El fantasma

Caminaba el fantasma con tanta delectación que no se dio cuenta de una iguana en la copa de un árbol. Entonces, como si le hubiese salido un fantasma, oyó la voz de alguien que desde el inmenso árbol le hablaba:
«¿Qué haces a estas horas del día en la calle? ¿No ves que la luz te hace visible y así dejas de ser lo que siempre has sido?»
Asustado, el fantasma levantó la mirada y vio el animal cómodamente instalado entre la fronda. Como si no hubiese sido con él, el fantasma siguió su camino. Un poco más adelante escuchó otra voz. Esta vez se hizo el loco y se apartó de los sonidos interiores.
Cruzó la inmensa plaza y se sentó en el borde de la acera, pero algo le dijo que debía regresar al sitio donde la iguana descansaba. Llegó al lugar y flotó hasta la altura del animal que lo veía sin inmutarse.
«Te repito la pregunta de hace rato, ¿o es que no me oíste?»
—Sí, te oí dentro de mí, como ahora. Solo que no entiendo qué hago yo, un fantasma, a esta hora del día bajo la luz del sol.
«Entonces debes buscar refugio para que no te vean los mortales».
—Ahora que estoy afuera quiero que me vean, para que sepan que los fantasmas existimos.
«No te creerán, pues los seres humanos creen en lo que nunca han visto. Si te ven dejas de ser fantasma y te conviertes en una atracción turística».
—Bueno, en todo caso que me vean, que sientan que soy posible, que puedo flotar. Ellos no pueden hacerlo.
«En el momento en que crean que eres lo que ven, dejas de ser fantasma y caerás al piso violentamente».
—Me gustaría experimentarlo.
«Dejarás de ser lo que eres».
—No importa, así comienzo a existir plenamente.
«Como quieras», dijo esto al mismo tiempo que cerraba los ojos.
El fantasma, confundido ante la actitud de la bestia, miró hacia abajo y descubrió a una multitud de paseantes que lo veía pasmada. En ese preciso instante el fantasma se vino contra el piso. Los curiosos lo ayudaron a ponerse de pie. Uno de ellos le dijo:
—¿Cómo se le ocurre a usted molestar a la pobre iguana? ¿No ve que está prohibido?
Entonces el fantasma, que para los humanos se creía fantasma, fue conducido a la comisaría más cercana donde lo dejaron retenido.
Los humanos no se percataron de que el ahora humano era un verdadero fantasma que sonreía gracias al milagro de convertirse en un simple mortal.

Uno de policías

Un policía se topó con un transeúnte que orinaba al pie de una estatua. Con su mejor cara de policía, el gendarme le llamó la atención al hombre, pero éste siguió en su feliz micción.
Un rato más tarde, vemos al transeúnte muerto frente a la estatua del héroe de la nación. Los que pasan por el lugar miran a un policía sentado al lado del cadáver.
Cuando las motos, patrullas y ambulancias se hicieron presentes en el lugar del hecho, nadie entendió la actitud del policía. Un primer interrogatorio permitió conocer que el hombre tirado en el piso, con el sexo fuera del pantalón, era un borracho a quien se le ocurrió orinar al pie de la estatua. Pero más tarde la verdad casi se aproximó a quienes intentaban ordenar las acciones, durante una segunda ronda de preguntas.
Entonces el policía dijo:
—Solo sé que cuando le advertí al hombre que no debía hacer eso, me apuntó con su sexo y me disparó un chorro, pero como no me mató, yo disparé y le di.

Harry Potter, buhonero

Estaba Harry en su puesto de venta de discos compactos y películas cuando se le acercó una bruja que tenía muy mala fama. La mujer, que no se apartaba de su vieja escoba, le preguntó al muchacho:
—Mira, carajito, ¿cuánto cuesta la película de Harry Potter?
—No tengo, señora.
—¿Cómo que no tienes…y esa que está allí, está de adorno?
—Es un recuerdo de familia.
Entonces la bruja levantó la mano y convirtió al pobre Harry Potter en un sapo.
La vieja tomó la película y alzó el vuelo.
Como había llovido, el sapo en que había sido convertido Harry Potter se tiró en un charco cercano al puesto de buhonero.
Un rato después pasaron unos vendedores de libro de Harry Potter y de Paulo Coelho, quienes vieron al pobre sapo que no podía salir del charco a atenderlos.
—¡Coño, pana! ¿Qué haces convertido en sapo? ¿No me digas que pasó la bruja y te echó esa vaina? Pero, no importa, nos llevamos los discos que te encargamos y después te pagamos.
Como el sapo no podía hablar, mostró su impotencia con un par de lágrimas. Entonces, los vendedores de libro, dijeron:
—Está bien, Harry Potter, te ayudamos a recoger la tienda para que no te canses, pero no es para tanto.
En eso despertó el buhonero y la bruja le dijo:
—¿Cuánto cuesta la película de Harry Potter?
—Como es un regalo de familia, se lo regalo.
—Menos mal, soñé que te había convertido en sapo.

 

Los relatos de Alberto Hernández pertenecen a un libro inédito. El header fue diseñado por María Núñez, a partir de la obra «Jirafa» (1990), de Feliciano Carvallo.  Graciela Yáñez Vicentini realizó la revisión de los textos.