(De surf simbólico con Jorge Luis Borges y Hanni Ossott, pasando por la literatura alemana)

 

Los hilos de nuestra historia son de naturaleza oscilante. Un susurro constante nos acerca y nos aleja, pero seguimos, juntos. Armamos y desarmamos la casa sin percibir el entretejido universal. Somos ese chorro indivisible, ambivalente, entrecortado a ratos, pero siendo, siempre, un Todo en movimiento. Al mismo tiempo, cada uno de nuestros actos o sueños proyecta una sombra infinita, y es ahí donde Jorge Luis Borges vislumbra los «hilos de la trama oscura». El laberinto borgiano traduce, así, sempiterna y oscura, la historia universal. ¿Y el hombre? ¿Qué lugar ocupa el hombre en medio de esta madeja de la fábula? Borges lo integra, lo condensa en dicho laberinto universal. En su poema «Nubes I» escribe: «Eres nube, eres mar, eres olvido. Eres también aquello que has perdido». Esta idea de disolución elemental expresada a través del elemento aire (nube) y agua (mar) se refleja seguidamente en su poema «1982»: «También son parte de la trama […] el sueño que soñaste en el alba y que ya has olvidado». Por consiguiente, el hilo personal (no digo individual) forja, en tanto fluye intacto en el olvido, la osamenta elemental de nuestra historia. Esos hilos borgianos, la línea ondulada o la ola encarnan la coexistencia de la trama y la disolución, son los símbolos por excelencia de la Modernidad, tanto en el arte como en la literatura.

JLB - Retrato de Jorge Luis Borges en L’Aleph, Gallimard, L’Imaginaire
Retrato de Jorge Luis Borges

En este contexto y tomando como ejemplo el mito de Teseo en su poema «El hilo de la fábula» (Los conjurados, 1985) Borges replantea el laberinto de la historia:

Teseo no podía saber que al otro lado del laberinto estaba el otro laberinto, el tiempo […]. El hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmo, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo.

El poeta continua la tarea de Teseo allende del hilo mítico de Ariadna. A falta de hilo y laberinto evoca una forma elemental, que deja entrever, simultáneamente, lo intangible y vinculante. Borges se topa con lo inconmensurable e inteligible: el tiempo, en el instante de la epifanía. Su poema «Reliquia» lo sugiere: «un hombre busca y seguirá buscando/las reliquias de aquella epifanía/[…], que fluye como ese otro río,/el tenue tiempo elemental». De esta manera, Borges desemboca en el laberinto ilimitado de la edad dorada, a través de «ese otro río» cuyo símbolo es una línea ondulada, una onda.
Ya en 1796, Friedrich Schiller aludía al elemento ondulado en su poema «Los ideales», relacionándolo a la nostalgia por la edad dorada de la vida: «¿Y es que nada puede detenerte, fugitiva,/edad dorada de mi vida?/Es inútil, tus olas descienden a prisa/hacia el mar de la eternidad». También Novalis, cuya influencia en Borges es harto conocida en la literatura, relaciona el vasto y florido juego de la fantasía de la edad dorada con lo infinito del oleaje. Así lo revelan Los discípulos en Sais (1798-1799): «como estas olas vivíamos en la edad dorada; en nubes multicolores, en esos mares flotantes de lo vital sobre la tierra, en los juegos eternos». De modo que las olas de la edad dorada configuran el alma poética o por lo menos le añaden una tensión primordial como insinúa Friedrich Hölderlin en su poema «Mi propiedad», perteneciente al ciclo de odas e himnos de 1799-1802: «viva yo en franca seguridad, mientras afuera,/con todas sus olas, el tiempo vigoroso,/el tornadizo, me susurre de lejos/y el sol, serenísimo, favorezca mi trabajo.» Aparte de la necesidad del poeta de pronunciar su anhelo de vida sencilla y segura, estos versos exponen el efecto artesanal que el oleaje del tiempo surte sobre su alma. El eterno ondular del tiempo ubica al poeta en un estado de tensión: por un lado, las olas del tiempo, que en nuestra contemporaneidad resultan una gran resaca, y por el otro, la ineludible calma que exige el hecho creativo. El encuentro de ambos polos suscita la obra de arte. Mientras el poeta intenta escapar del remolino del diario acontecer, detener el tiempo y escribir en calma, las olas del tiempo van imprimiendo huellas, líneas a la vida, al proceso creativo.

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Retrato del poeta alemán Friedrich Hölderlin

Mientras Borges esboza al laberinto de la edad dorada, donde la razón y el corazón comulgan en perfecta armonía, realza las infinitas posibilidades de la línea ondulada como símbolo de la existencia. Este símbolo revela, además, el «milagro de los milagros» como afirma Hugo von Hofmannsthal al exponer su idea de la «ola desnuda» en su drama Ariana en Naxos (1912) y, al mismo tiempo, sugiere el work in progress de la imaginación, el continuo proceso de ‘encontrar y perder’ señalado por Borges en El hilo de la fábula.
La aparición o hallazgo de la línea ondulada sugiere empero un instante estético engañoso, similar a la ola, a causa de su fluida inaccesibilidad. Entonces, no resulta difícil, asociarla con la fe, el ritmo, el sueño y, no por último, con la palabra y la felicidad. Según Hofmannsthal, en su drama La puerta y la muerte (1893) y en su Ad me ipsum (1916-1929), la «felicidad es todo: tiempo, viento y ola». En otras palabras, en el instante del goce pleno, se condesa el tiempo en una forma elemental, se vuelve viento u ola. Y, tanto en tiempos de guerra como de paz, el hombre surfea, «se bambolea en el subibaja de las olas de la felicidad», así, murmura el polémico coro de Friedrich Schiller en su drama La novia de Messina (1803). Sin mencionar la tragedia, va y viene la felicidad.
Esta fluida y a la vez temerosa interpretación de la felicidad simbolizada por la ola o línea ondulada juega un papel fundamental en el arte del fin de siècle europeo (1900). En este sentido, la obra de Gustav Klimt resulta paradigmática. «El anhelo de la felicidad» (un detalle del Friso de Beethoven, 1902, Viena) representa una suerte de ornamento vivo, perpetuándose a medida que se transforma. Se calma con la poesía y existe en medio de fascinadoras olas, líneas o hilos de felicidad (¡también en dorado!). El observador del Friso de Beethoven vislumbra un raudal de anhelos, sueños y pre-sentimientos aspirando a la felicidad eterna, a través de un laberinto de lo más elemental: línea, color y forma.
No obstante, también ocurren misteriosas odiseas en este raudal de plenitud, aún en Lo más claro, como lo demuestra un poema de Hanni Ossott de su libro Espacios de ausencia y de luz (1982).

Y así, desde esa luz
no hay no ni afirmación
un ondular
–tan sólo un ondular–
despliegue inocuo
–risa a veces, burla, gravedad–
Pues el espacio prometido es baile
andar y regreso
duda (ridícula duda, a veces)
dolor
a pesar de los Claro, contra este saberlo…

Hanni Ossott entiende la existencia desde ese inquebrantable ondular, donde no existe negación ni afirmación sino una perpetuación, un crecimiento inofensivo. Concibe el espacio existencial en forma de danza, eterno vaivén, oleaje. Tiene plena consciencia de los Espacios en disolución (1976), de ese desvanecerse de las cosas, de la derogación de la razón en el preciso instante creativo. Asimismo, la poeta alude al «charco» sin confines de Virginia Woolf, en su novela Las olas (1931), asociándolo con la ciénaga o el pantano que habita en todo escritor (en: De la cura en el arte).

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Retrato de la poeta Hanni Ossott

De acuerdo a lo expuesto anteriormente, cabe destacar que Hanni Ossott sigue con Borges y los poetas alemanes citados esa onda, en tanto desarrolla una poética basada en la tensión que origina el elemento curvilíneo, ondulado. En su Geografía del alma apunta lo siguiente: «La poesía es tensión, arco y lira. La cuerda [también la ola] alzada esperando caer, en el preciso momento. Allí toda la embriaguez debe volverse luminosa y contraerse». Hanni Ossott se sirve del movimiento de las olas y precisamente en ‘esa espera luminosa’ surge su poema, cual contracción. En este sentido, me parece ejemplar su gran poema En el país de la pena. Este poema escrito en delirio, en una noche febril, calca la fisionomía de la ola, transforma este fenómeno en un símbolo de la dualidad humana, donde lo psíquico y lo físico, lo material y lo espiritual coexisten y prevalecen uno sobre el otro. Tanto el sangrado como el contenido del poema encarnan la marea del alma, la remoción del pantanal, la llegada de la otredad. Y la poeta nos advierte: «el mar se abre en mí», entonces, sus versos golpean, intentan descifrar lo indescifrable, suavizar lo irregular y es allí, en esa resaca, donde aparecen juntos, el horror y la belleza.
En conclusión, el proceso imaginario de ‘encontrar y perder el hilo’ propuesto por Borges en El hilo de la fábula se convierte en la poesía de Hanni Ossott en un ejercicio práctico, consciente y espiritual, puesto que la poeta presta atención a la «duda» innata, hace del hecho indefinible, de los plenilunios del alma una cuerpoesía –como me gustaría llamarla– y como se manifiesta en su Geografía del alma: «Lo impreciso y dubitativo se hacen lugar y cuerpo en el escenario del ánima. La poesía tiembla, dice sí y no». Dicha cuerpoesía deviene, por lo demás, imperativa: «Sé del enredo de ola a ola» (Grana, sacrificial ciudad, rojo clavel de Ariadna) y por consiguiente, también una costumbre o un ritual:
Cuando leo poesía me encierro en mi cuarto para que no me vean, porque allí hago muecas, danzo, ondulo, leo en alta voz, me contorsiono como Ulises ante las sirenas, me acuesto en el piso, lloro, es decir, me conecto con lo más profundo del inconsciente.

Entrar en la cuerpoesía de Hanni Ossott significa, entonces, remontar las olas de «lo que sabemos y no sabemos» (El péndulo) y muy «a pesar de los Claro, contra este saberlo», buscar la viva conexión con el Todo que fluye y tomar consciencia, además, de que toda tregua nos está expresando –tan sólo un ondular–.

 

Geraldine Gutiérrez-Wienken es una poeta y ensayista venezolana radicada en Alemania. Las citas de los escritores alemanes son traducciones de la autora. El header, de la seria  «Bosta», pertenece a la artista plástico Emilia Azcárate.