La primera vez que escuché « Las uvas del tiempo » de Andrés Eloy Blanco fue el 31 de diciembre de 1993. Mi madre tenía 8 meses de embarazo y yo le acariciaba el vientre en busca de mi hermanito. Recuerdo que estaba en el patio de la casa jugando estrellitas1 con mis primos y mi abuela le pedía a mi abuelo que sintonizara la emisora 890 AM. «Falta poco para las doce». Mi abuela ordena a  ‘Neno’ , la menor de todas mis tías, a sacar las uvas de la nevera. Al superar la estática del viejo radio se escuchaba al locutor José Joaquín Jiménez González2: «Gracias, muchas gracias por hacernos parte de su Navidad, Radio América, La onda de la alegría les desea felicidades».3

Luego de una pausa las miradas se encuentran con una picardía melancólica y suenan las campanas de una remota iglesia, y allí, en esa demora donde los recuerdos fingen ser la esencia de la vida, la voz de Carlos Tovar Ochoa4 crea la memoria y me da, a mí, una niña de 5 años y dientes disparejos, la primera lección familiar que puede dar el tiempo, la primera sensación de permanencia entrañable, íntima y terrena: eran los versos que Andrés Eloy escribió un 31 de diciembre de 1923 en Madrid en la voz de aquel locutor que también narraba los juegos de béisbol por las tardes los primeros días de enero.

Imagino que Andrés Eloy lee esta croniquilla sobre mi infancia y sonríe con la ternura de mi abuelo.

Diosce Martínez a sus tres años.
Diosce Martínez a sus tres años.  Fotografía cortesía de la autora.

 

 

«LAS UVAS DEL TIEMPO » 

Madre: esta noche se nos muere un año.
En esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!;
claro, como todos tienen su madre cerca…
¡Yo estoy tan solo, madre,
tan solo!; pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo, y el recuerdo es un año
pasado que se queda.
Si vieras, si escucharas esta alboroto: hay hombres
vestidos de locura, con cacerolas viejas,
tambores de sartenes,
cencerros y cornetas;
el hálito canalla
de las mujeres ebrias;
el diablo, con diez latas prendidas en el rabo,
anda por esas calles inventando piruetas,
y por esta balumba en que da brincos
la gran ciudad histérica,
mi soledad y tu recuerdo, madre,
marchan como dos penas.

Esta es la noche en que todos se ponen
en los ojos la venda,
para olvidar que hay alguien cerrando un libro,
para no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde van las partidas al Haber de la Muerte,
por lo que viene y por lo que se queda,
porque no lo sufrimos se ha perdido
y lo gozado ayer es una pérdida.

Aquí es de la tradición que en esta noche,
cuando el reloj anuncia que el Año Nuevo llega,
todos los hombres coman, al compas de las horas,
las doce uvas de la Noche Vieja.
Pero aquí no se abrazan ni gritan: ¡FELIZ AÑO!,
como en los pueblos de mi tierra;
en este gozo hay menos caridad; la alegría
de cada cual va sola, y la tristeza
del que está al margen del tumulto acusa
lo inevitable de la casa ajena.

¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes,
sin conocerse, con la buena nueva!
Las manos que se buscan con la efusión unánime
de ser hormigas de la misma cueva;
y al hombre que está solo, bajo un árbol,
le dicen cosas de honda fortaleza:
«¡Venid compadre, que las horas pasan;
pero aprendamos a pasar con ellas!»
Y el cañonazo en la Planicie,
y el himno nacional desde la iglesia,
y el amigo que viene a saludarnos:
«feliz año, señores», y los criados que llegan
a recibir en nuestros brazos
el amor de la casa buena.

Y el beso familiar a medianoche:
«La bendición, mi madre»
«Que el Señor la proteja…»
Y después, en el claro comedor, la familia
congregada para la cena,
con dos amigos íntimos, y tú, madre, a mi lado,
y mi padre, algo triste, presidiendo la mesa.
¡Madre, cómo son ácidas
las uvas de la ausencia!

¡Mi casona oriental! Aquella casa
con claustros coloniales, portón y enredaderas,
el molino de viento y los granados,
los grandes libros de la biblioteca
—mis libros preferidos: tres tomos con imágenes
que hablaban de los reinos de la Naturaleza—.
Al lado, el gran corral, donde parece
que hay dinero enterrado desde la Independencia;
el corral con guayabos y almendros,
el corral con peonías y cerezas
y el gran parral que daba todo el año
uvas más dulces que la miel de las abejas.

Bajo el parral hay un estanque;
un baño en ese estanque sabe a Grecia;
del verde artesonado, las uvas en racimos,
tan bajas, que del agua se podría cogerlas,
y mientras en los labios se desangra la uva,
los pies hacen saltar el agua fresca.

Cuando llegaba la sazón tenía
cada racimo un capuchón de tela,
para salvarlo de la gula
de las avispas negras,
y tenían entonces
una gracia invernal las uvas nuestras,
arrebujadas en sus talas blancas,
sordas a la canción de las abejas…

Y ahora, madre, que tan sólo tengo
las doce uvas de la Noche Vieja,
hoy que exprimo las uvas de los meses
sobre el recuerdo de la viña seca,
siento que toda la acidez del mundo
se está metiendo en ella,
porque tienen el ácido de lo que fue dulzura
las uvas de la ausencia.

Y ahora me pregunto:
¿Por qué razón estoy yo aquí? ¿Qué fuerza pudo
más que tu amor, que me llevaba
a la dulce aninomia de tu puerta?
¡Oh miserable vara que nos mides!
¡El Renombre, la Gloria…, pobre cosa pequeña!
¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,
cómo olvidé la Gloria que me dejaba en ella!

Y esta es la lucha ante los hombres malos
y ante las almas buenas;
yo soy un hombre a solas en busca de un camino.
¿Dónde hallaré camino mejor que la vereda
que a ti me lleva, madre; la verdad que corta
por los campos frutales, pintada de hojas secas,
siempre recién llovida,
con pájaros del trópico, con muchachas de la aldea,
hombres que dicen: «Buenos días, niño»,
y el queso que me guardas siempre para merienda?
Esa es la Gloria, madre, para un hombre
que se llamó fray Luis y era poeta.

¡Oh mi casa sin cítricos, mi casa donde puede
mi poesía andar como una reina!
¿Qué sabes tú de formas y doctrinas,
de metros y de escuela?
Tú eres mi madre, que me dices siempre
que son hermosos todos mis poemas;
para ti, soy grande; cuando dices mis versos,
yo no sé si los dices o los rezas…
¡Y mientras exprimimos en las uvas del Tiempo
toda una vida absurda, la promesa
de vernos otra vez se va alargando,
y el momento de irnos está cerca,
y no pensamos que se pierde todo!
¡Por eso en esta noche, mientras pasa la fiesta
y en la última uva libo la última gota
del año que se aleja,
pienso en que tienes todavía, madre,
retazos de carbón en la cabeza,
y ojos tan bellos que por mí regaron
su clara pleamar en tus ojeras,
y manos pulcras, y esbeltez de talle,
donde hay la gracia de la espiga nueva;
que eres hermosa, madre, todavía,
y yo estoy loco por estar de vuelta,
porque tú eres la Gloria de mis años
y no quiero volver cuando estés vieja!…

Uvas del Tiempo que mi ser escancia
en el recuerdo de la viña seca,
¡cómo me pierdo, madre, en los caminos
hacia la devoción de tu vereda!
Y en esta algarabía de la ciudad borracha,
donde va mi emoción sin compañera,
mientras los hombres comen las uvas de los meses,
yo me acojo al recuerdo como un niño a una puerta.
Mi labio está bebiendo de tu seno,
que es el racimo de la parra buena,
el buen racimo que exprimí en el día
sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.

Madre, esta noche se nos muere un año;
todos estos señores tienen su madre cerca,
y al lado mío mi tristeza muda
tiene el dolor de una muchacha muerta…
Y vino toda la acidez del mundo
a destilar sus doce gotas trémulas,
cuando cayeron sobre mi silencio
las doce uvas de la Noche Vieja.

 

Madrid, 31 de diciembre de 1923.

 

NOTAS DE LA CRÓNICA INTRODUCTORIA

1 Juego pirotécnico.

José Joaquín Jiménez González, locutor venezolano. Trabajó en Radio América 890 AM. Valencia, Venezuela.

Radio América, «La onda de la alegría», dial 890 AM. Valencia, Venezuela.

Carlos Tovar Ochoa, locutor venezolano, conocido como uno de los más destacados narradores de béisbol en Venezuela.

 

*Los invitamos a visitar el  soundcloud de «Las uvas del tiempo» de Andrés Eloy Blanco, en voz de Luis Carlos Díaz.

 

 

Andrés Eloy Blanco (Cumaná, 1896-1955). Poeta, político y ensayista venezolano. Estudió Derecho en la UCV y formó parte de la Generación del 28, movimiento universitario que se opuso a la dictadura de Juan Vicente Gómez. Trabajó como editor clandestino del periódico disidente El imparcial, lo que le costó seis años de prisión en la cárcel La Rotunda y en el castillo Libertador de Puerto Cabello. En prisión escribe Baedeker 2000Barco de Piedra Malvina recobrada. De 1936 a 1937 fue presidente de la Asamblea Nacional.  Ministro de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Rómulo Gallegos. En 1934 publicó su emblemático libro Poda.  Luego de exiliarse en México, en 1955, perdió la vida en un accidente de tránsito. El Congreso de la República de Venezuela, en 1973, realizó una edición de sus obras completas en 10 volúmenes, los cuales recogen su labor periodística, así como sus crónicas, ensayos cortos, poesía, narrativa, teatro y discursos públicos. Sus restos reposan en el Panteón Nacional desde el 2 de julio de 1981.

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«Las uvas del tiempo » fue tomado de las Obras completas de Andrés Eloy Blanco (Caracas, Congreso de la República/Coordinación de Publicaciones del Rectorado de la Universidad de Oriente, 1973).  La introducción y transcripción del texto estuvo a cargo de Diosce Martínez. La grabación y edición del audio es de Luis Carlos Díaz. La revisión del texto y montaje web de Carlos Alfredo Marín. El header principal es de Samoel González Montaño. La dirección fue de Faride Mereb.