En los bosques de mi antigua casa
oigo el jazz de los muertos.
Arde en las pailas ese momento de café
donde todo se muda. Oréanse ropas
en las cuerdas de los góticos árboles.
Cae luz entre las piedras y se dobla
la sombra de mi vida en un reposo táctil.
Atisbo a la mudez del establo
la brida que me salve de un decurso falible
palpo la montura de ser y prosigo
cuando recorra todo llamaré ya sin nadie
los muertos andan bajo tierra a caballo.

 

*

Oscura madre de mis élegos
tú que gravitas tú que antecedes
calma central en el vacío de la casa
giras a medio arco del sillón
donde columpias las espaldas hinchadas
al jadeo de tus lámparas. Giras
por ese aire de fatal levitación
con las biblias agóticas del pecho
hasta que caes a copos de la aguja
y en dedales y ojeras nos coses hasta el fin
los vivos a los muertos
tan honda que en ti desapareces.

 

*

Gira todo vivir por mi reloj ya calvo
el expósito ayer entre las hojas amarillas
los árboles que vuelven a caballo
porque sabe a café la última luz
y gravitan los tactos del desastre.
Gira por mi reloj ese espacio abolido
donde se doblan las setenta costillas
de la casa y cae sol a las piedras ausentes
cuando alguien ya lejos trae su alma
y barre a la piedad de los zócalos
fatales huellas de zapatos muertos.

 

*

Mi ayer es una bizca tía
y una casa emplumada donde los muertos
hacen café. Olvido es lo demás.
Adela zurce un medio hilo de ser
desde aquella distancia en que sus ojos
miden no paralelos lo que soy.
Yerro en sus dos miradas por antípodas
vías, por diversos sentidos de morir.
Si camino hacia el centro de mi vida
si parto de mi casa al porvenir
Adela bizca otea en los dos planos de su ver
y evidencia mi punto de caída
tan tía como siempre y llorando
entre sus dos fatales direcciones.

 

*

Y mayo abre el día blanco
en la llovizna de amanecida
azota el viento los terrados
con su furia gélida y el agua
se arrebuja en la piedad de los bajantes.

Es mayo aún su cielo plúmbeo
gordas moscas husmean viejas cáscaras
brotan escarabajos de la tierra húmeda
y los árboles majestuosos
estremecidos en sus follajes oscuros
soportan los fragores de los truenos
como quien oye graznar sus aves familiares.

 

Estos poemas pertenecen a Élegos (Editorial Arte: Caracas, 1967), primer libro publicado de Eugenio Montejo (1938-2008). La selección y transcripción estuvieron a cargo de Néstor Mendoza. Graciela Yáñez Vicentini realizó la revisión del texto. El header fue realizado por María Betania Núñez, a partir de un retrato de Enio Perdomo.