Con Eleonora Requena, Luis Guillermo Franquiz y Aglaia Berlutti continuamos esta serie dedicada a las bibliotecas de autores venezolanos. Accedemos a los espacios donde habitan los libros, a «su activa quietud», a esa doble posibilidad de visitar lo universal, lo íntimo: las lecturas habituales y las ediciones atesoradas. Una biblioteca dice mucho de quiénes somos. En su aparente desarreglo está el orden de nuestros gustos. Una pared habitada de libros nos espera.
ELEONORA REQUENA
Mi biblioteca está distribuida por todo el apartamento, en estanterías con libros de poesía, narrativa, arte y ensayos. Este ejercicio de seleccionar unos pocos ejemplares prefigura la dolorosamente circunstancia de hacer una maleta y escoger cuál libro vendría conmigo y cuál no. Veo que en el ejemplar de Elizabeth Bishop escogido no está aquel poema que nos habla del arte de perder, y no es ningún desastre.
- Obra poética completa de Samuel Beckett (edición trilingüe, traducida por Jenaro Talens y publicada por Hiperión).
- Cuadernos de Voronezh de Ossip Mandelstam (prólogo de Anna Ajmatova y traducción de Jesús García Gabaldón; Igitur).
- No, de Idea Vilariño (publicado por Editorial Arca).
- La tarde alcanzada de Alfredo Herrera Salas (edición bilingüe español-sueco. Editorial Heterogénesis).
- Poesía reunida, de Cristina Peri Rossi (Editorial Lumen).
- Metamorfosis del jardín, de Giovanni Quessep (Galaxia Gutenberg).
- Norte y sur, de Elizabeth Bishop (edición bilingüe, traducida por Eli Tolarexipi, Igitur).
- Reducción del infinito, de Ida Vitale (Tusquets Editores).
- Modos de ver, de John Berger (Editorial Gustavo Gilli).
- El rayo que no cesa, de Miguel Hernández (edición numerada de 1942, Colección Rama de Oro).
Agradecidísimo por esta invitación a participar en un proyecto tan especial e íntimo. Adjunto un par de fotos de mi biblioteca y una lista de mis lecturas recurrentes y posesiones preciadas. Un abrazo fuerte para ustedes. Feliz mañana.
- Ficciones y aflicciones, de Antonia Palacios.
- Ciudades que ya no existen, de Fedosy Santaella.
- Cartas de Jack Kerouac y Allen Ginsberg.
- Una pasión literaria. Correspondencia 1932-1953, de Henry Miller y Anaïs Nin.
- Diario de Katherine Mansfield.
- Diarios de Alejandra Pizarnik.
- El lugar del escritor de Victoria de Stefano.
- Cuentos de Ernest Hemingway.
- Escribir ficción de Edith Wharton.
- Escribir de Marguerite Duras.
- Un soplo de vida de Clarice Lispector.
- Diario de una escritora, de Virginia Woolf.
AGLAIA BERLUTTI
Mi primera biblioteca —la primera que llamé mía, en todo caso— era muy pequeña. Pero a mis diez años, me parecía el mundo entero. Me llevó meses completarla —o comenzarla, como se le mire—. Se encontraba en la habitación que ocupaba cuando visitaba a mi abuela y era solo un pequeño mueble repleto de libros usados. Pero a mí me parecía espléndida: tenía un anaquel roto, un gavetín desvencijado y una enorme grieta en un costado, pero era hermosa en su pequeña decadencia. Y los libros, eran verdaderos tesoros. ¡Los amaba todos! Los había heredado de varias bibliotecas familiares y otros comprados en alguna de mis librerías favoritas. Eran míos, formaban parte de mi mundo. Eran como pequeños trozos de mis memorias más preciadas, al alcance de una palabra y el olor incomparable de una página nueva.
Mi biblioteca creció conmigo. Tal vez era mi reflejo. Siempre había un libro nuevo que encontrar, como de casualidad, allí, perdido entre tantos otros. Amores a primera vista, pensaba en ocasiones, con una sonrisa, sosteniendo ese nuevo misterio guardado celosamente entre solapas. Un sueño nuevo cada vez. Mis pequeños tesoros estaban en todas partes: en la librería pequeñita de Sabana Grande con la que tropecé por casualidad, esa otra tan grande y lujosa en el centro comercial de moda que me producía desconfianza, con sus pasillos bien iluminados y sus libreros muy jóvenes. Incluso en mesas perdidas en calles, en manteles tendidos en la calle. Libros que se asomaban entre revistas y objetos, sonriendo tímidamente. «¿Me llevas?», decían. «Prometo contarte sobre mundos que nunca has imaginado y que viven en mí. ¿Me guardarás? No sé cómo he llegado a ti, pero guardaré tus secretos y sonreiré para ti. ¿Me cuidas? Velaré tu sueño, serás quien ría y juegue entre mis páginas. ¿Me llevas entre tus brazos? Ah, la sonrisa de tu mejilla, el placer de mirarte maravillada por lo que leerás en mí. ¿Quién eres, hermosa mía? Deseo conocerte. Ven conmigo y cantaré para ti».
—¿Lo llevará, señorita?—. El librero de turno me mira un poco desconcertado. ¿Cuánto tiempo llevo aquí, acariciando con la punta de los dedos la solapa de cuero? ¿Sonriendo sin aparente motivo? No lo sé. Quizás no me importa saberlo. Solo sé que acabo de encontrar otra pequeña pieza en el mundo radiante de mi imaginación. De lo que aspiro. De quien seré.
Coloco con cuidado el libro en el anaquel. Ya no se trata de mi vieja biblioteca, sino una más grande. Un hogar enorme para recibir a nuevos visitantes, a otros hijos radiantes de tinta y papel. Conservo a los antiguos, pero también abrí la puerta a otros tantos que he recibido en mis brazos, en mi mente y en mi espíritu. Uno tras otro, creando un castillo de la Memoria, que se eleva y se construye a mi alrededor, en puentes abiertos y cúpulas asombrosas, en pasillos diminutos y habitaciones amplias. Puertas abiertas y cerradas en mi mente. La ciudad que es mi espíritu y mi corazón.
Mi biblioteca —así, en general, la que tuve, la que tendré, las que vendrán— está llena de pequeños tesoros, de visiones de mí misma que parecen multiplicarse en todos los mundos que atesoro entre páginas. Es mi refugio, es mi lugar privado, mi sueño, mis pequeños momentos, mi templo, el lugar más sacro de todos los que crean y forman mi universo personal. Y está desparramada por toda mi casa, en los espacios abiertos y cerrados. Un mar abierto en el que me sumerjo a diario. Hay libros en mi mesa de comedor, en mi habitación, en mi baño, en los pasillos. Libros que son parte de mi paisaje mental. Y de pronto me pregunto, ¿cuáles son los Imprescindibles? ¿Existe un libro Imprescindible, en realidad? La respuesta es ambigua y es quizás por ese motivo que recopilar una lista sobre la idea resulte tan complicado. Pero quiero hacerlo, y quizás no exista mejor forma que aspirar a esa gran ágora de mi mente, que reunir los que considero son los libros infaltables en cualquier biblioteca que esté por nacer o madure lentamente, un reflejo del amor de un lector devoto por la palabra.
Pero los hay, claro, amigos que han ido a todas partes conmigo, por todas las razones y por todos los secretos —de mi vida, de mis aspiraciones— que guardan entre sus hojas. ¿Cuáles son?
- Una preciosa edición de la Muerte de Arturo (parte I y II) de Sir Malory, ilustrada por Aubrey Beardsley.
- Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe (ilustrado por Benjamin Lacombe).
- Justine del Marqués de Sade, en una exquisita edición con tapa de tela e ilustraciones a tinta que encontré en la Pulpería, Caracas.
- Salomé de Oscar Wilde, ilustrado por Aubrey Beardsley.
- Madame Bovary de Gustave Flaubert.
- El amante de Lady Chatterley de D. H. Lawrence.
- Las Obras completas de Arthur Rimbaud.
- Algo acerca de mí de Anna Ajmátova (traducción de Belén Ojeda).
- Drácula de Bram Stoker.
- Carmilla de Sheridan Le Fanu.
- It de Stephen King (amo el terror, ¿qué le vamos a hacer?).
- Psicópata americano de Bret Easton Ellis.
Un pequeño tesoro que es mi reflejo en el espejo.
Gracias por la oportunidad.
☙
Eleonora Requena (Caracas, 1968). Poeta y ensayista. Cursó estudios de Letras en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Ha publicado los poemarios Sed (1998), Mandados (2000), Es de día (2004), La noche y sus agüeros (2007), Ética del aire (2008) y Nido de tordos (2015). Con Mandados obtuvo el Premio de la V Bienal Latinoamericana de Poesía José Rafael Pocaterra (2000), mientras que con La noche y sus agüeros obtuvo el Premio Italia 2007 para la Poesía en el Certamen «Mediterráneo y Caribe», auspiciado por el Instituto Italiano de Cultura de Venezuela y el Centro de Poesía Contemporánea de la Universidad de Boloña.
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Luis Guillermo Franquiz (San Juan de los Morros, 1974). Narrador. Ha participado en diversos talleres de literatura (narrativa, novela y diario íntimo). Participó en la IV Semana de la Narrativa Urbana, organizada por el Centro Cultural Chacao (Caracas, 2009). Forma parte de la antología Tiempos de ciudad, publicada por la Fundación para la Cultura Urbana (Caracas, 2010). Su relato «El mapa de las cicatrices» resultó finalista en la primera edición del Premio Anual de Cuento Salvador Garmendia (2016).
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Aglaia Berlutti (Caracas, 1981). Abogada, escritora y fotógrafa especializada en el retrato, específicamente en el autorretrato y la autorepresentación. Columnista para medios como Contrapunto Venezuela y Prodavinci. Actualmente se desempeña como profesora de Autorretrato, Fotografía en Film e Historia de la Fotografía en Venezuela en la Escuela Foto Arte. Fotógrafa en la editorial FbLibros y colaboradora en diversos medios internacionales como Libero de Chile, Huffpost de México, Cultura Colectiva, Global Voices y Penumbria de México.
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La cabecera fue diseñada por Samoel González Montaño, a partir de los retratos de Aglaia Berlutti, Luis Guillermo Franquiz y Eleonora Requena. Néstor Mendoza realizó la revisión de los textos.
MANDELSTAM!!