Ítalo Calvino, en sus Ciudades invisibles, dice que «la ciudad no cuenta su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en las esquinas de las calles (…)». Entonces se asoman voces, una cierta densidad cambia el aire. Aquí una placa conmemorativa, desapercibida en medio del ajetreo y el apuro; allá una ventana invitando a los fisgones, una plaza que contiene los pasos de quién sabe quién.
Construido en la década del veinte, Coral Gables es considerado uno de los vecindarios más bonitos de los Estados Unidos: el ensueño mediterráneo de Solomon G. Merrick, un acaudalado ministro de la iglesia congregacional. Propietario de una plantación de cítricos que surtía a buena parte de La Florida, decidió construir —en las inmediaciones de Miami— una pequeña ciudad que se pareciese a una villa del sur de España, saben los dioses saboreando qué odaliscas y qué lunas. Con ayuda de un diccionario enciclopédico español, fue bautizando calles: Alhambra, Granada, Segovia, Giralda… nombres que acompañan construcciones donde todavía se mezclan el mudéjar, el neoclásico y el art decó.
Entre esas construcciones caminó, alguna vez, Juan Ramón Jiménez, entre 1939 y 1942, huyendo de la Guerra Civil Española. El pequeño parque que hoy lleva su nombre y que otro amigo poeta, Joaquín Gálvez, me hizo notar hace unos días en un post de Facebook, es homenaje a eso. Allí, entre arcos de herradura, columnas, tejas y piedras calizas, escribió Romances de Coral Gables, que se publicaría en 1948. Lo escribió con olor a España, ese olor que dejan los lugares que intentan remedar aquello a lo que pertenecemos. Pero no era España, sino un vecindario en una ciudad casi tropical, recién estrenada como metrópoli, donde se hablaba inglés. Lo escribió entre árboles inmensos, guardianes de la humedad.
Los árboles se olvidaron
de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada,
oía hablar a los árboles.
Miami (y en ello incluyo zonas aledañas) es un no lugar que, paradójicamente, es todos los lugares al mismo tiempo. Una utopía poblada de mar y de manglares. En la segunda mitad del siglo XX y en lo que corre del XXI, distintas comunidades latinas se han ido asentando aquí y han ido creando pequeñas islas, metafóricas y arquitectónicas, que se comunican a través de autopistas. Una ciudad de ghettos, de espacios e identidades sin demasiada comunión. Algún incauto podría decir que Nueva York —la otra gran ciudad migratoria de Estados Unidos— es lo mismo, pero Nueva York te obliga a lo público y a la convivencia. En Miami y aledaños cada isla tiene una nostalgia, repite sabores y acentos, encerrada en sí misma. Pero, como toda nostalgia, no es. Se convierte en reflejo, en copia de la idea. Algo en la ciudad es inasible, algo es una colcha de retazos.
Sin embargo, hay también otro tipo de melancolías: un letrero que sobrevive en un restaurante que fue famoso en los cincuenta, una vieja tienda, la zona art decó de la playa; la valla de Coppertone, los moteles de la Biscayne Boulevard; la vieja fiereza de ciertos tramos de la Flagler Street. Coral Gables, aunque ciudad vecina, es también sobreviviente, con sus calles españolas y sus fuentes y el Biltmore, ese hotel poblado de fantasmas que siempre aparece en la listas de lugares embrujados. ¿Qué pensaría Juan Ramón Jiménez paseando por esa España que no era España sino fachada y nombre? ¿Qué nostalgias removería? Romances de Coral Gables es, al fin y al cabo, un canto al tránsito, a lo pasajero. Es el canto de un emigrante, que se une a los miles de cantos de emigrantes que se elevan sobre este territorio.
La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Sin embargo y sin saberlo, fundó una memoria. En esa ciudad que apenas comenzaba a conformarse como identidad moderna y que no tenía el pasado de otras ciudades como Boston o Nueva York, su paso por Coral Gables es un acontecimiento histórico: como la llegada del ferrocarril o la inauguración de la Pan American Airlines, la presencia del poeta español marca el paso entre esa Miami rural, española, y la Miami urbana, multicultural. Son muchos los emigrantes famosos que, en realidad, podrían citarse, pero Juan Ramón Jiménez produce una ternura especial. Quién sabe si, entre los árboles enormes, las piedras calizas y las fachadas andaluzas, recordaba triste las andanzas de Platero.
☙
El texto inédito que presentamos pertenece a Kelly Martínez, joven escritora radicada en Miami. El header fue diseñado por María Betania Núñez a partir de una obra de Gabriel Orozco. Graciela Yáñez Vicentini y Néstor Mendoza realizaron la revisión del texto.
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