El primer viajero sorprendido agradablemente por el paisaje caraqueño a fines del siglo XVIII, fue el célebre científico Alejandro de Humboldt. En su obra Viaje a las Regiones Equinocciales del Viejo Continente, describe de la siguiente manera la trayectoria del Río Guaire:

«Caracas está atravesada por el río Guaire en una llanura de 414 toesas de elevación sobre el nivel del mar; el terreno que ocupa la ciudad es desigual y tiene una pendiente muy fuerte del N.N.O. al S.S.E. El río Guaire nace en el grupo de cerros primitivos del Higuerote que separa el Valle de Caracas y el de Aragua. Fórmase cerca de Las Adjuntas, de la reunión de los riachuelos de San Pedro y Macarao y se dirige al principio al principio al Este, hasta la cuesta de las Auyamas y luego al Sur, para reunir sus aguas más abajo de Yare con las del río Tuy. Este último es el único río considerable en la parte septentrional y montañosa de la Provincia. Sigue regularmente la dirección de Oeste a Este en una longitud de 30 leguas en línea recta, de las que más de los tres cuartos son navegables».

Más adelante agrega:

«Tres riachuelos que bajan de las montañas: el Anauco, el Catuche y el Caroata, atraviesan la ciudad dirigiéndose de Norte a Sur; están ellos muy encajonados y en pequeñas proporciones, recuerdan, por los zanjones resecos que allí se juntan, entrecortando el terreno, los famosos ‘Guaicos’ de Quito. Beben en Caracas el agua del río Catuche; pero las personas acomodadas hacen traer el agua del Valle, villa situada a una legua al Sur. Creen que son muy saludables estas aguas, y las de Gamboa, porque corren por sobre las raíces de zarzaparrilla».

Y refiere que después de examinar el agua del Valle, no contiene cal, sino «un poco más de ácido carbónico que el agua de Anauco».

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Detalle de Alexander von Humboldt, pintado por Friedrich Georg Weitsch en 1806.

Más tarde, el año de 1827, visita a Caracas el conde Felipe del Segur, el cual en sus memorias describe así el valle de Caracas:

«La ciudad parecía formar parte del campo, en donde las límpidas aguas del Guaire corren entre céspedes a los pies de copudos árboles, vibrantes de cantos de pájaros. Caracas ofrecía a la vista, un panorama lleno de frescura y de gracia».

Refiere Oviedo y Baños que regresando Pedro Alonso a la ciudad  de Caracas por las riberas del Guaire, después de haber perseguido a los indios comandados por Tamanaco y caminando por sus playas, «un soldado llamado Tapia, que iba de los delanteros, encontró tendida sobre la arena una criatura de ocho a diez meses de edad, a quien sin duda dejó en aquella soledad desamparada la madre, o porque le servía de estorbo para huir, o porque violentada la naturaleza en aquel lance, pudo más el miedo que el amor, y la turbación, que el cariño; y bárbaramente cruel, olvidado de las piedades del humano y de las obligaciones de católico, cogiéndola por un pie, y diciendo: yo te bautizo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la arrojó en medio del río, donde sumergida entre las ondas, le sirvieron de sepulcro los cristales». Don Pedro Alonso, para castigarle, quiso cortarle la mano, pero intervinieron sus amigos y se suspendió la ejecución. Pero no habían pasado ni 24 horas cuando las tropas de Tamanaco le presentaron batalla (la llamada «Batalla del Guaire») y el soldado Tapia quedó con el corazón partido por una flecha.

Los indios que poblaban la región del Valle de Caracas, llamaban el lugar «Valle del Guaire», que más tarde se nombró «Guaire», hermoso río que atraviesa con sus corrientes el valle de San Francisco, y fecunda la tierra con sus aguas. Oviedo y Baños lo nombra en diversas oportunidades, cuando los conquistadores lo atravesaban en sus correrías «llegando por las corrientes del Guaire hasta las orillas del Tuy». Y nos hace una demostración completa de la batalla sostenida por el indígena Tamanaco, efectuada por indígenas y españoles entre los cañaverales del famoso río.

 

Fragmento de «El Río Guaire» de Carmen Clemente Travieso, texto incluido en la obra Las esquinas de Caracas. Segunda edición, impresa en Talleres Gráficos de México. S.A., México, año 1966. La primera edición se publicó en 1956. La selección y transcripción del texto fue hecha por Diosce Martínez y la revisión por Graciela Yáñez Vicentini y Néstor Mendoza. El header fue realizado por María Núñez, a partir de una fotografía tomada del archivo de la Sala Virtual de Investigación Carmen Clemente Travieso de la Universidad Católica Andrés Bello.