gruesa chaqueta de cuero, acurrucado en el fondo de un sillón, los brazos tercamente cruzados sobre el pecho. ¿Miedo? ¿Fatiga? ¿Rechazo? No lo descifré entonces. En lugar de la penumbra esperada, la luz devoraba los muebles, los libros, los objetos dispares. Había como una ausencia de armonía en aquel ambiente donde, pensé, un hombre se despelleja a diario para escribir. Pero se hizo el milagro. Sentados frente a frente, con una taza de té nerviosamente preparada, comenzamos a hablar. Yo en busca de su Dios invicto y detergente. Él, tratando de no mentir frente a una extraña. Y del otro lado de la calle, una imponente y fea iglesia.

El resultado no fue una simple entrevista. Al contrario, se convirtió en un proyecto ambicioso: un libro. Compartir algo más con el autor y no limitarme a escucharlo. Dejar a un lado declaraciones de principios, explicaciones, para transmitir un todo, incluida la vida cotidiana con sus pequeñas y grandes miserias. En pocas palabas, dejar a Rojas Guardia a la intemperie, con sus noches y sus días, como dice la canción.

Este tipo de libro es una aventura riesgosa. Puede convertirse en juego mortal que hace de dos extraños, amigos entrañables, o al revés. La entrevista llena así, a mi juicio, un objetivo real: sustituir al diario, a la autobiografía, géneros casi inexistentes en nuestro país. Pero para ello, es necesario que dos personas se impliquen en el diálogo y, aunque parezca muy teatral, logren levantar el telón y despertar la atención del espectador. Escuchando a Armando Rojas Guardia, respetando sus largos silencios y mirando sus ojos a veces llenos de lágrimas, supe que tal proyecto era posible.

Estos fragmentos que hoy transcribo aquí, atendiendo el compromiso inicial de una entrevista para CriticArte, no reflejan la totalidad de ese proyecto ambicioso. Ni siquiera aquellas dos horas iniciales de titubeos. Ya, el hecho mismo de haber extraído párrafos de la conversación, rompe la armoniosa y lisa superficie del espejo. Porque escogí, sin mucha imaginación, pero fascinada por el enigma, las preguntas y respuestas relativas al respecto más tormentoso de Armando Rojas Guardia: su insólito amor por un Dios alcanzado a través de la carne del hombre. Y cuando digo carne, pienso en piel y sudor y placer, pero también en el hombre olvidado, desposeído, abandonado a su propia suerte y necesitado más que nunca de nuestra solidaridad. Aunque todavía haya imbéciles que piensen que es de mal gusto hablar de los pobres.

Publicación original de la entrevista en el número 11 de la revista CriticArte, página 16

 

M.V. —Nunca he podido erotizar a Dios como lo haces en El Dios de la intemperie y en los Poemas de Quebrada de la Virgen. Pienso, al contrario, que lo único que Dios no comprende es eso: la lujuria, el placer, el erotismo.  

A.R.G. —Se nos ha acostumbrado, culturalmente, a considerar a Dios como absolutamente asexuado y además, es norma y ley, que la relación con él no puede ser sino asexuada también. Nadie puede tener una relación sexual con la ley, a menos que sea un sadomasoquista. Y los hay, como ciertos religiosos que tienen una relación mórbida con Dios en tanto que ley. Pero en el centro de la tradición bíblica está la relación absolutamente entrañable con Dios, tan entrañable que se hace carnal, por lo tanto erótica. El cantar de los cantares no es solamente el canto celebratorio de la relación del hombre y de la mujer, sino que —así lo ha visto la tradición judía y cristiana desde el principio— es el canto del desposorio del hombre con Dios. Por otra parte, en toda la literatura profética, la metáfora paradigmática para establecer la relación de la comunidad con Dios, y del hombre individual con Dios, es la metáfora del desposorio, de la boda. En algún momento (lo cito en El Dios de la intemperie), Jeremías llega a decir: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir». Jesucristo se ve a sí mismo como un novio. Los hombres que lo rodean, al ver que los discípulos comen libremente en días de ayuno, le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no ayunan como nosotros?» Y él les dice: «No pueden ayunar, porque el novio está con ellos». La vida absolutamente festiva de Jesús es lo que comúnmente no se ve. Ese hombre, que iba a ser condenado a muerte, comía con prostitutas y con pecadores. Lo llegan a acusar de comelón y de borracho. Y no es que lo haya sido, pero había algo en su vida esencialmente festivo, celebratorio, en el que se ve a sí mismo como un novio en un banquete de vida.

—Pero, ¿no es esta más bien una actitud social, revolucionaria, de querer estar al lado de los parias, de los pobres?

— Jesús se ve como novio, en la medida en que invita a los seres humanos al banquete mesiánico, que es, en definitiva, un banquete para los pobres. Pero reducir el evangelio al simple elemento social es también un contrasentido. Porque al lado de ese elemento están todos los aspectos de la vida humana. Los aspectos de la subjetividad, de la sexualidad, de la relación del hombre consigo mismo y de la carnalidad, también están implicados en el evangelio. La utilización de la metáfora y de la boda en Jesús tocan también la subjetividad y la carnalidad. El nuevo testamento retoma esa metáfora que viene desde el comienzo y la mayoría de los místicos cristianos la han utilizado como la metáfora central de la relación central con Dios, de la relación carnal con la divinidad. El más alto exponente de esto es San Juan de la Cruz. Aparte de ser la más alta cumbre de la poesía castellana, probablemente no hay en todo el Siglo de Oro un canto de erotismo más perfecto que el Cántico espiritual. Quiero decirte que la relación con Dios toca niveles tan absolutamente hondos y esenciales del ser humano y lo implica de tal manera, y tan envolventemente, que la sexualidad no queda de lado. No porque se tenga con Dios una relación sexual, sino porque no hay en el ámbito de lo humano una esfera que pueda metaforizar y significar más plenamente lo que acontece entre el hombre y Dios, que la esfera sexual.

—Entonces, ¿por qué los místicos cristianos culpabilizan la verdadera vida sexual? ¿Por qué ese insistente combate carne contra espíritu?

—Hay un combate, porque la sexualidad misma es conflictiva. Porque no todo en la sexualidad es celebratorio y festivo.

—¿Por qué dices eso?

—Porque también hay Auschwitz, Hiroshima y hecatombes nucleares del deseo y del sexo. Porque hay puertas de la sexualidad que sólo deben ser abiertas con miedo, y si no han de ser abiertas con miedo, es mejor que no se abran nunca. Al lado de esa conflictividad, hay una larga tradición cultural que no ha hecho sino exacerbar y acicatear el conflicto. Se ha sepultado a la sexualidad en una actitud preferentemente inhibitoria, descarnalizada. Pero eso apenas tiene que ver con la sustancia de la concepción judeo-cristiana de la sexualidad. Hay en toda la literatura bíblica y en todo el mundo cultural hebreo, una actitud tan absolutamente diáfana, libre, espontánea y desinhibida con respecto a la sexualidad que pasma constatar cómo se ha podido dar esa metamorfosis cultural: haber convertido una festividad en la tristeza de la carne.

—Esto fue propiciado por la propia iglesia católica, apostólica y romana…

—Pero no existía en los primeros siglos del cristianismo. El evangelio es muy parco con respecto a la sexualidad: la descentraliza, al no darle una importancia sustantiva. Luego, el cristianismo se institucionaliza dentro de los parámetros de la cultura eminentemente griega. Y en la cultura griega había elementos profundamente negadores de la sexualidad.

—Los griegos miraban, más que escuchaban…

—Toda la tradición órfica, y la tradición platónica, conciben al cuerpo como cárcel del alma. Luego, pasa a los gnósticos, y allí llega a concebirse al mundo como una creación satánica. Todo esto influye en el cristianismo, porque forma parte del caldo cultural en que se mueve en ese momento. Pero nada, nada, nada más alejado de la visión bíblica del hombre y de la mujer, que la concepción del cuerpo como cárcel del alma (…). Eso no es una noción bíblica. Son articulaciones históricas que vienen del paganismo, con una visión profundamente negativa de la sexualidad y de la carnalidad.

—En tu caso personal, la opción a cierta sexualidad provocó grandes crisis. Grandes conflictos. ¿No hay raíces religiosas en la dificultad para asumir eso?

—(…) Yo sé que fui en la adolescencia de una naturaleza religiosa, porque lo fui desde la infancia. Pero a una naturaleza religiosa, no abstracta, ni ahistórica, sino situada dentro de coordenadas culturales muy precisas como las que me tocó vivir en la adolescencia, era casi impensable que la homosexualidad no le produjera inmensos conflictos. Porque todo en la historia del cristianismo occidental está predispuesto para condenar a la homosexualidad como una manifestación contraria a la voluntad de Dios. No solamente la homosexualidad es una conducta sexual invalidada e ilegitimada por la sociedad falocrática y machista de Venezuela, sino invalidada e ilegitimada también por la iglesia institucional. Entonces tuve que enfrentar ese doble problema, ya que era por una parte muy religioso y por la otra, profundamente homosexual.

—Afirmas en tu libro El Dios de la intemperie, que el cuerpo, todo cuerpo, es dionisíacamente femenino. Pero hay una gran manipulación cultural en torno al útero, es decir, en torno a la capacidad o no de engendrar. Una mujer estéril es una mujer estigmatizada y se siente culpable. ¿Hasta qué punto, más que la agresión social, el homosexual se ha dejado manipular por esa diferencia de tener un útero o no, de poder engendrar o no?

—Estoy absolutamente de acuerdo con eso. La negación de lo femenino, la minusvalorización de lo femenino, la visión negativa de lo femenino en una sociedad patriarcal, la sufre no solamente la mujer: la sufre la femineidad del hombre concretamente. Concebir que alguien es femenino porque tiene útero y alguien es masculino porque tiene pene, es tan absolutamente absurdo y contrario a lo que todas las ciencias humanas y biológicas señalan hoy, que uno no se explica esa negativización de lo femenino sino por condicionamientos culturales manipuladores.

Publicación original de la entrevista en el número 11 de la revista CriticArte, página 17

 

En abril de 1986, Miyó Vestrini publicó, en el número 11 de la revista CriticArte, esta entrevista realizada a Armando Rojas Guardia. Su proyecto, como lo confiesa a lo largo del texto y también en el sumario que encabezaba la entrevista en su publicación original, era dedicarle un libro completo al poeta: «De una larga conversación que proseguirá y se convertirá en libro, surgen estos fragmentos en los que el escritor se refirió a una de sus obsesiones: la relación con un Dios compañero, fraternal y amoroso. No hay, afirma, en el ámbito de lo humano, una esfera que pueda metaforizar y significar más plenamente lo que acontece entre el hombre y Dios, que la esfera sexual». A raíz de la partida del escritor venezolano Armando Rojas Guardia, hace un año, Ediciones «Letra Muerta» rinde hoy un homenaje a su labor como autor y figura fundamental de nuestras letras y nuestro pensamiento.

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Armando Rojas Guardia [Caracas, 8 de septiembre de 1949 – Caracas, 9 de julio de 2020]. Poeta, ensayista, diarista, docente. Realizó estudios de Filosofía en la Universidad Católica Andrés Bello [UCAB], en Caracas; en la Pontificia Universidad Javeriana, en Bogotá; y en la Universidad de Friburgo, en Alemania. Formó parte del Taller Calicanto de Antonia Palacios y fue uno de los fundadores del Grupo Tráfico, ambos en Caracas. Publicó los poemarios Del mismo amor ardiendo [1979], Poemas de Quebrada de la Virgen [1985], Yo que supe de la vieja herida [1985], Hacia la noche viva [1989], La nada vigilante [1994], El esplendor y la espera [2000] y Patria y otros poemas [2008]. Su poesía se ha recopilado, dentro y fuera de Venezuela, en Antología poética [1993], Obra poética [2004], Fuera de tiesto. Poemas selectos [2008], Mapa del desalojo. Poemas escogidos [2014], La puntualidad del Paraíso [2015] y El esplendor y la espera. Obra poética 1979-2017 [2018]. Como ensayista, publicó los libros El Dios de la intemperie [1985], El calidoscopio de Hermes [1989], El principio de incertidumbre [1994] y Crónica de la memoria [1999]. Su labor como ensayista y diarista se recoge, parcialmente, en Obra completa. Ensayo [2006], Vivir poéticamente [2017] y La otra locura [2017]. Como volúmenes de diarios individuales, publicó Diario merideño [1991] y El deseo y el infinito. Diarios (2015-2017) [2017]. También, un único cuento: Proserpina [2014]. Además de toda su obra literaria, Rojas Guardia dejó un legado a través de sus alumnos, que pasaron por los talleres de formación literaria que dictó durante décadas. Fue ganador, en dos oportunidades [1986 y 1996], del Premio de Poesía del Consejo Nacional de la Cultura de Venezuela [CONAC], así como del Premio de Ensayo de la Bienal Mariano Picón Salas [1997]. En 2016, fue designado individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua.

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Miyó Vestrini [Nimes, Francia, 27 de abril de 1938 – Caracas, 29 de noviembre de 1991]. Poeta, periodista, editora, narradora, locutora y guionista. A sus 18 años comenzó a participar en el grupo literario Apocalipsis; luego, fue miembro de los movimientos vanguardistas Sardio, 40 Grados Bajo la Sombra, El Techo de la Ballena y La República del Este. Se desempeñó como guionista en la industria televisiva nacional. Trabajó en el Diario Occidente, La República, El Nacional; en este último, dirigió las páginas de arte, así como en el Diario de Caracas. Junto a Antonio López Ortega, coordinó la revista CriticArte. Dirigió el suplemento infantil El Cohete. En dos oportunidades obtuvo el Premio Nacional de Periodismo [1967, 1979] y además fue agregada de prensa de la Embajada de Italia. En el 2008, la Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional publicó su biografía, escrita por la periodista Mariela Díaz Romero. En poesía, publicó Las historias de Giovanna [1971], El invierno próximo [1975] y Pocas virtudes [1986]. El poemario póstumo Valiente ciudadano fue incluido en su poesía completa, publicada bajo el título Todos los poemas [1994; 2013]. En vida, publicó también Conversaciones con Sonia Pérez [1979], Salvador Garmendia. Pasillo de por medio [1980] e Isaac Chocrón frente al espejo [1980]. Póstumamente se publicaron Órdenes al corazón [1996; 2001] y Frente al espejo [2001]. Nuestra casa editorial ha publicado Es una buena máquina [poesía inédita, 2015] y Al filo [entrevistas literarias, 2015], además del facsímil de sus poemas inéditos franceses de 1958-1960, en francés e inglés, en coedición con Kenning Editions [NYC, 2020], sello que había editado ya una selección de sus poemas traducidos al inglés, Grenade in Mouth, en 2018.

Miyó Vestrini. Foto de archivo, El Nacional

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La cabecera principal fue diseñada por Samoel González Montaño, a partir de la fotografía de Armando Rojas Guardia publicada originalmente en la entrevista. Daniel Chacón Aro realizó la transcripción del texto. Graciela Yáñez Vicentini y Néstor Mendoza, su revisión y la asistencia en la web.